Capítulo III
Ciudad Imperial del Cuzco, Plaza de Armas
(22 de febrero del 2012, 18:00 horas)
El astrólogo ladino fui inclemente conmigo, pero me llevó al presente: a mi mundo vehemente.
Misael (observando las calles y la plazoleta de la ciudad inca). —Si no me equivoco estoy en el Cusco del siglo XXI. (Mirándome la ropa). Ese brujo no se tomó la molestia ni de cambiarme de prendas.
Tenía la camisa arrugada, el jeans manchado y las zapatillas con barro...
Misael (oyendo una melodía). —¿Tantos instrumentos de viento tocando al mismo tiempo?
En cuanto llegué a la Plaza de Armas, un grupo de músicos ejecutaban las antaras [68]. Era la zarzuela de El Cóndor Pasa, anunciando mi llegada.
Misael (marchando a la catedral).
La tarde era pasiva y rítmica, el corazón de América latía. Y en mi honda paz, a un indigente vi llorar...
Misael (dirigiéndome al pequeño menesteroso). —Lo lamento, no tengo ni diez céntimos. (Aparte). ¿Hasta cuándo existirá la miseria humana?
Le prometí al oráculo ser fuerte e ingeniármelas para subsistir, pero no me fijé de ese detalle cuando salí.
Misael (aparte). —¡Willka Uma! (Con un timbre de voz débil). Me trajiste sin nada. ¿Qué haré sin plata? (Oyendo gritos repentinos).
Las personas que transitaban por las calles comenzaron a aglomerarse, porque vieron en una esquina a una señorita bendita.
Misael. —¿Y eso?
Emma (bajando de un Mercedes Benz E). —¡Hola, amigos! (Repartiendo autógrafos).
Misael. —Pero si es... (Impresionado). ¿Emma Watson?
Su seguridad la resguardaba, y ella saludaba a todos los que se le acercaban.
Misael (hablando en voz baja). —¿Emma Watson? ¿La actriz que más he admirado?
No niego que su belleza física la distinguía, pero un inocente retozo valió más que todo.
Misael (aparte).— Qué irónico, la tengo tan cerca... (Apenado). Cuánto me hubiera gustado conocerla. Esta misión me friega.
Tuve que moverme, y ver la forma de encontrar ese elemento que ayudaría a nuestro imperio.
Misael (viendo volar un bello ángel sobre mi cabeza). —¡Ay, Dios! ¿Y ahora qué?
Crucé por la Avenida El Sol, y recorrí tantos jirones que olvidé hasta sus nombres.
Misael (persiguiéndolo). —¡Espera!
El cielo oscurecía... y mientras corría, el ángel huía...
Misael (deteniéndome). —¿A dónde habrá ido?
El ángel desapareció y su ausencia me afligió...
Misael (tratando de abrigarme con los brazos).—¿Cómo puedo encontrar un elemento si no recuerdo su concepto?
Me senté en la vereda de una cafetería lujosa, y vi la oportunidad de poder continuar...
Félix (saliendo del local). —Si sigue aquí se resfriará. ¿Por qué mejor no pasa y toma asiento? Le serviré un café caliente y le prestaré algo para que se abrigue.
Misael. —Lo siento, pero no traigo dinero, ni siquiera tarjetas de crédito.
Félix. —No se preocupe, es cortesía de la casa.
Misael. —¿De verdad?
Félix. —¿Y por qué tendría que bromear? Vamos, pasa.
Misael. —Gracias, no olvidaré su gesto. (Tendiéndole la mano). Mi nombre es Misael.
Félix. —El mío es Félix. No sé cómo aguantaste estar sentado aquí, tienes las manos frías.
Misael. —Sí. (Pasando al local). Nunca estamos libres de caer en desgracia.
Félix. —Tienes razón... (Siguiéndome). Pero también es cierto que nadie se sume en ella por siempre.
El café que me invitó y la chaqueta que me prestó, me facilitaron la misión.
Misael (sentándome en la mesa mientras le recibía su chaqueta). —Qué delicia.
Félix.— No pensé que estabas tan famélico. Disfrútalo. (Retirándose).
Misael (después de 10 minutos). —Sin duda es el mejor café del mundo.
Félix (regresando). —Qué bueno que te haya gustado. Por cierto, mis empleados te prepararon un cuarto.
Misael. —No sabré cómo pagar esto.
Félix. —Es fácil, cada vez que veas a un humano necesitado, dáselo sin pensarlo.
Misael (con los ojos llenos de lágrimas).
Félix. —Hoy tenemos una reservación importante. (Dosificando el tiempo en su reloj de bolsillo suizo). Si me permites, iré a desalojar mis ambientes.
Misael. —No le quito más tiempo. Pasaré al cuarto.
Félix. —Que descanses bien.
Misael. —Gracias.
Félix. —De nada.
Misael. —Permiso.
Félix. —Propio.
La habitación que el joven empresario me arrendó quedaba en el tercer piso. Todo fue gratuito, y ver aquel edificio colonial, me hizo pensar que iba a gobernar...
Misael (subiendo las gradas). —¿Quién será la persona que hizo una reservación tan lujosa?
Botones (esperándome en la puerta de la habitación N° 7). —Aquí pasará la noche. (Entregándome las llaves). Si necesita algo solo agite la campana.
Misael. —Es usted muy amable. (Ingresando a la habitación). Es más de lo que había esperando.
Me recosté en la cama y pensé un buen rato, hasta que escuché llegar varios autos, y detrás de ellos, mucha gente gritando...
Misael. —¡¿Será ella?!
La cafetería estaba en el primer y segundo piso exactamente. Ambos pisos esa noche estaban reservados para Emma Watson e invitados; los mismos que llegaron con su seguridad y la prensa nacional.
Editado: 10.01.2022