—Señor César—exclamó la secretaria de este entrando a su oficina—hay una mujer fuera que quiere verlo
—¿Qué mujer? —cuestionó.
—Una tal Melissa—respondió la chica.
—Soy yo—interrumpí entrando a donde este estaba. Había pasado seis años lejos de mis hijos y no iba a pasar ni un segundo màs. Además la primera impresión que me había llevado de la madre adoptiva de los pequeños había sido la peor, una mujer odiosa y agresiva, sin educación y sin sentido común. Sin embargo César parecía un hombre razonable.
—¿Qué haces aquí?¿Los niños están bien? ¿No deberías estar cuidando de mis hijos?... Espera ¿cómo sabes que trabajo aquí? —cuestionó
—Señor su esposa me dijo que no necesitan niñera y no me dejó siquiera entrar a la casa. Señor necesito este trabajo—junté mis manos, él me miró inseguro, debía contarle una historia triste de por qué necesitaba ese trabajo para que no viera como una locura todo lo que estaba haciendo o podría sospechar.
—Mi padre está enfermo y necesito el dinero, los pagos del Hospital son muy altos.
—¿Qué tiene tu padre?—preguntó.
—Cáncer en estado terminal—respondí y la verdad era de eso que había fallecido mi padre.
—No se preocupe, el trabajo es suyo—respondió—Vamos a casa creo que debo hablar con Margaret—dijo y asentí.
—Gracias—pronuncié. Él me miró algo confundido
—¿Cómo sabías que trabajo aquí? —tragué en seco quedándome en duda. Lo sabía porque lo había investigado, a él, a los niños, a su esposa e incluso a su niñera. Pero obviamente él no podía saber eso.
—Yo... Su antigua niñera me lo dijo—sonreí.—es una buena mujer verdad—él se quedó conforme y entramos juntos al elevador. El aire se tornaba pesado, nuestras miradas se cruzaron un par de veces y pude entender el afán de Margaret de que todas las empleadas de su casa fueran personas mayores. César era un hombre atrayente, alto, fuerte, elegante, apuesto, su voz algo ronca y dominante era extremadamente sexi, sus ojos café atrapaban la atención de cualquiera a su alrededor, su mirada era penetrante y misteriosa, sus manos grandes y eso solo por hablar de los detalles físicos, porque hasta donde sabía tenía una exagerada cuenta bancaria y era uno de los hombres más ricos del país.
—¿En qué trabajabas antes de proponerte como niñera de mis hijos?
—En una guardería—respondí.
—¿Cuál? —preguntó.Yo tragué en seco, recordando el nombre de la guardería que quedaba cerca del Hospital donde trabajaba realmente.
—Happy Family —respondí.
—¿Qué tiempo?
—Dos años—respondí.
—¿No estudiaste?—siguió interrogándome y no era para menos ya que me dejaría a cargo de sus hijos.
—Sí—balbuceé, no lo niego, la voz de César me ponía algo nerviosa.
—¿Qué estudiaste?¿te graduaste?
—Estudiaba medicina, pero mi padre enfermó y lo dejé para buscar un trabajo y comenzar a ayudarlo—por suerte respiré aliviada que la puerta del elevador se abrió. Entré a su auto y fuimos juntos a la casa. Caminé tras él hasta la sala, su esposa estaba allí con el bebé, un niño pequeño bastante parecido a ella.
—Cariño que suerte que estás aquí—pronunció ella.
—Margaret —suspiró él. Se notaba cansado, agobiado y yo suponía que era de cumplir los caprichos de su esposa. Si de algo me había dado cuenta al investigarlos es que Margaret era muy caprichosa y hostigante, al punto de que varias empleadas habían renunciado por esa razón—Te presento a la nueva niñera, ella es Melissa—yo sonreí en forma de saludo, tampoco es que tuviera interés en caerle mal desde el principio.
—Artur no necesitamos una niñera, puedo cuidar de los niños.
—Ya es una decisión tomada—exclamó él—Los niños necesitan alguien que los cuide. No me hagas perder màs tiempo—miró su reloj—tengo mucho trabajo.
—Podemos buscar otra niñera, ella es muy joven, dudo que tenga experiencia tratando con niños y cuidándolos. Mis disculpas—se dirigió a mi—no tengo nada en tu contra ni siquiera la conozco pero dudo que una mujer de tu edad tenga la capacidad física y mental para cuidar de dos niños—sus palabras me llenaron de ira e indignación, más que nada porque esas fueron las palabras que me dijo mi padre cuando me dio la noticia falsa de que mis bebés habían muerto. Literalmente me dijo: Lo siento cariño pero Dios sabe lo que hace, eres aún una niña con un mundo por delante, solo dieciocho años, no tienes la capacidad física y mental para cuidar de dos niños.
—¿Y usted tiene la capacidad física y mental para ser madre? —pregunté—nunca había visto una madre quedarse inmóvil mientras su hijo se está ahogando—mis palabras la hicieron odiarme aún más de lo que ya lo hacía. Primer día en esta casa y ya tenía un enemigo a muerte y nada màs y nada menos que la señora de la casa.