—¿Cómo que de qué hablo preciosa? —cuestionó August y el rostro de Margaret palideció, algo indignada, algo preocupada por lo que él pensaba pedirle. Se quedó observándolo sin decirle nada, simplemente esperando que este hablara—si voy a estar lejos de mi hijo, por lo menos necesito dinero para sanar los daños emocionales que eso me va a causar.
—Eres un... —intentó hablar Margaret siendo interrumpida por su amante.
—Cuidado, mucho cuidado con lo que vas a decir, sea lo que sea eres peor que yo, mucho peor, tan solo mira como fuiste capaz de serle infiel a tu esposo, ese pobre hombre que da la vida por ti, yo solo soy su chofer, trabajo para él, no le debo absolutamente nada, tú sí.
—Cuánto quieres para dejarme en paz—él rió mientras ella se cruzó de brazos.
—Para empezar diez mil dólares—exclamó.
—¿Estás loco o qué? ¿De dónde crees que sacaré esa cantidad? —preguntó ella indignada.
—No lo sé, tampoco me preocupa. No es mi problema. Pero si mira—cogió en sus manos la cadenita que llevaba la mujer observándola emocionado y ella interpretó sus intenciones.—esto vale algo.
—Me la regaló César en nuestro aniversario, se daría cuenta si no la ve en mi cuello, es mi favorita...
—No es mi problema—enarcó ambas cejas volteando a la chica y quitándole la cadena. —invéntale algo, como siempre haces. Yo la venderé en algo por ahí. Ya puedes irte, preciosa,—señaló la salida— ya no te necesito aquí. Y no olvides mis diez mil dólares.
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Melissa:
—Ya estoy aquí—dijo César llegando a donde yo estaba con los niños.
—Disculpa que te llamara, pero Margaret no ha aparecido y los niños estaban muy triste. —respondí.
—No te preocupes bonita, fuera hasta el fin del mundo por mis hijos—dijo tomando la mano de ambos pequeños.
—¿Y mamá? —preguntó Santiago.
—La llamé y su teléfono daba apagado y cuando le envié unos mensajes no respondió. Imagino que olvidó la reunión pero no se preocupen, seguro está bien. Saben que mamá últimamente está muy estresada por el bebé—dijo sonriendo pero los pequeños se veían tristes, se cruzaron miradas y se encogieron de hombros.
—Quizás ya no nos quiera—pronunció Sofía bajando la mirada, yo miré a César mientras él intentó controlar la situación.
—Ya verán que cuando el bebé crezca un poco su madre volverá a ser como antes. Es que bebé Ares ni siquiera nos deja dormir por la noche y eso estresa a su madre. Pero saben qué vi un parque de diversiones cerca qué creen si cuando termine la reunión de padres damos una vuelta por allá.
—Sí.
—Quiero ir —respondieron los niños felices. Su actitud me emocionó. Ese hombre tenía toda mi admiración. Sin embargo mi rostro palideció un poco. Imagino que sufriría muchísimo cuando me llevara a mis hijos lejos de él. Suspiré quedando atrás. Creo que no había una forma fácil de que todos quedaran felices al final.
—Meli—dijo en tono cariñoso—ya que Margaret no viene acompáñanos—agregó y yo asentí, cualquier plan que involucrara estar cerca de mis hijos era de mi agrado. Salimos de la reunión y fuimos al parque de diversiones. César vino con helados para todos y ambos nos sentamos en un banco mientras observábamos a los pequeños.
—Tienen suerte de tener un padre como tú—exclamé y él sonrió mirando a los niños jugar en el castillo inflable.
—Todo lo contrario, yo soy quien tiene suerte de que esos dos pequeños llegaran a mi vida. No te imaginas cuanto he cambiado por ellos.
—Tiene un muy buen corazón, por haberlos adoptado y tratarlos con tanto amor—exclamé.
—¿Adoptados? ¿Cómo sabes eso? —preguntó con intriga y su rostro cambió drásticamente. Que mierda había acabado de hacer. Yo pensé que todos a su alrededor sabían que eran adoptados, por eso lo comenté pero al parecer no era así, como no me fijé en ese detalle al investigar sobre ellos. Su mirada se quedó fija en la mía y dudé un momento en que responder.
—Disculpa no quería decir eso...
—¿Cómo lo sabes? Eso nadie lo sabe ni siquiera los niños? ...—hubo un minuto de silencio incómodo para ambos—¿Fue Margaret, verdad? No sé qué pasa con ella últimamente— Llevó la mano a su cabeza. Entonces recordé los desacuerdos que habían tenido últimamente y se me ocurrió inventarme algo por ahí, como eran pareja ellos si debían hablar entre ellos.
—No, lo siento, los escuché a usted y a Margaret hablar sobre eso, no fue mi intención escuchar ninguna de sus conversaciones, solo iba pasando.
—Entiendo, pero por favor no le digas nada a nadie, menos a los niños, ellos no saben nada de eso. —dijo
—No, no se preocupe—respondí mirando a los pequeños que jugaban felices.
—La verdad no sé qué pasa con Margaret últimamente. Ella no era así, amaba a los niños, quiero creer que es solo estrés, depresión—confesó creyendo que yo había escuchado alguna de sus discusiones mientras observaba a los niños.
—¿Por qué? ¿Ha cambiado con los pequeños? —pregunté y en ese momento escuché que alguien habló frente a mí:
—Lea hasta que al fin te encuentro—dijo mi hermana y su presencia allí solo significaba una cosa: Problemas.
—¿Lea? —preguntó César dudoso y confundido—¿Tu nombre no era Melissa?