El secreto del jefe

1. El desalojo

El sonido de la puerta cerrándose con fuerza retumbó en todo mi cuerpo. No era solo el ruido. Era el cierre de un capítulo que no quise leer. Las cajas apiladas en la sala, los muebles cubiertos por sábanas blancas, todo me gritaba que ya no tenía un lugar al cual llamar hogar. El casero me había dado 48 horas para irme. La carta, en la que me informaban del desalojo, llegó hace una semana, y, aunque traté de ignorarla, hoy era el día en que la realidad me alcanzó.

—No puedo más —murmuré, y me deslicé contra la pared, sentada en el suelo frío del que había sido mi departamento.

Las últimas semanas habían sido una sucesión de malas noticias, de puertas que se cerraban sin previo aviso. ¿Cómo había llegado a este punto? Me preguntaba una y otra vez mientras miraba las cajas que contenían toda mi vida. Pero no tenía tiempo para lamentos, no ahora. El casero ya se había ido, y lo único que quedaba era tomar lo que pudiera, meterlo en el coche y encontrar algún lugar donde quedarme por unos días, tal vez semanas. Las opciones eran pocas.

Con una mano en la frente, intenté calmarme. Decidí no darme el lujo de llorar. No había tiempo para eso. Con el bolso en una mano y las llaves del coche en la otra, me dirigí a la salida. El sol brillaba con fuerza en la ciudad, pero a mí me parecía que todo estaba gris. Subí al coche y, al arrancar, noté cómo la ciudad parecía moverse a un ritmo distinto al mío. Me sentía atrapada, perdida en una rutina que me estaba devorando.

Cuando llegué al hotel, no me sorprendió el aspecto rancio del lugar. Era económico, y eso era lo único que importaba. El recepcionista, un hombre mayor con una mirada algo desconcertante, me entregó la llave de una habitación en el tercer piso. Subí rápidamente, sin detenerme demasiado a observar. Solo quería cerrar los ojos por un momento, descansar.

El cuarto, como era de esperar, estaba vacío de lujo, pero no me importaba. Después de cargar todas mis cosas, me dejé caer sobre la cama. El silencio del lugar me envolvió, y por primera vez en el día, dejé que la desesperación me inundara. Todo estaba fuera de control.

Saqué el móvil de mi bolso. Había descargado una app de citas hacía unos días, como una forma de desconectar, de distraerme. Sabía que no tenía ganas de encontrar el amor, ni mucho menos. Simplemente me apetecía hablar con alguien, sin presiones, sin tener que contarle mis miserias. Me metí a la app sin mucho entusiasmo, y de inmediato vi que había un mensaje.

*“Hola, ¿estás bien?”*

No reconocí el nombre del remitente. Decidí responder sin pensarlo mucho.

*“Hoy no ha sido el mejor día”*, escribí, esperando que la conversación se apagara rápidamente. Pero no fue así.

*“Lo siento mucho. A veces la vida parece habernos olvidado, ¿no?”*

*“Sí, algo así”*, respondí, casi con sarcasmo. *“La vida ha sido un desastre últimamente.”*

Mi pulso se aceleró ligeramente. ¿Por qué hablaba con un extraño sobre mis problemas? Pero, al mismo tiempo, esa conversación me ofrecía algo que no había tenido en días: un respiro. Un rincón de paz en medio del caos.

*“A veces, cuando todo parece perderse, es cuando más necesitamos tener a alguien que nos entienda.”* El mensaje llegó rápido, como si la persona que estaba del otro lado tuviera prisa por decir algo importante.

Suspiré y me recosté en la almohada. *“No sé si quiero que me entiendan. Solo quiero que esto pase, que mi vida se acomode en algún momento.”*

El mensaje tardó un poco más en llegar. *“Sé cómo te sientes. Yo también he pasado por momentos difíciles, y no hay nada peor que sentir que no hay salida.”*

Sentí una extraña conexión, como si esa persona estuviera describiendo algo que yo misma había vivido. Sin pensarlo, respondí. *“¿Y cómo lo superaste?”*

Hubo una larga pausa antes de que llegara su respuesta.

*“Con paciencia. Y con el tiempo, entendí que nada de lo que pasa es permanente. Solo tenemos que esperar el momento adecuado.”*

Suspiré de nuevo. *“No sé si puedo esperar mucho más.”*

Entonces, mi móvil vibró de nuevo. *“A veces, esperar es lo más difícil, pero también lo más liberador. ¿Qué te parece si te distraigo un poco? Me gustaría saber algo sobre ti.”*

Era extraño, pero me sentí algo aliviada. Tal vez no tenía muchas respuestas, pero al menos ese extraño me ofrecía algo distinto. Acepté su propuesta.

*“De acuerdo. ¿Qué quieres saber?”*

*“Cuéntame algo que nunca hayas contado a nadie.”*

Me quedé en silencio unos segundos. ¿Qué podría decirle? No tenía muchas ganas de compartir mis secretos, pero, al mismo tiempo, algo en esa conversación me hacía sentir menos sola.

*“Cuando era niña, soñaba con ser arquitecta. Quería construir casas, hacer que la gente se sintiera en su lugar, como si cada espacio fuera el adecuado. Pero las cosas no salieron como esperaba.”* No sé por qué le conté eso. Tal vez porque no lo estaba viendo como una confesión real. Era solo un mensaje en una app.

Un nuevo mensaje apareció en la pantalla. *“Eso es interesante. Yo también creo que la arquitectura tiene mucho que ver con cómo nos sentimos, con lo que nos define.”*

Me quedé pensando en sus palabras. Un desconocido, compartiendo pensamientos tan profundos. Era irónico, ¿no? Aquí estaba yo, atrapada en mi propio caos, buscando consuelo en alguien que ni siquiera conocía.

*“Entonces, ¿tú también piensas en la arquitectura de la vida?”* escribí con una ligera sonrisa.

*“La vida tiene su propia estructura, su propio diseño. A veces solo necesitamos mirar más de cerca.”*

Algo en esas palabras me tocó profundamente. Sentí una chispa de esperanza, aunque fuera pequeña.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.