El romántico de Dios Vol.1

IX

Capítulo V

Lima, Ciudad de los Reyes

(01 de abril de 1536, 05:50 horas)

 

La balsa se detuvo en la orilla, y por fin vimos la luz del día...

Misael (mientras salíamos de la balsa). —Aquí voy de nuevo.

Emma (quitándose los calzados). —¿A dónde llegamos?

Misael (azorado). —Es la segunda vez que me preguntas eso. Y será la segunda vez que te responda igual: no tengo idea.

Emma. —Vaya guía.

Misael. —De todas formas no me gustan las playas.

Emma (pisando la arena). —En cambio a mí me encanta el mar.

Misael. —Recuerda que estamos en el Perú del siglo XVI. Será mucho más difícil ubicarnos.

Emma. —Solo espero que no nos ataque una tribu salvaje. Preferiría morir de cualquier cosa, excepto descuartizada.

Misael. —Ahora que lo mencionas... tus temores me recuerdan a las crónicas apócrifas. (Tratando de reconocer el área geográfica). En el Tawantinsuyu no existieron caníbales, porque no solo era una sociedad bien organizada, sino también civilizada. Sin embargo, debemos tomar nuestras precauciones, porque la primera vez que vine me dijeron que era el 18 de enero de 1535.

Emma. —¿Y qué sucedía en esa época?

Misael. —Los españoles fundaban la ciudad de Lima.

Emma. —Pero podríamos haber llegado a otra época.

Misael. —Eso es lo que más temo, Emma. (Mirando el cielo).

Emma. —¿El cielo de la costa peruana es siempre gris?

Misael. —¿Dijiste cielo gris?

Emma. —Sí, es como si se avecinara la lluvia.

Misael. —Lo que dices es muy razonable... Puede que estemos en la Lima del siglo XVI.

Emma. —¿Pero en qué año estamos exactamente?

Misael. —Aún no lo sé, pero podemos averiguarlo.

Emma. —En la escuela me hablaron poco de la cultura sudamericana. Espero que perdones mi ignorancia.

Misael. —No, de hecho soy yo el que debería pedirte disculpas por no hablar tan fluidamente el inglés.

Emma. —¿Qué dices?

Misael. —Tú hablas francés, italiano, español e inglés. Mientras que yo apenas me estoy familiarizando con tu lengua. Es decir, tu segundo idioma.

Emma. —El español es el idioma que menos domino de los cuatro que mencionaste. Es tan difícil, que solo articulo unas cuantas palabras. Como saludos cordiales y despedidas emotivas.

Misael. —Si es cierto lo que me dices, ¿cómo me explicas que estés hablando en español ahora? Lo hiciste desde la primera vez que nos vimos.

Emma. —No. Te estoy hablando en inglés, y lo hice desde que nos conocimos. Además, tú me estás respondiendo en inglés todo el tiempo.

Misael. —¿Será posible? (Intentando hacer un experimento). Haremos lo que te indique; quiero que me digas algo triste en francés.

Emma. —¿Quieres que lo haga pausadamente?

Misael. —Sí.

Emma. —Aurevoir mon amour. *79

Misael. —No bromees, Emma. Lo dijiste en español, ¿verdad?

Emma. —No sé qué quieres probar, pero te lo dije en el idioma que me lo pediste.

Misael (descifrando el significado de los mandatos). —No era la flor dorada la que debía venir conmigo, sino tú. Por fin recordé el concepto de elemento.

Emma.— Ve por partes, ¿qué tratas de explicarme?

Misael.— Te contaré todo desde un inicio.

Emma.— Ya era tiempo.

Misael.— Es una historia muy larga, espero que no te canses de oírla.

Emma.— Lo que me cansa y me aburre más son tus rodeos, Misael.

Misael.— Está bien. (Comenzando el relato). Me encontraba en Willkapampa cuando de repente...

Tuve que explicarle a Emma cómo habían sucedido los hechos, y cuando terminé de hacerlo, llegaron dos sacerdotes que nos confundieron...

Emma. —¡Mira! Allá vienen dos curas. Imagino que deben ser hispanos. (Modelando). ¿Podría hacerme pasar por Juana de Borbón, no crees?

Misael (suspirando). —Eres mil veces más bonita que la esposa de Carlos V.

Emma. —Sabes, desearía que me dieras un trato distinto.

Misael. —¿Y cómo quieres que te trate?

Emma. —No sé, quizás con menos formalismo.

Misael. —Está bien, lo intentaré. (Bromeándola). —Si tan solo pudiéramos adelantar dos siglos más, tal vez podría hacerme pasar por Napoleón Bonaparte, ¿no crees?

Emma. —Tampoco exageres, Napoleón era feo.

Misael. —¡Eh, gracias!

Emma. —Pero tú eres refeo.

Misael. —¿Qué?

Emma (avanzando). —Ya empezamos a llevarnos mejor.

Misael. —Espera.

Emma. —Dime.

Misael (mostrándole un botón). —Es de mi camisa. Se me salió justo cuando me jaloneabas en la balsa. ¿Puedes arreglarlo?

Emma. —Olvídalo, soy diseñadora de moda, no costurera.

Misael. —¿No es algo parecido?

Emma. —Ahora entiendo por qué estás vestido así. (Dándome la espalda). Paso.

Misael (siguiéndola). —Tampoco te burles, eh. Ya te dije que fue un accidente.

Emma. —Por cierto, ¿dónde dejaste esa chaqueta? La última vez que te vi puesto eso fue cuando subimos a la balsa del viejo.



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En el texto hay: misterio, drama, guerra

Editado: 10.01.2022

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