El Rostro de Gabriel

El Semblante del Ego.

Gabriel.

1

Frente a sus ojos, se extiende un inmenso cielo azul. No importa en qué lugar se encuentre, el cielo siempre es el mismo. Lo supo cuando abrió la ventana de su hotel en Londres y contempló el Támesis y el empíreo. Era habitual para él, despertar desnudo y caminar hasta la cocina para servirse un poco de vino, después de pasar la noche ofreciendo su experiencia en placeres carnales a una mujer divinamente atractiva, y sin ningún tipo de escrúpulo. Porque ya había hecho el mismo proceso en Paris, Nueva York y Roma. Primero una breve conferencia de economía, donde relata todo aquello que descubrió mientras estudiaba en la universidad, luego se dirige a algún lujoso restaurante al cual la gente “importante” local, lo ha  invitado a cenar.  Es en ese instante, durante la cena, donde se deja coquetear por una rubia de ojos asesinos o quizá, por una pelirroja exótica. No obstante, la mañana fue producto del habitual proceso. La noche anterior, no fue la excepción a la regla.

Él sucumbió a los encantos de una belleza inglesa, justo en el momento que entró al hotel. Ella caminaba por el pasillo de la recepción, meneando la falda de su vestido negro que albergaba un seductor trasero redondo y una cintura tan diminuta, que era imposible de concebir de alguna u otra manera, que no fuese con la magia de las cirugías. Llevaba la espalda descubierta y el cabello dorado como hilos hechos de oro. Fue entonces, cuando ella le dirigió la mirada que la llevaría a estar con él. En la mayoría de los casos, sólo bastaba que supieran quien era, y ella no se comportó de una manera distinta. Él simplemente, reservó la Suite más costosa que ofrecía el hotel y en el instante, donde el recepcionista preguntó su nombre y le respondió. La rubia se volvió para verlo una vez más.

— Que tenga una feliz estancia, señor Landegre. La Royal Suite lo espera. —

Gabriel le dedicó una sonrisa a la hermosa mujer.

— Espero tenerla y muchas gracias. Buenas noches. — Le respondió al recepcionista.

La rubia lo detuvo cuando se disponía a subir a su costosa recepción.

— ¿Es usted, Gabriel Landegre el economista? — Preguntó la rubia,

— Si. — Respondió él.

— Quiero decirle que es usted una persona increíble y que estoy impresionada con su trabajo de la economía futura. — Reveló la rubia, sonriendo alegremente y mirando detalladamente al caballero frente a ella.

— Oh, gracias señorita…

— Anabel. Anabel Hudson. — Le interrumpió.

La tomó de la mano y la besó delicadamente.

— Me siento halagado, y al mismo tiempo impresionado. — Comentó, inclinando levemente la cabeza. — Debo decir que también estoy consternado por su increíble belleza.

Anabel ríe fingiendo vergüenza.

— Es todo un caballero señor Landegre. — Murmuró.

Se acarició un mechón de cabello de la frente con la mano y le arrojó a la rubia una mirada erótica.

— Si usted lo desea, puedo dejar de ser un caballero. — Susurró para Anabel.

— ¿A qué se refiere? — Preguntó ella con una sonrisa cómplice.

La cogió del brazo y la obligó con elegancia a que caminara con él.

— Me refiero, Anabel. A que me encantaría compartir un poco de vino contigo, en mi habitación de hotel. — Finaliza con soltura.

A la mañana siguiente, allí se encontraba. Frente a la ventana con Anabel, cuyo nombre unas cuantas horas después olvidaría, dormida y tumbada en su cama. Pero ya no había tiempo para despertarla y decirle que debería marcharse, porque ahora debía vestirse y prepararse para una conferencia importante. Él sólo la dejara dormir.

Terminó de beber su vino y se dirigió al baño de la Suite, llenó la bañera para tomar un baño de espumas y agua fría. Minutos después, el dilema es: ¿Que traje lucirá? Pero Vinny su persona de confianza, ha dejado un traje nuevo colgado en la manilla de la puerta.  Así que, sin pensar demasiado, lo toma y se lo coloca. Es un traje gris que le sienta muy bien, con la camisa blanca y la corbata negra.  Lleva el cabello cortado en los costados de la cabeza y peinado hacia atrás. Camina por la habitación, hasta una de sus maletas. La abre y registra el interior en busca de uno de sus relojes, eligiendo finalmente, un Meteoris que se coloca en la muñeca izquierda y se encuentra listo para salir. Luego, le marca con su teléfono móvil a Vinny.




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