El secreto de nuestra niñera

Capítulo 2: No queremos irnos lejos

Entré a la habitación del bebé que estaba frente a la nuestra y allí estaba Margaret mirándolo dormir.

—Si se ha dormido ahora, no nos dejará dormir en la noche —pronuncié y ella sonrió.

—Es tan lindo cuando duerme, ¿lo has visto? Es idéntico a ti, César —murmuró tocando su manito—. Tiene tus ojos, tus manos, la forma del rostro. Cada vez que lo veo recuerdo cuanto nos amamos y con cuánto amor lo hicimos —se acercó abrazándome, yo suspiré.

—Quiero que hablemos de algo Margaret. —me miró asombrada.

—¿Margaret? —preguntó, casi nunca solía llamarla por su nombre y mi teléfono comenzó a sonar, suspiré al ver que se trataba de una llamada que no podía rechazar pues era de la empresa.

—Horita hablamos cariño—dije saliendo de allí para atender la llamada, pasé casi una hora al teléfono y cuando terminé algo frustrado y con dolor de cabeza fui a ducharme y bajé a las seis para cenar, todos los días cenábamos a esa hora juntos. Me quedé helado al llegar al comedor y ver allí sentada a Margaret, al lado estaba bebé Ares en su cochecito pero ni Santiago ni Sofía estaban allí. Ya me parecía demasiada coincidencia lo que me dijo la niñera y lo que estaba viendo.

—Te estábamos esperando, mi amor—dijo Margaret al verme llegar.

—¿Dónde están los niños? —cuestioné disgustado.

—Están cenando en la cocina—la miré lleno de rabia y aún así esperaba que tuviera una explicación lógica para ello y que la niñera no tuviera razón.

—¿En la cocina? ¿Por qué no están aquí cenando con nosotros? Como hacemos todos los días. —reclamé.

—Porque quería que cenáramos solo nosotros mi amor —dijo con voz suave, su tono de voz era bajo y su voz dulce, pero sus palabras me enojaban demasiado—tú, yo y nuestro hijo—sonrió.

—¿Qué demonios está pasando aquí Margaret? Quiero una explicación ahora—reclamé enojado.

—Ahora somos una familia César, tenemos un hijo.

—¡Tenemos tres hijos! —grité golpeando la mesa y el bebé comenzó a llorar—Sofía, Santiago y Ares, los tres son nuestros hijos por igual.—ella se puso de pie y tomó al bebé intentando calmarlo.

—Adoptamos a esos niños porque pensábamos que no podíamos tener hijos o lo olvidas. —mencionó.

—¡Adoptamos a esos niños porque desde que los vimos se ganaron nuestro corazón! —golpeé la mesa nuevamente alterado y ella saltó del susto.

—¿En qué te estás convirtiendo? —preguntó derramando unas lágrimas y se fue con el bebé de allí. Yo salí de allí hacia la cocina a buscar a los niños, estaban sentados en la mesa donde cenaban los empleados en la cocina cenando silenciosamente y la niñera los miraba sentada desde un banquito mientras cenaban.

—Hola papá—dijo Sofía al verme.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté sentándome a su lado. —Su lugar no es aquí. Ustedes son mis hijos, mis herederos. Su lugar es allí con nosotros—señalé el comedor.

—¿Por qué mamá ya no nos quiere? —preguntó Santiago y eso me comprimió el corazón.

—Sí los quiere—intenté ocultarles la dolorosa verdad, para la que ni siquiera yo tenía una respuesta—solo que ha estado muy ocupada últimamente con el bebé.

—Ya no juega con nosotros—dijo Sofía—ni le gusta que le hablemos.

—Tampoco quiere que cenemos junto con ustedes—agregó Santiago.

—Papá prometemos que nos portaremos bien de ahora en adelante—dijo la niña abrazándose de mí. —No haremos ruido, ni despertaremos al bebé

—Tampoco ensuciaremos nuestra ropa, ni la casa—agregó el niño.

—Pero por favor no queremos irnos lejos de ustedes—agregó la pequeña.

—Nada, ni nadie los apartará de mí—dije abrazàndolos a ambos, no sabía que estaba pasando con mi esposa, ni por qué había cambiado tanto con los niños desde que nació el bebé, incluso hoy se atrevió a decirme que Santi y Sofía eran adoptados cuando una vez prometimos que haríamos de cuenta de que eran nuestros hijos legítimos. Iba a hablar con Margaret seriamente porque esta situación se tenía que acabar. Tomé la mano de cada uno de los niños y los llevé al comedor, me senté con ellos y cenamos los tres juntos. Cuando terminamos fui hasta su habitación y me acosté junto a ellos. Les leí una historia hasta que se durmieron cada uno encima de uno de mis brazos. Me levanté con cuidado y besé la frente de cada uno con cariño, eran mis hijos, yo era su padre y nada iba a cambiar eso, apagué la luz y fui hasta la habitación del bebé, estaba dormido y estaba solo, salí de allí debía encontrar a Margaret y hablar seriamente con ella.

Hola, empezando una nueva historia ¿qué opinan de Margaret? Pobres niños al menos tiene un padre que los quiere. Actualizaré interdiario...




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