El secreto de Anubis

Capítulo 4

Capítulo 4

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una hora y media más tarde estaba identificándose en el control de accesos. Enseñó su carné profesional a la funcionaria que, al otro lado de la mampara de seguridad, se mordía el labio inferior recorriendo el cuerpo de Dóminic de arriba abajo con total descaro.

Tras realizar las pertinentes comprobaciones y verificar su identidad en la base de datos, aquella acalorada mujer castaña, de ojos saltones y mirada lasciva, apuntó lo que parecía su número de teléfono en un pequeño papel blanco que le entregó junto con la acreditación para visitantes.

—Adelante, inspector —ronroneó.

Dóminic recogió la acreditación y el pequeño trozo de papel, que inspeccionó un segundo antes de guardarlo en el bolsillo delantero de su pantalón, y se colgó el pase para las visitas al cuello sonriéndole a la funcionaria.

—Gracias.

Accedió a un pasillo, iluminado por amplios ventanales, en el que un funcionario lo esperaba junto a la entrada para dirigirlo hacia el despacho del director.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, tras recorrer la amplia e impoluta zona de oficinas y aguardar en una acogedora sala de espera —digna del mandatario de una institución financiada en un ochenta por ciento por capital privado—, entró al despacho del máximo responsable de aquel agujero. Una auténtica oda al lujo y la ostentación, con espectaculares vistas a la pradera de un valle, pastado por toros de lidia, con las montañas de la sierra nevadas como marco de fondo.

—Buenos días, inspector Dwayne.

Un hombre de porte regio, entrado en años, con el pelo canoso engominado y peinado hacia atrás, mirada turbia, fingida sonrisa y traje hecho a medida salió con aire de monarca tras la majestuosa mesa de madera de su despacho, situada delante del gran ventanal.

—Mi nombre es Leopoldo Rivas. —Le tendió una mano que Dóminic estrechó con firmeza—. Me han dicho que quería hablar conmigo. —Alzó el brazo en dirección a una de las dos sillas situadas frente a la gran mesa. De buena calidad, pero de tamaño y altura inferior al sillón que ocupó cuando Dóminic tomó asiento.

Una decoración intimidatoria, diseñada para amedrentar a quien ocupara las sillas frente a su mesa, pero que debido a la envergadura de Dóminic, en aquella ocasión, no iba a servirle de mucho.

—Vengo a que me explique qué demonios ha pasado esta mañana en el comedor de su centro penitenciario.

—Supongo que se refiere al pequeño incidente provocado por la reclusa 9655.

—¿Pequeño incidente? —Enarcó ambas cejas—. Curioso término para referirse a una pelea entre seis reclusas, de las cuales, una de ellas, por lo que tengo entendido, permanece en la enfermería a la espera del traslado hospitalario.

—Nuestro pan de cada día. —Se encogió de hombros. Apoyó los codos en la mesa, alzó los dedos índices y se los llevó a los labios—. En este penal convive escoria de todo tipo, inspector. Usted mejor que nadie debería saberlo. Durante años nos ha surtido de joyas preciosas que dan fe de ello. —Señaló a Dóminic con las manos cruzadas y sus rechonchos dedos índices extendidos—. Es normal que surjan diferencias entre las reclusas. Pequeñas desavenencias que la gente civilizada, como usted y como yo, arreglaría sin necesidad de llegar a las manos, pero que ellas arreglan como lo que son: animales.

—Tenga cuidado con sus palabras y los términos en los que se refiere a esas mujeres. Le recuerdo que, entre esas reclusas, tiene usted a una de las mejores inspectoras de Homicidios del país.

—La típica representante de la ley que de tanto caminar sobre la fina línea que separa la legalidad de lo ilícito, terminó por difuminarla.

—La inspectora Reina es inocente —gruñó entre dientes.

—Como todas las que están aquí. —Sonrió lobuno.

—¿Dónde está? —Apretó la mandíbula, contenido.

—En aislamiento. Por supuesto.

—Quiero hablar con ella. —Hizo amago de levantarse de la silla dando por concluida la conversación.

—Me temo que eso no va a poder ser. —Dóminic volvió a acomodarse—. Que estas mujeres se comporten como animales no implica que en nuestras instalaciones se permitan este tipo de conductas. La reclusa 9655 permanecerá en aislamiento al menos tres días. Le han sido revocados, además, los permisos para salir al patio y recibir visitas.

—¿Está prohibiéndome ver a una reclusa cuya sentencia se encuentra pendiente de revisión, clave, además, en una investigación abierta?

—Entienda que por muy bien considerada que sea la reclusa 9655, tanto por el juzgado como por la institución que un día representó, para nosotros no es más que una presa con…, digamos…, ciertos privilegios y recursos que garantizan su seguridad en nuestras instalaciones.

—¡Y una mierda! —Le dio un puñetazo a la mesa.

El director de la prisión frunció el ceño, malhumorado.

—Siento que nuestra política no sea de su agrado, inspector. Pero Bryana Reina fue condenada por varios delitos de sangre, llevados a término con una escrupulosa violencia y un ensañamiento sin precedentes. Salvo que llegue una orden del juzgado, que la exonere de los cargos por los que fue condenada, recibirá el mismo trato que el resto de las alimañas que custodiamos en este centro en colaboración con las fuerzas y cuerpos de seguridad de los que usted forma parte, inspector Dwayne.




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