El secreto de Jaime Mcfill - El interno 515

El oscuro sitio. Iré por Koha. -

Era hora de saldar cuentas con el pasado. Debía ir por

 

Koha. Ella lo era todo para mí.

 

 

 

 

Entre sin pedir ningún tipo de permiso. El director con su extenso bigote parecía querer señalar algo, y observaba los cuadros. Al entrar en su sala, dio media vuelta a su silla, y se levanto de ella con las manos detrás de él como pensativo. –

 

- Bienvenido interno 515, Jaime McFill, muerto hace ya años, cuya vida continua en manos de un alma que no quiere irse ¿Sabe lo que ha hecho? -

 

Usted es el culpable de todo este meollo – Le dije. –

 

- Tú te entrometiste donde no debías. – La voz del hombre parecía transformarse. –

 

- Ustedes me han dejado con vida. No me mataron. –

 

- El príncipe lo hizo, solo que no pudo completar aquel entuerto, y tú escapaste. Y ahora Koha te ha soltado, maldita bestia. –

 

- La bestia la crearon ustedes, y tu plan de enviar a los demonios a una tierra para sembrar odio y muerte.

 

- Usted. No sabe lo poderoso que es todo lugar.

 

- ¿Por qué te metiste en éste negocio? – Le pregunté con rabia. –

 

- Porque la curiosidad me dio lugar llegar a ellos. El príncipe estaba allí, y me señaló.

 

 

 

 

El director se acercó a mí e intento morderme la piel. Su rostro estaba desdibujado, y sus ojos se enrojecían como si algo lo estuviera poseyendo en su interior. Lo contuve con todas mis fuerzas, pero me arrojó hasta una la biblioteca en la cual me golpee bruscamente. –

 

- ¿Vez el poder? ¿Los sientes no?

 

 

Dentro de mi inconsciente, percibí la sed de querer destruirlo, y cuando él se abalanzó directamente ante mí con mi mano penetre su carne hasta llegar a su corazón, y allí lo apreté tan fuertemente que mis lentes se empañaron en la respiración del director que caía en mis brazos.

 

- Hiciste bien que quebrar ello. Podía haber sido peor interno 515, podía haberte destruido, y continuar con el hospicio.

 

- No debería haber ocurrido tanto. –

 

- ¡Ah! Entre aquí queriendo hacer un centro, y me encontré con un pasado lúgubre del cual construyeron la iglesia. Esta tierra fue el campó de batalla entre el bien y el mal, y lo volverá a ser el día del juicio. Toma tu cruz, esa que te salvo cuando eras un niño, y olvida todo.

 

- No puedo, ¿dónde está Koha?

 

- Olvídala. Ella no es de tu mundo. Ella pertenece al orco. Si vas por ella, no podrás regresar. Nadie regresa.

 

- ¿Y usted?

 

- Descansaré, mientras todas las sensaciones de lo que fui regresan a mí. - Iré por Koha ¿Cómo llegar al agujero? ¿Dígamelo?

 

- Llegarás, en cuanto me desvanezca.

 

 

El director estaba casi moribundo, y en su agonía, una luz se fue esparciendo. Era como un rayo que rompió el vidrio de la ventana y se dirigió a las afueras de la

 

 

 

 

entrada del parque, ingresando a lo hondo de la tierra. Mientras su cuerpo desaparecía sin nada que decir y hacer. El hedor del azufre se esparcía por toda la habitación, y al salir Jaime pudo verificar que todo estaba a oscuras, solo estaban él, y su alma que se sobresalía de él. Jaime no sabía cómo luchar, y recordó que en la habitación del director, había un arma. Era una cuchilla filosa de plata, que en sus imágenes del sótano la había visto. Fue por ella. Toma el arma le dijo el alma. El sotano fue un universo aleatorio de inverosimiles factores. el cuchillo fue uno.

 

- ¿En qué lugar estará? – Se preguntó. –

 

Dio justo con ella, cuando el cuadro de la imagen del director en su mirada señalaba la gaveta de su escritorio. Era algo tan filoso como una daga, pero era suficiente para un asesino. Pues Jaime era ello un asesino. Fue rápidamente a las afueras del hospicio Dyers, y en el parque se arrodillo en una plegaria silenciosa. Luego de concluir se mantuvo allí meditabundo por todo lo sucedido. El instante que desapareció el director, su otro yo regresó a él, y su alma lo contemplaba como aquel que antes del asesino.

 

Arrodillado en un suelo lleno de fango no podía dejar de cavilar en mi cien que soy una verdadera amenaza. Deseaba irme, pero primero debía liberar a Koha, y no me importaba ser lo que fuera con tal de que ella estuviera bien ¿Quién era? Pues no sabía ¿Quién era? En medio de la noche mi alma que se había desprendido de mí. Ese ser grotesco en apariencia, tenía más humanidad que la que tengo.

 

- Jaime no te culpes. Estamos ambos metidos en ésta jaula. Tú, un muerto viviente, y yo un alma en pena que busca desprenderse de ti con esa pizca de energía que posees, y es mi libertad. Y ahora te has enamorado de una mujer.

 

- ¿Qué haremos? - le dije llorando.

 

 

 

 

- ¿Qué haremos? - Incesantemente repreguntábamos llenos de hipótesis sin disipar. Mi alma lo pensó sin dudarlo

 

- Haremos lo que tu corazón dicte.

 

 

Al escucharlo atentamente lo miré a sus ojos y le pregunté

 

 

- ¿Iremos por Koha? Mi alma asintió

 

- Iremos por Koha, Jaime. Iremos por ella.

 

 

- ¿Y los demonios?

 

 

- Los enfrentaremos ¿Es así no?

 

 

- Es así como se vence al miedo. - Le dije

 

 

- Es así como se manifiesta el amor. – Dijo

 

 

Y me levante del suelo y fui directo al punto en el cual había desaparecido el rayo en el cual el director se hizo humo.

 

Era una noche sin estrellas, sin constelaciones. Nada que pudiera ser un índice de luz en lo fugaz del cielo.




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