El secreto del jefe

3.Entre paredes y secretos

La semana siguiente comenzó como cualquier otra en la oficina. Pero, desde que Marcus me asignó el proyecto, una sensación extraña se había instalado en mi pecho. Algo no estaba bien, algo en la forma en que él había hablado, en sus ojos que, por un instante, parecieron decir más de lo que debía. A veces me sorprendía mirando el teléfono esperando un mensaje suyo, como si, de alguna manera, él pudiera ayudarme a escapar de la maraña de pensamientos que se enredaban en mi cabeza. Pero nunca lo hacía. Se mantenía distante, profesional, casi frío. Sin embargo, había algo detrás de esa fachada. Algo que no conseguía identificar.

El lunes por la mañana, recibí un correo de su parte.

**"Blair, quiero hablar contigo sobre el avance del proyecto. He decidido quedarme en la casa durante la remodelación. Mi propia casa está siendo renovada, y me parece más práctico supervisar todo desde allí. Es importante que estemos en sintonía desde el primer día. Nos vemos en la obra."**

La lectura de ese mensaje me dejó perpleja. La idea de tener a Marcus bajo el mismo techo, supervisando cada movimiento, me resultaba desconcertante. ¿Por qué querría estar en el mismo lugar que yo todo el tiempo? Él siempre había sido el jefe controlado, distante, pero esta decisión me hizo dudar. Un escalofrío recorrió mi espalda, pero me dije a mí misma que solo era una decisión práctica. No tenía sentido hacer de eso un drama.

El martes por la mañana, a las ocho en punto, llegué al sitio de la remodelación. La vieja casa estaba rodeada de andamios, y el olor a pintura fresca llenaba el aire. El ruido de las máquinas y los trabajadores que comenzaban a mover escombros me hizo sentir algo ansiosa, pero también emocionada. Este proyecto era lo que necesitaba para demostrarme a mí misma que podía hacerlo. El sol brillaba, y el día parecía prometedor.

Cuando entré por la puerta principal, vi a Marcus de pie en el vestíbulo. Estaba vestido con ropa sencilla, jeans y una camiseta gris, pero algo en su postura me hizo sentir que no se trataba solo de una supervisión de trabajo. Él estaba ahí, esperándome. Observándome.

—Buenos días —saludó con una sonrisa que, por alguna razón, no lograba calmarme. Había algo en su expresión que me inquietaba.

—Buenos días —respondí, tratando de ocultar mi incomodidad. Traté de desviar la mirada, pero no pude evitar notar lo cerca que estaba de mí. ¿Cómo era posible que esa presencia suya siempre me afectara tanto?

Él dio un paso hacia mí, y un silencio incómodo se instaló entre los dos. Los trabajadores seguían en su ajetreo, pero nosotros permanecimos ahí, como si nada más existiera en ese momento.

—He decidido quedarme aquí mientras se hace la remodelación. Creo que es lo más práctico —dijo, rompiendo finalmente el silencio. Su voz sonaba calmada, pero había algo más en ella, una especie de tensión contenida.

—¿Aquí? —pregunté, sorprendida—. Pero, Marcus, esto es una obra en construcción. No es el lugar más cómodo para vivir.

Él sonrió, aunque esa sonrisa no logró relajarme. Su mirada era fija, como si estuviera esperando algo de mí. Algo que no sabía si quería darle.

—Lo sé —respondió, sin apartar los ojos de los míos—. Pero ya te dije que quiero estar cerca del proyecto. Es importante para mí supervisarlo en persona. Además, como mi casa está en renovación, esta parece la mejor opción.

Asentí lentamente, aunque no podía dejar de sentir una creciente incomodidad. ¿Por qué tenía que estar tan cerca de mí en todo momento? ¿Por qué no podía hacer las cosas de una forma más discreta?

—Entiendo —dije finalmente, sintiendo el peso de sus palabras en el aire—. Pero, Marcus, no quiero que esto sea incómodo para ti ni para mí. Ya tenemos suficiente con el trabajo.

Él la miró un momento, evaluando mis palabras, y entonces asintió, aunque algo en su mirada no cambió. Era como si sus pensamientos estuvieran más allá de lo que decía en voz alta.

—No te preocupes —respondió, aunque su tono era serio, casi como si intentara convencerme de algo. Tal vez de sí mismo—. Solo quiero que el proyecto salga bien. Y, si estoy aquí, puedo asegurarme de que todo se haga a la perfección.

Nos quedamos ahí, frente a la vieja casa que, en teoría, iba a transformarse en algo maravilloso, pero que en este momento se sentía como una cárcel invisible para ambos. La tensión en el aire era palpable.

***

Las siguientes semanas pasaron entre reuniones, planos, y constantes discusiones sobre detalles que parecían insignificantes, pero que Marcus insistía en revisar minuciosamente. Aunque en ocasiones sentía que me estaba ahogando en su presencia, trataba de mantenerme profesional. Sabía que este proyecto era importante, y no podía permitir que mis sentimientos nublaran mi juicio. Aun así, no podía evitar notar los pequeños gestos de Marcus: su mirada más suave cuando me hablaba, los silencios incómodos en los que se acercaba un poco más de lo necesario, como si esperara algo de mí. Algo que no sabía cómo definir.

Una tarde, después de una jornada particularmente agotadora, decidí quedarme un poco más en la casa. Los trabajadores ya se habían ido, y la casa estaba en silencio. Entré al salón principal y me acerqué a la ventana, observando cómo el sol comenzaba a ponerse. Sentí una extraña calma, como si la casa tuviera vida propia, esperando transformarse.

De repente, escuché pasos detrás de mí. Me giré rápidamente, y ahí estaba Marcus, tan cerca que pude sentir su presencia envolviéndome.

—Blair... —dijo, su voz suave, casi como si quisiera decir algo más, pero se detuvo. Me observó en silencio durante unos segundos que se hicieron eternos. Yo, por mi parte, no podía moverme, como si las palabras se me hubieran quedado atascadas en la garganta.

—Marcus... —comencé, mi voz temblorosa al pronunciar su nombre. Sabía que tenía que decir algo, pero no sabía cómo expresar lo que sentía. Su proximidad me desbordaba.




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