El secreto de Jaime Mcfill - El interno 515

No es un final, sino un comienzo. -

No terminaría, sino que empezaríamos de

 

nuevo. De eso se trata. -

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al despertar, esa dama de cabello rosado y de ojos color ámbar estaba a mi lado, y junto a ella mi alma. Ella me abrazaba. El parque no era el mismo. Era un descampado, y una construcción semi destruida. De la fuente salían burbujas que explotaban. Eran las almas encarceladas que se retiraban luego de años de estar confinadas.

 

- Amor estas bien. Lo lograste ¡Viviste!. –

 

- Pero ¿Cómo? – Le pregunté, mientras me tomaba la cabeza por cierto dolor.–

 

- La cruz que había evitado que Boldor capturase tu alma ahora te salvaba nuevamente.

 

Al observarme me froté con mi mano derecha el pecho, y allí estaba. La tomé, y la vi sigilosamente. Detrás de ella una inscripción. Para ti que eres la reencarnación de una guerra que has ganado.

 

- Lo entiendes. La cruz pertenece a la gran guerra batallada, y fue a tus manos desde Octavio a ti.

 

 

- ¿Entonces vencimos? Pero estoy vivo ¿No he muerto? – Mientras hablaba

miraba mis manos, mi cuerpo. En mis lentes se reflejaba el matiz de Koha feliz, y regocijante. -

- Si, y tu alma también. Y decidió quedarse por orden divina, como lo he decidido yo.

- Ya puedo regresar a ti Jaime, y vivir una vida digna, ya no necesito irme de tu lado. – mi alma lo decía con elocuencia. Estaba en condiciones óptimas. Ya no era esa sombría pieza elemental de luctuosa forma. Era mi alma como debía ser.

- Y yo ya no tengo donde ir, Jaime. Ya no puedo pertenecer al abismo. Y tampoco iré – Y señala al cielo – He decidido quedarme contigo. Soy esto que vez. – Y se remarcó desde los pies a la cabeza. No estoy ni

abajo, ni arriba. Estoy aquí. Aquí mismo, frente a ti, Jaime. – Su

sinceridad era tan bella como su corazón que podía sentirlo; que elocuencia. Era ella, en verdad.

Koha se incorporó del suelo; se alejó unos centímetros, y me contuvo con el mismo efecto. Me levanté y me acerqué a ella.

- Tú eres lo que busco para mí, y no me importa lo que hayas sido, y seas ahora. Eres la mujer que amo. – Sin pretextos de ningún tipo la besé. Entonces en ella se veía desde su extensión de ese bello cabello rosado Una figura, que era de un colorido ámbar como sus ojos. Y tenía una esplendida forma, y pronto se unió a mi alma. Era el alma de Koha. El cielo le había permitido tener un alma. Ser alguien. Ser Koha.

- ¿Y ahora? - Me comenta ella, luego de sonreír por el beso.

- Ahora es nuestro tiempo - Y le señalé hacia el horizonte, y ella me abrazó fuerte, porque así debía ser.

 




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