César:
Entré a la casa y me sorprendió que mis niños esta vez no corrieran a recibirme. Llevaba dos días fuera del país en una reunión de negocios, algo normal en mi trabajo. En la sala me esperaba Margaret, mi esposa, con el bebé Ares en brazos, un hermoso bebé de seis meses, con ojos verdes como los míos, piel blanca, unos cachetes rosados y pocos cabellos negros en la cabeza.
—Mira quien ha llegado —pronunció Margaret acercándose a mí con una enorme sonrisa en los labios. Besé la frente del bebé y los labios de mi esposa. Parecía tener la vida perfecta, a mis treinta y ocho años era el segundo hombre más rico del país. Era el CEO de la reconocida empresa tecnológica "Gis Duarte ", la principal del país, el 90 por ciento de los contratos tecnológicos en el país lo tenía mi empresa. Vivía en una enorme mansión con mi esposa, una mujer hermosa con la cual me casé cuando tenía 25 años y a la cual aún amaba profundamente y con mis tres hijos: Sofía, Santiago y el bebé se llamaba Ares. Los amaba a los tres por igual. Margarte y yo adoptamos a Sofía y a Santiago hace seis años, solo eran bebés acabados de nacer y abandonados por sus padres. Desde que Margaret y yo nos casamos soñábamos con ser padres y tener una familia numerosa, tras varios años intentándolo sin lograrlo decidimos adoptar y por suerte encontramos a los gemelos, dos pequeños que se ganaron nuestro corazón desde que lo vimos por primera vez.
—¿Y los niños? —pregunté asombrado de su ausencia.
—En su habitación cariño—respondió Margaret. —Ares y yo te extrañábamos mucho—sonrió.
—Por qué Sofía y Santiago no salieron hoy a recibirme—pregunté. Ellos siempre esperaban frente a la puerta a que llegara de trabajar.
—Están haciendo la tarea con su niñera—respondió y salí de allí, subí las escaleras casi corriendo y llegué a la habitación de los niños, empujé la puerta y los pequeños estaban sentados en la cama dibujando, la niñera estaba a su lado.
—Papá, al fin has llegado—dijo Santi corriendo a abrazarme.
—Te extrañamos mucho—dijo sofía abrazándome también. Yo besé la frente de ambos y los abracé con fuerza.
—¿Por qué no estaban abajo esperándome como siempre? ¿Ya no quieren a su padre?
—Mamá nos castigó—pronunció Sofía.
—¿Por qué los castigó? —cuestioné. Ambos se cruzaron miradas y se encogieron de hombros, sin responder. Se mostraban algo asustados cosa que no era normal en ellos.
—¿Por qué su madre los castigó? —pregunté seriamente de nuevo.
—La verdad los niños llevan todo el día en la habitación, desde que usted se fue señor hace dos días a penas salen de aquí—intervino la niñera. Era una señora mayor de sesenta años, fue elegida por Margaret, la verdad todas las mujeres que trabajaban en la casa eran mayores de cincuenta años pues ella temía que alguien interviniera en nuestro matrimonio.
—¿Por qué? —pregunté lleno de dudas.
—La señora Margaret dice que los gemelos son muy ruidosos y que afectan el desarrollo de bebé Ares—cerré los ojos lleno de rabia, qué demonios estaba pasándole a mi mujer. Sofi y Santi eran niños muy educados, jugaban y retosaban como todos los niños de su edad pero eso no era motivo suficiente para que los mantuviera aislados todo el día, reclutados en su habitación. El bebé debía adaptarse a sus hermanos, pues conviviría con ellos toda la vida.
—Hablaré con su madre, bajen con la niñera y jueguen un rato en el jardín. Nos veremos en la cena y luego les mostraré todos los regalos que les trajede mii viaje a Japón—dije dando un paso para ir a buscar a Margaret y reclamarle.
—Señor—pronunció la niñera deteniéndome—me gustaría hablar algo con usted en privado.—Asentí, ella me siguió fuera de la habitación de los niños y junté la puerta al salir para que los pequeños no escucharan lo que su niñera quería decirme.
—¿Qué sucede? —cuestioné.
—No quiero molestarlo señor Duarte, ni causar problemas. He cuidado a los gemelos desde que tenían dos años y ya se han ganado mi cariño, pero me he dado cuenta que desde que el bebé Ares nació la actitud de su esposa hacia los niños ha cambiado—mis ojos se pusieron pequeños al escuchar eso y la miré atentamente, la cara de disgusto en mi rostro se hacía evidente.
—Por qué lo dice—cuestioné.
—A veces creo que le molestan los niños, siempre los mantiene lejos de ella y solo le dedica tiempo al bebé. La verdad a los gemelos no quiere ni verlos. —prosiguió.
—Margaret está muy estresada con el bebé, es un bebé. Pero adoramos a nuestros tres hijos por igual—afirmé, la verdad ni los niños, ni los empleados, ni nadie, además de Margaret, yo y nuestros padres sabían que los niños habían sido adoptados. Incluso yo lo olvidaba a veces, eran tan parecidos a mí, en todo, tan agradables e inteligentes que los adoraba completamente.—no debería insinuar ese tipo de cosas, son acusaciones demasiado serias—expresé defendiendo a mi esposa, ella siempre había jurado amar a los pequeños y hasta hace muy poco había sido una madre dedicada con ellos.
—No lo estoy insinuando señor, solo digo lo que veo, si se pasa un día completo en esta casa se dará cuenta de lo que le digo—agregó entrando a donde estaban los niños y yo fui a buscar a Margaret, debíamos tener una conversación bastante seria sobre el tema.