Adam
Había llegado al baile y me encontré buscando a mi sirena por aquel lugar. Había pasado un tiempo buscándola con la mirada y no la encontraba, entonces fue cuando reconocía a la señorita Agnes su prima. La prima se veía totalmente serena orgullosa y espigada, con una expresión regia en el rostro mientras miraba a la gente al lado de quien parecía ser su prometido. A unos pocos pasos de Agnes; estaba Amelie recostada sutilmente a una columna mirando como bailaban en la pista con cierto aburrimiento, estaba elegantísima y su aspecto causaba un impacto instantáneo. Era consiente de no ser el único en admirarla, todos los jóvenes, y los no tan jóvenes en salón la estaban mirando, hipnotizados con su belleza y su delicado encanto.
Tenía deseos de acercarme a ella, pero me abstuve, mi objetivo esa noche era conocer quien era la mujer que le destruyo la vida a mi amigo William. Y la mejor manera era, socializar con algunos caballeros, o con alguna que otra dama, alguien en este baile debía saber quien era la joven a quien mi amigo pretendía. Me uní a un grupo de hombres que hablaban sobre negocios, eso era algo que me interesaba, siempre estaba dispuesto a invertir en nuevos negocios. Un conocido mío me presento con los caballeros y le hablo de mis múltiples negocios, inmediatamente todos me prestaron atención. Los hombres que hablaban conmigo parecían deseosos de ganarse mi atención, pero yo inconscientemente los ignoraba. Toda mi atención estaba centrada en ella en Amalie. ¡Maldición! Quiero que esa mujer sea mía. Tiene que pertenecerme, es el único modo calmar esta necesidad de poseerla. Pero esos planes decidí dejarlos para otro día porque mi objetivo era otro.
En las tres horas que he estado presente aquí, se han bailado no menos de 15 danzas, polkas y valses. Los músicos a duras apenas atornillan sus instrumentos, los bastoneros, vestidos con casacas verdes y vueltas coloradas, apenas tienen tiempo de cambiar los carteles, para que las parejas jadeantes pero incansables, comiencen a cruzarse danzando en todas las direcciones.
En estos bailes caseros la elegancia no es muy rebuscada. Los trajes de las damas son de un solo color, rosa, blanco o azul, un peinado sencillo, ni una sola alhaja colgada de la cara y a lo más una sencilla pulsera en el brazo. Las inglesas son las mujeres más elegantes de Europa porque son sencillas. Que hay más lindo en una mujer que un traje unido, del que, en el blanco cuello se desprenda un airoso y casto relieve.
Aunque aquí también, se pueden ver algunos figurones, en la pista veo bailar a un joven que lleva una corbata en forma de abanico o cola de pavo, y en el otro extremo hay un señor regordete que se ha pasado la cadena del reloj por un prendedor de la camisa que tiene la forma de un anillo. Sin duda no falta su poco de sal en estas insípidas danzas. En el grupo de hombres con los que estoy conversando hay un Lord que anda con los pantalones arremangados hasta la rodilla.Frente a mi, puedo ver a puñado de señoras reunidas, que, por cierto, no dejaban de censurarme con la mirada. Y en aquel grupo resaltaba una señora baja y gorda, vestida con una bata colorada, remachada sobre una ancha butaca, parecía un cardenal sentado en la berlina. En una de las contradanzas una señorita reusó la mano de un galán alto y derecho como un palo, y algo apolillado, y a causa del rechazo se produjo entre ellos un intercambio terrible de miradas. y al mismo tiempo parada frente a mí, se encuentraba una cuarentona con anteojos que como su nariz es muy pequeña, las antiparras que lleva puesta, se le resbalan de la cara y era aquello una contradanza aparte entre la nariz y los anteojos, acompasada con la que ya sonaba en el salón.
Pero a pesar, de esos pequeños detalles que hacían un poco menos monótona mi estadía en el baile, no dejaba de pensar en Amalie ni uno solo segundo. Mis ojos iban inconscientes hacia donde ella estaba, y me tensaba sin poder controlarlo cada vez que alguien se le acercaba para una invitación a bailar, las que gentilmente se reusaba a aceptar. No podía dejar de admirar la clase con la que Amelie rechazaba las tímidas invitaciones a bailar de los cortejantes que la rodeaban. Parecía estar en su elemento, floreciente como una flor primaveral en todo su esplendor. Y yo me preguntaba qué había sido de esa señorita falta confianza que parecía tímida, torpe y completamente fuera de lugar el día que nos conocimos.
La respuesta me llegó muy pronto, de boca nada mas y nada menos que de su propia tía que la tildo de envidiosa y malagradecida. Pero no fue a la única persona que oía hablar mal de ella. Cuando pregunté lo mas casual que pude, sobre mi amigo Lord William, me dieron a entender que el pretendía a Amelie, pero al parecer nunca había pasado a mayores, además siempre que hablaban ella estaba con una acompañante , hasta le había rechazado una día una petición de baile, que según me comentaron no era muy común en ella, pues le gustaba mucho bailar. Aunque parece que hoy ha hecho también una excepción, no he tenido el placer de verla bailar ni una sola vez.
Que su nombre tuviera las iniciales del pañuelo y la carta de que tenía William, y que viviera el mismo barrio que el frecuentaba para reunirse con la chica, no podían ser una mera casualidad. Y yo no creía en las casualidades, por lo que cuando me presentaron a su tío lo invite inmediatamente a formar parte de uno de mis negocios, de los cuales muchos de los presentes querían participar. Era evidente que el respetado juez era un hombre ambicioso. Y como lo predije quedo en cantado con la propuesta y sobre todo con las ganancias que iba a obtener.