El rompecabezas

Capítulo dos:

Todos intentan encajar, nadie se anima a ser como es, y siendo sincera contigo, yo tampoco. 

Un día estaba en el parque con mi prima Susan, ella tenía como diez u ocho años, yo tenía los trece recién cumplidos. Había una niña que la miraba extraño según lo que me dijo, lo recuerdo bien: 

—¿Soy rara?— la miré confundida —Porque aquellas niñas me ven como si lo fuera. 

Pensé bien qué decirle. Algo que ella entendiera para su edad. 

—Sólo debes ser tu misma, déjalas que te miren raro, tú eres tú, eso es lo que importa y si viene al caso, ellas son más raras todavía, viste ese cabello tan apretado— asintió —. Cuando sean grandes, serán peladas— rió —.  Anda ve, sé rara, todos los somos, sólo que unos, más comunes que otros, enana. 

—Te llego al hombro, no soy tan enana. 

Reímos. Que fácil es darles consejos a otros y no poder seguirlos uno mismo. 

[***] 

Sufro del trastorno de ansiedad generalizada, tiendo a preocuparme por todo y todos a mi alrededor. 

¿Por qué crees eso?

Pues, porque tiendo a preocuparme por todo lo que pasa a mi alrededor, siempre digo que no quiero que gasten en mí porque yo tengo cosas y no quiero que gasten para que podamos salir adelante. 

¿Es por eso que hiciste lo que hiciste?¿Por ese trastorno? 

No, claro que no, pensé. He hecho eso en defensa propia y para el bien de los demás, sino, nunca lo habría hecho. Aunque pensé en todo, sí, no se sintió bien, claro que no. Pero tuve que hacerlo. 

Sigue contando y podré ayudarte, ¿cómo fue que llegaste hasta aquí?

Es una historia larga. Pero la contaré si lo que usted quiere es ayudarme. Sé que sabe que tengo un diario y aunque ya lo haya leído le diré todo. 

[***] 

Era otoño, lo recuerdo bien. Fue cuando lo conocí. Él tenía los ojos más bonitos que había visto antes, el cabello azabache que me dejaba peinar, y la carita llena de pecas. Al principio eran unos chistes y estar juntos en los recesos todo el grupo juntos; sus amigos y las mías. A estar despiertos hasta las 3 a.m. 

—Deberías decirle, a puesto a que también le gustas— dijo Abril mientras se acomodaba las puntas del pelo con la tijera de Lizzie señalándolo. 

—No lo pienso hacer, ¿y si está fingiendo? Anda y que termino siendo la burla del curso—dije, anotando lo que la profe decía, intentando ignorar su cara de "¿En serio?". 

Bueno, no supe porqué se los conté a ambas. Me terminan diciendo que me tengo que declarar, y la cosa es... poder puedo, querer no. Ah, ya sé, porque son mis mejores amigas. 

—O se lo dices tú —amenazó Lizzie—, o lo hacemos nosotras, elige— levantó el dedo acusador antes de que pudiera decir algo—. Y sabes bien que si podemos. A parte, mamita —se burló—. Él se te queda viendo, la otra vez que vomitaste nos hartó preguntando por vos, significa que le importas. 

—No hay más opciones— terminó Abril. 

Puta, y tuvieron razón. No había otra opción. 
 



#14491 en Otros
#4124 en Relatos cortos
#4993 en Joven Adulto

En el texto hay: adolescencia, pensamiento, psiquiatrico

Editado: 17.03.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.