El Rostro de Gabriel

Durmiendo con la Soledad.

Evelin.

Ella miraba el cielo a miles de kilómetros de distancia de donde se encontraba Gabriel. Habían pasado muchos años en los cuales no escuchaba aquel nombre, como si se hubiese esfumado de su memoria, como si nunca hubiese existido. Ella había olvidado. No porque quería hacerlo, más bien, era porque necesitaba olvidarlo. Pero en ocasiones, muy pocas ocasiones, ese recuerdo volvía. Un pequeño destello de luz en tanta oscuridad.

En esos diminutos destellos de memoria; recordaba cómo se sentían las manos que una vez la acariciaron con pasión y devoción. Aunque esta vez, no era esa la situación. Ella miraba el cielo, buscando consuelo para sus nervios y temores. Imploraba a las estrellas que la cubrieran con su belleza para hacerla sentir fuerte e inteligente, y aunque no lo necesitara, era una de esas noches donde se sentía vulnerable.

Mañana tendría que ofrecer una conferencia importante de sus estudios biológicos, y tenía que hacerlo en su país natal. Ella había viajado por todo el mundo; enfrentándose a selvas; desiertos; e islas tropicales y se codeó en cada uno de sus viajes científicos con biólogos muy importantes. Todo eso, sin sentir el más mínimo pudor después del quinto viaje.  Aún se emocionaba, aún sus manos temblaban antes de cualquier expedición o alguna conferencia. Pero nunca más volvió a sentir miedo de nuevo, hasta esta noche. Tal vez era porque lo haría nuevamente en su tierra, junto a las personas que la enseñaron y convirtieron en lo que es ahora. Fuera como fuese, estaba nerviosa y no podía dormir.

Los minutos pasaron y quizás, faltaban unas cinco horas para que amaneciera cuando finalmente se durmió. Durante su letargo no soñó nada, no sintió nada, no se preocupó por nada. Era sólo ella, era sólo paz. Daba la impresión de que nada podía lastimarla, y posiblemente así lo era realmente. Ella triunfó en un país donde pocas personas lo hacen, y luego triunfó fuera del mismo. Alcanzó sus sueños, elevó sus alas de la manera más parecida a un ave fénix y entonces, se encontró aquí. Una vez más, dormía bajo el cielo de la pequeña Venecia.

Sus sueños habían nacido allí, y ahora la habían traído de vuelta al lugar de la concepción. Como un ciclo que debía cerrarse para poder transformarse. Nuevamente sentía el calor de su tierra, sentía la flexibilidad que poseían las personas para poder relacionarse. Porque nada era como aquel lugar, y ella definitivamente necesitaba esa soltura tan característica de la ciudad de Maracaibo. La brisa del Lago parecía cubrirla como un manto invisible, y el relámpago del Catatumbo era como una gran luz alógena que iluminaba la noche junto a la luna. Sus sueños eran guardados por la fuerza divina de una estatuilla dorada de la Virgen en donde los Zulianos depositaban su fe, y dormía con la promesa de que al despertar volvería a observar la tierra que ama al sol.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.