—Pero quién demonios se cree esta aparecida para venir a darme a mí lecciones de maternidad—gritó Margaret enojada y el bebé al escucharla comenzó a llorar. Yo hice silencio y César intervino.
—Es la nueva niñera, ¡ya basta! Por favor, me haces perder el tiempo, últimamente cuestionas todas mis decisiones—exclamó él algo enojado y su actitud a primera vista me dejaba muy claro que Margaret también estaba acabando con su matrimonio.
—Amor—pronunció ella en un tono bajo totalmente diferente al darse cuenta de que su esposo ya estaba completamente enojado. Él suspiró ignorándola y dirigiéndose a mí.
—Yo te contraté—pronunció dirigiéndose a mí—solo sigues mis órdenes y la única persona que puede despedirte soy yo ¿entendido?—cuestionó y yo asentí mientras la señora se quedó perpleja pero no se atrevió a decir nada más—Acompáñame, te presentaré formalmente a los niños —exclamó César—. No sé si hallan despertado ya, los domingos suelen levantarse tarde—agregó y yo caminé tras él—Por cierto, disculpa lo de antes—dijo apenado mientras subíamos las escaleras y bajé la mirada.
—Todas las parejas discuten—opiné sonriéndole amablemente tampoco podía decirle que me parecía que su esposa era una víbora ponzoñosa o me despediría.
—Debe ser eso—acomodó su corbata deteniéndose frente a una habitación que imagino era la de los niños, incluso él estaba dándose cuenta de que su matrimonio se estaba quebrando pero no iba a decirle eso a una extraña. —Es aquí—pronunció abriendo la puerta y allí estaban, mis dos pequeños acostados en su cama viendo la televisión. Sentí tanta ternura al verlos, y a la vez tanta nostalgia pensando en todos los momentos lindos que perdí al lado de mis hijos en todos estos años. No pude tenerlos en brazos ni siquiera una sola vez, ni escucharlos llorar. No sabía cuál fue su primera palabra, qué le gustaba, si preferían el frío o el calor, ni cuál de los dos dio sus primeros pasos primero, ni siquiera sabía cuàl era el sonido de su voz, su olor, cómo se sentían sus abrazos, qué le gustaba comer o qué color preferían. Y no lo niego tenía terror de que me rechazaran y de que no llegaran a quererme.
—Niños les presento a Melissa, ella será su nueva niñera a partir de hoy.
—Hola niños—sonreí moviendo mi mano ellos me estudiaron con la mirada.
—Hola Melissa—dijo Sofía.
—¿Dónde està María? —preguntó Santiago.
—María renunció, pero a partir de ahora Melissa los cuidará—les explicó su padre.
—¿Por qué? María era buena. —se cruzó de brazos Santiago. Su padre se acercó a ellos y se sentó en la cama despeinando a Santiago.
—Vamos Santi, Melissa también es buena—afirmó César—solo tienes que darle una oportunidad de conocerla. Además Melissa es muy valiente. Ayer, cuando tu hermana cayó en la piscina, fue Melissa quien la salvó.
—¿Sabes nadar? —preguntó el niño entusiasmado.
—Sí y tú sabes. —respondí algo nerviosa.
—Sí, Sofía es quien no aprendé—explicó y su padre me miró y sonrió.
—Papá mañana hay una reunión de padres —comentó la pequeña de la nada.
—Lo sé cariño, tu maestra me notificó. Su madre irá a acompañarlos y que Melissa también vaya y así la ayuda con el pequeño porque mañana tengo una reunión importante en la empresa. Yo me tengo que ir pero necesito un abrazo para que me den suerte—dijo mientras ambos pequeños corrieron a abrazarlos con fuerza . Los miré y por un instante sentí que sobraba. Los niños parecían amar a su padre, César parecía amar a sus hijos completamente, un padre dedicado y abnegado que se preocupaba por ellos, incluso hoy había dejado su trabajo para ir por los niños y eso me parecía completamente admirable.
—Ya debo irme, cuida bien de los niños y cualquier inconveniente márcame—dijo dándome una tarjeta de presentación —escríbeme un mensaje para registrarte—agregó antes de irse y así hice. Miré a mis hijos, allí justo en frente de mí y yo ni siquiera podía correr y abrazarlos fuertemente como deseaba. Mis ojos se nublaron e incluso me puse nerviosa ante su presencia.
—Sofía, Santiago, les prometo que nos llevaremos muy bien—me agaché frente a ellos, no podía dejar de mirarlos. Sus ojos café también estaban fijos en mí.
—¿Qué les gusta hacer? —pregunté.
—A mí me gusta dibujar y hacerle ropas a mis muñecas. —respondió la niña, ambos se parecían mucho a mí cuando era pequeña.
—Y a mí jugar fútbol—sonreí escuchándoles. Amaba sus voces y soñaba con escucharlos llamarme mamá.
—Vamos a hacer eso y muchas más cosas juntos.
—Tengo hambre—dijo la niña.
—¿Qué tal si vamos a desayunar? Deberían probar las galletas que sé hacer—les dije y por un momento olvidé que era solo y exclusivamente su niñera. Ellos me mostraron dónde quedaba la cocina y yo me puse a prepararles su cereal y unas galletas mientras le enseñaba cómo se hacían y ellos animadamente me ayudaban.
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—¿Cocinera o niñera? —una voz interrumpió lo que hacíamos y se trataba de Margaret.
—Mamá estamos haciendo galletas con nuestra nueva niñera—pronunció Santiago y la niña tomó una de las galletas corriendo hacia ella y ofreciéndosela.
—Pruébalas, están deliciosas —dijo la pequeña y ella tomó la galleta observándola con desprecio.
—No estuvo bien lo que hiciste hoy—dijo mirándome con rabia—Las decisiones en esta casa las tomo yo y ya te darás cuenta de ello. ¿Sabes lo que hago con las personas que no me agradan como tú? —dejó caer la galleta al suelo y la pequeña se cubrió los labios mientras ella pisoteó con desdén la galleta y la hizo añicos.
—Disculpe señora, no fue mi intención enojarla pero necesito este trabajo—pronuncié. Esa mujer no era de mi agrado y el sentimiento era mutuo; sin embargo, yo no había ido allí a pelear con ella, ni a buscarme nuevos enemigos, solo quería conocer a mis hijos, ganarme su corazón y cuando me quisieran llevármelos conmigo lejos de allí, donde pudiéramos ser felices los tres como siempre yo había soñado pero para eso también necesitaba ganarme la confianza de esas personas que los habían criado y lastimosamente Margaret era una de ellas.