Samuel observa la forzada sonrisa de su jefe, nota su nerviosismo, pero se mantiene sereno y serio escuchando lo que le dice.
Incómodo, Manuel carraspeó como si algo quisiera decir, pero prefiere evitarlo. Teme que su nuevo trabajar, que lo contempla con atención, piense que está loco o inventando cosas inverosímiles.
¿Es mejor decirle la verdad o que él mismo lo descubra? No sabe qué hacer y por eso no puede evitar sentirse más inquieto sin pasar desapercibido para el hombre más joven. Si se lo dice puede huir como su anterior editor, ¿y qué haría en ese caso? ¿Tomar él mismo la tarea de encargarse de Luciano? De solo pensarlo sintió escalofríos. Con un pañuelo se secó la frente, no puede dejar de sudar en tan solo pensar en eso.
—Bueno, ahí está su dirección y sus datos —le entrega una carpeta—. Muy buena suerte.
Le dice mientras lo despide desde la puerta de su oficina.
—Sí, la necesitarás —dice otro haciendo que todos se larguen a reír, excepto su jefe que los hace callar con una mirada asesina.
Samuel arrugó el ceño ante la actitud de sus nuevos compañeros de trabajo, pero prefiere guardar silencio y salir rápidamente en dirección del lugar señalado por su jefe.
No puede evitar el mal presentimiento que lo embarga, por lo que coloca algo de música dentro de su pequeño auto y conduce alejándose de la ciudad. Luciano vive en una zona muy alejada de la ciudad, casi un lugar campestre rodeado de árboles y poco tránsito.
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Detiene su vehículo en una casa de rodeada de altos muros grises y un negro portón, se baja del auto observando lo alto que son los muros y arruga el ceño al ver el cerco eléctrico, al parecer su dueño no es muy amigo de las visitas. Toca el timbre varias veces, pero nadie contesta, vuelve a tocar en forma más insistente.
—¿Sí? —responde una voz varonil.
—Buenos días, soy el nuevo editor de Luciano Alcaraz, vengo a presentarme y ver el estado de su trabajo —respondió con seriedad mostrando su tarjeta que lo identifica como funcionario de C & I.
Hubo un momento de silencio antes de recibir una respuesta.
—Está bien, pase adelante —y dicho esto el portón se abrió con lentitud.
Samuel subió a su auto y condujo al interior.
Un extenso jardín que luce descuidado, con maleza que cubre casi toda la vegetación, hojas secas y acumuladas, y una entrada a la casa que parece que no ha sido barrida en meses, lo hizo tensar un poco su rostro.
Tal vez este escritor es uno de aquellos huraños que les gusta vivir encerrados, lejos de todos, aunque por su aspecto, es lo contrario a lo que esperaba, al final al parecer es como un escritor encerrado en cuatro paredes que no le importa el exterior, ni siquiera su propio jardín.
Desciende del auto tomando sus carpetas y se dirige a la puerta, aun con esa idea en la cabeza y recordando el nerviosismo de Manuel y las bromas de sus compañeros de trabajo ¿Será que esta es la razón por la que otros editores evitan trabajar con este escritor?
Mientras camina no puede dejar de mirar a su alrededor y lo desolado que se ve el lugar, cualquiera diría que ahí no vive nadie, si no fuera por la persona que le respondió en la entrada de esta casa hubiera creído que es un lugar abandonado.
Suspiró al estar frente a la puerta, calmando su ansiedad, debe ser profesional y no dejarse aminorar por lo que está viendo. Luego de dos golpes la puerta fue abierta con ímpetu, siendo recibido por un hombre que solo lleva una toalla cubriéndole desde la cintura hacia abajo, dejando ver sus bien trabajados pectorales y secando su húmedo cabello con otra toalla.
—Pasa —le sonríe en forma seductora sin dejar demasiado para la imaginación, ya que la toalla que lleva a la cintura solo por un par de centímetros no le muestra lo que lleva escondido.
Es inevitable para Samuel no sentirse incómodo ante tal espectáculo, pero desvía la mirada tosiendo y tomando las carpetas las presionas contra su cuerpo. Por sus fotos sabe que está frente a Luciano. Cuando levanta la mirada nota que este lo contempla fijamente.
—Bonita figura, algo delgado, eso sí, pero tienes unos bonitos ojos —le sonríe en forma galante, entrecerrando los ojos insinuantes.
—Señor Luciano —se coloca serio e incómodo por la actitud de aquel hombre—. Vengo a hablar de sus escritos y...
Pero el hombre que ahora se ha acercado bastante le levanta el mentón contemplando la sorpresiva mirada del más joven. No dice palabra alguna, sus ojos solo están atentos a los labios de Samuel, quien los mueve como si buscara decir algo, pero las palabras no salen de su boca, sorprendido por la desfachatez de aquel individuo.
—¿A qué sabrá el néctar de aquellos labios vírgenes que parecen suplicarme? —susurró acercándose a Samuel.
El joven editor al reaccionar ante su inusual comportamiento le dio un empujón con fuerzas.
—Le pido que mantenga su distancia si no quiere que me vea obligado a usar mis puños—lo amenaza incómodo con el ceño arrugando.
El hombre se queda mirándolo anonadado, y sonríe hasta comenzar a reírse, dejándolo libre y alejándose para secarse el cabello.
—Uhm... Bien, vienes solo a trabajar.
Sonríe mientras enciende un cigarro y toma asiento en el sofá con una tranquilidad inesperada luego de lo que acaba de pasar. Su cabello despeinado lo hace lucir distinto, tal vez con un dejo de salvajismo que es imposible no admirar. Samuel desvía la mirada intentando pensar en otra cosa que no sea en ese hombre desnudo que solo cubre su intimidad con una toalla pequeña como esa.
—¿Quieres revisar los borradores? —le pregunta dejando salir de su boca una bocanada de humo.
—Sí, a eso vengo —respondió de inmediato, aliviado de que al fin van a hablar del tema que le concierne.
—Bien, espera aquí, iré a buscar a Luciano —se aleja hasta estar frente a las escaleras—. ¡Luciano, tu nuevo editor está aquí!