El Rostro de Gabriel

La Mascara que sonríe.

Gabriel.

Después de la larga jornada de vuelo, la cual consumió ocho horas de viaje aéreo, finalmente se hallaba en tierra americana y a muchos miles de kilómetros menos de su verdadero destino; Venezuela.

No obstante, Nueva York era una ciudad increíble y siempre tan majestuosa como la primera vez que se encontró dentro de ella. Ahora, mientras era transportado hasta su departamento en dicha ciudad, Gabriel disfrutaba de la música de Ed Sheeran, debido a que siempre era una utopía de sonidos muy bien equilibrados. Observaba por la ventana del auto los múltiples edificios, y personas que aun caminaban por las calles. En Nueva York, no importaba la hora que fuese, siempre había alguien despierto.

Los audífonos de Gabriel, seguían escupiendo la potente y educada voz de Ed, su reloj creado con materiales traídos del espacio por un meteorito de donde derivaba su nombre, marcaba la 6:00 AM, lo que equivalía a la 1:00 AM, en la ciudad americana.

Ajustó el Meteoris a la hora correspondiente de la zona, se acomodó el traje y observó un momento a Vinny a través  del retrovisor para luego sucumbir al sueño que lo invadía desde hace unas cuantas horas atrás. Dormitó un breve periodo de tiempo, embriagado ahora por las canciones en español de un cantante guatemalteco, llamado Ricardo Arjona.

— Llegamos señor. — Escuchó decir a Vinny. Interrumpiendo su estado de trance, que era somnoliento y expectante. — Subiré su equipaje hasta el piso de su departamento, señor. —

Gabriel se levantó del asiento trasero del auto y bajó de él para entrar en el lujoso hotel donde pasaría lo que quedaba de la noche.

Cuando despertó eran aproximadamente las 8:00 AM, se había retrasado un poco por la dura odisea aérea que tuvo unas horas atrás. Tomó una ducha, se atavió como debía y se dirigió a su empresa.  Encontrándose con Alejandro en la entrada.

— ¡Hola idiota! — Dice Alejandro en español

— Cállate tarado. — Responde Gabriel en el mismo idioma. — Aquí soy tu jefe.

Su amigo ríe con soltura y contagia un poco a Gabriel.

— Hace mucho que no te veía. Estúpido, aquí podemos dejar nuestras formalidades.

— Olvidé que contigo nunca se puede ser formal. — Inquiere Gabriel con una expresión de decepción.

La recepcionista del edificio parecía divertida por su reencuentro y los saludó con toda formalidad. Aunque Alejandro tomó un tono serio y le pidió que por favor continuara con su trabajo, expresándose totalmente en inglés.

Ambos amigos caminan por el corredor y suben el ascensor juntos.

— Nada ha cambiado por aquí. — Murmuró. — Los negocios siguen igual de bien, nuestras inversiones en Rusia están dando grandes frutos. Las maquinarias de Dubái que decidiste comprar y que contaban con poca depreciación pude venderlas a un buen precio. Seguimos generando dinero.

Alejandro se rió y apoyó su espalda y la planta del pie en la pared del ascensor.

— Tú sigues así. — Agregó Alejandro.

— ¿A qué te refieres?

— A que sigues viendo esto como una obligación. — Él se inclina de hombros un momento y continúa. — No se puede hacer nada, pero la suerte parece estar contigo. No importa donde decidas invertir, o en que desees gastar tu dinero. Terminará siendo una mina de oro, tal vez seas bueno, pero no lo haces porque te gusta. Lo tuyo es la metodología y la investigación. — Gabriel miró sorprendido a Alejandro por lo que acababa de decir, pero su amigo no terminaba con su discurso. — Siempre te gustaron los problemas, esa es la clave de tu éxito. Que eres un genio para encontrar el lado racional de las cosas, sólo necesitaste un poco de capital para invertir y ¡bum! Levantaste este imperio.

El ascensor abre sus puertas y ambos salen, dirigiéndose a la oficina principal.

— Lo sé. — Masculló Gabriel, en un intento de decir “Termina con tu sermón idiota”

— Si el dinero no fuera importante, no estarías aquí. — Insiste Alejandro. — Estarías escribiendo un libro, tal vez dando clases. Eso harías, porque eso te hace feliz. Pero te convertiste en un adicto al trabajo que odias y ahora sólo vives para eso.

Gabriel entró a la oficina seguido por su amigo, y comienza a pensar que la conversación es un poco molesta. Nadie debería ser capaz de ver a través de él. Pero Alejandro se convirtió en su hermano, más que en su mejor amigo.




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