Sebastian
Londres, 1860
Ya era de noche cuando el tren que llegaba de Folkstone conduciendo pasajeros del otro lado de la Mancha se detenía en la estación del puente de Londres. Había salido de Boulogne el puerto de embarque más frecuentado para Inglaterra. Ya que, de aquí a Folkstone la travesía del estrecho solo duraba dos horas. Ya hacían dos años desde la última vez que visité Londres, mi ciudad natal.
—Ya está listo el coche señor. —Me dijo el Señor. Reed mi mano derecha.
—¿Nos dirigimos a su residencia?
-—No Reed, vamos a esta dirección. —Le digo la dirección y entro al coche.
Ya habia pasado casi una hora desde que el robusto caballo frisón, había salido de la estación y todavia no llegábamos. Llovía con ímpetu, pero aun ,podía distinguir diseñarse dilatadas, las hileras de faroles de gas en las calles, parecían eternas, y se desgajaban en otras y otras avenidas en todas las direcciones. Aquella enorme ciudad rodeada en una tempestad deshecha hizo una extraña emoción en mi mente. Mi Londres un limbo de humo, penumbras y eternas brumas.
Aquí todas las puertas de las calles permanecen cerradas y las chimeneas se distinguen sobre los techos, como las hojas sobre los árboles, arrojando espesas columnas de humo que la humedad luego condensa bañando el aire de hollín. El sol no se ve en el invierno por meses enteros, pero es suplantado por faroles de gas que se prenden a las 2 de la tarde, mientras la imperecedera neblina envuelve el valle de Támesis.
Si en el verano, si la niebla parece despejarse, es para convertirse en una tormenta eléctrica de granizo y rayos. Todo esto hace de Londres el lugar del universo en el que la vida es más constante, y si el suicidio es una enfermedad endémica. En ninguna parte del mundo, que yo conozca, el suicidio ha hecho más estragos que en la capital inglesa, mi capital. Y no es de extrañarse, porque, qué alegría existirá para el ánimo, en un lugar en el cual, a medio día nadie se distingue en las agitadas calles, envueltos en una bruma negra como la noche. Bajo que impresiones puede vivirse en un sitio, en que el aire que se respira es una aglomeración compacta de humo y tan dilatada que a veces se ha extendido diez leguas más allá de Londres.
Al llegar a mi destino, me bajo del coche y se sorprendo al ver una corona en la puerta con cintas de crepe. La casa está de luto. Me pareció raro porque William no tenía ningún pariente cercano vivo, además de su hija de 16 años, y el insufrible de su hermano gemelo. Aunque, puede ser que este último, se las haya dado de gran señor con quien no debía y lo hubieran matado, no me extrañaría en absoluto, siempre había sido un hijo de puta desagradable, lo sentía en verdad por mi amigo, pero a mí personalmente me daba igual.
Toco la puerta y le abrió el Sr. Wilson, el mayordomo de la casa, sus ojos mostraron sorpresa para luego mostrar un profundo pesar. Estaba completamente vestido de negro. Esto no pintaba nada bien y no estaba listo para aceptar lo que mi mente ya gritaba en silencio.
—¿Señor Wilson? — le pregunte desorientado, podía ser lo que me estaba imaginado. Él no me contestó y eso me enfureció.
—Responde. Qué demonios ha sucedido aquí. — Le dije en una exigencia.
—Sir. Sebastian. — Dijo con voz cortada.
—Su excelencia el duque ha fallecido.
Todos mis temores se hicieron realidad. Pero como podía ser eso posible William era un hombre sano, con una salud de hierro. Además, en sus cartas no me había comentado que estuviera enfermo.
—Pero cómo es eso posible. Hace poco recibí sus cartas y no me comentó que estuviera enfermo, incluso tenía planes de boda. — el señor Wilson, se quedó en silencio mientras me miraba con tristeza.
— Con un demonio ahora mismo me dices que fue lo que le ocurrió a tu señor. Le exigí.
—Tú no eres nadie para hacer exigencias MacQuoid ya no eres bienvenido en esta casa. —Dijo Henrry el hermano gemelo de William, mientras se acercaba hacia nosotros. Quería golpearle la cara a ese imbécil, pero eso no era lo que me preocupaba ahora.
—Puede que mi hermano te apreciara no sé por qué, pero eso ya es parte de pasado. Mi hermano está muerto yo soy ahora el nuevo duque de Hart. Siempre le quedó grande el título, debería haber sido mío y no de él, solo era mayor que yo, por unos insignificantes minutos.
—Cállate la boca imbécil antes de que te parta la cara de un puñetazo. —le grité al imbécil, tuve que apretar mis puños para no golpearlo ahí ismo. —Tengo todo el derecho del mundo de estar aquí, William era como un hermano para mi y exijo saber ahora mismo lo que sucedió.