César:
—César hace años no te veía beber así —exclamó Cris mientras tomaban en el bar que era a donde César se había ido enojado y sus amigos nunca solían decirle que no a ningún plan que conllevara alcohol o mujeres.
—Creo que desde que tuvieron los bebés. —dijo Robert—recuerdo que se fueron y volvieron a casa después de unos cuantos meses con esos bebés no te habías vuelto a quedar hasta tan tarde a beber—se burló, ni siquiera imaginaban que estaba cargado de problemas—. Nadie sabía que Margaret estaba embarazada y menos que tuvo a los bebés a los siete meses—exclamó y la verdad esa es la falsa historia que le contamos a todo.
—Decidimos tener a los bebés lejos del ojo público y por eso mantuvimos el embarazo en privado...
—Margaret es la mujer perfecta incluso sale embarazada y no se le ve la panza, eso sin contar lo abnegada que es con los niños—yo bajé la mirada. Fue abnegada hasta que el bebé nació, ahora ni siquiera yo la reconocía. Pero tenía una pequeña esperanza de que cambiara y que todo volviera a ser como antes. Como un tonto seguía creyendo que su cambio con los niños se debía al estrés que conllevaba tener un bebé de pocos meses.
—Que bueno tener un matrimonio así—dijo Cris—mi mujer no deja de joder, es todo el tiempo discutiendo.
—Ella tiene sus razones —se burló Robert—cada noche te vas con una mujer distinta que quiere que te de un regalo de bienvenida.
—No estaría mal. Además que hablas si tú eres igual que yo o puede que peor—exclamó Cris mientras yo estaba serio.
—Y a ti nunca te ha gustado otra mujer César, que sepamos nunca le has sido infiel a Margaret—exclamó Robert. La verdad desde que me casé con Margaret nunca le había sido infiel, sin embargo ahora que ellos preguntaban empezaba a pensar en Melissa, por un momento mi mente divagó imaginándola desnuda besándome frente al enorme espejo que había en mi habitación, se volteaba de espaldas dejando mucho que desear mientras veía sus preciosos labios carnosos en el espejo y la tomaba por el cabello.
—¡César! —exclamó Robert.
—¿Qué sucede?
—Demonios en qué piensas hermano que ni siquiera respondes—dijo Cris.
—En nada—respondí.
—¿Y? ¿Te han gustado otras o no? —volvió a preguntar Robert.
—Una cosa es que me hallan gustado, otra que me las haya llevado a la cama—ellos chocaron sus codos—si me ha gustado alguien—recordé por un momento mi vista recorriendo la silueta de mi niñera ese día que llegó a mi casa de imprevisto, ¿qué mierda estaba pasando conmigo? —Creo que sí pero no. Me tengo que ir—miré mi reloj y eran las dos de la mañana—Ustedes me vuelven loco—terminé de tomar la bebida que quedaba en mi copa y me dispuse a salir.
—Mañana harán una enorme fiesta en el bar, van a ver muchas mujeres. Ven y te nos une—dijo Robert.
—Gracias pero estaré ocupado—dije saliendo de allí. Tenía una familia y no quería lanzarla a la basura, no quería un divorcio y menos estar lejos de alguno de mis hijos.
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Melissa:
Los pequeños estaban desayunando para que yo los llevara a la escuela y luego daría una vuelta mientras esperaba la hora de la reunión de padres ya que César quería que acompañara a Margaret.
—¿Ya están listos? —preguntó César entrando al comedor y besando a los pequeños, nuestras miradas se cruzaron un instante.
—Ya solo nos falta desayunar—dijo el niño.
—Algo les falta—agregó él abriendo sus manos y mostrándoles unos pequeños reloj, uno rosado y uno azul—recuerden los que le dije, nunca olviden sus relojes son de la suerte y además para que recuerden que su padre siempre estará pendiente de ustedes.
—Gracias papá, no lo olvidaré màs—dijo la niña mientras su padre la abrazó.
—Ven tu también—dijo César y Santiago se acercó y él abrazó a ambos niños a la vez, si estaba segura de algo es que me costaría mucho llevarme a los niños y que olvidaran a este hombre, que si algo se podía decir de él es que se comportaba como un excelente padre, la verdad no puedo negar que sentía admiración por este hombre, apuesto, rico, con carácter, capaz de llenar de amor a dos pequeños que él sabía que no llevaban su sangre. Margaret entrò con el bebé.
—¿Y de tu hijo no te despedirás? —mostró algo de celos hacia los niños.
—Por supuesto que me despediré de todos los niños—exclamó besando la frente del bebé—Margaret no olvides ir a la reunión de padres en la escuela de los niños.
—Ya te dije que sí iría—afirmó y él salió sin despedirse de ella dejando mucho que pensar.
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Estaba en la escuela de los pequeños, ellos sonrieron al verme y corrieron a donde estaba.
—¿Y mamà? ¿Ya llegó? —preguntó Santiago.
—Aún no llega, podemos esperar un poco más —les dije.
—No creo que venga—pronunció Sofi. —ha estado muy ocupada con el bebé—su rostro se entristeció.
—Quizás venga, mientras la esperamos que tal si me muestran su escuela y me presentan a sus maestros—les dije dándole una mano a cada uno, me sentía tan feliz de poder estar a su lado.
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Margaret salió del baño envuelta en una toalla. August, su chófer la miró, desnudo desde la cama, cubierto por una sábana blanca. Ella tomó su vestido de encima de la cama y él lo sostuvo por la otra parte.
—Deja de jugar, ya debo irme—exclamó ella, él sonrió—ya obtuviste lo que querías.
—Muy rico y todo cariño pero nunca dije que eso era todo lo que quería.
—¿Qué demonios quieres entonces, August? —cuestionó ella indignada, cruzándose de brazos, pues estaba segura de una cosa: Su pequeña aventura con el chofer iba a traerle demasiados problemas.