El secreto del jefe

6. Noche de sinceridad

Las últimas horas habían sido una tormenta de gritos callados y silencios tensos. Yo había tenido suficiente. Las discusiones con Marcus estaban alcanzando un punto insostenible. Cada día era más difícil encontrar un equilibrio, y la presión en la obra solo lo hacía peor. Hoy, sin embargo, algo cambió. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo, pero por alguna razón, al final de la tarde, decidimos sentarnos a la mesa.

El comedor estaba vacío, solo las sillas, la mesa y el sonido lejano de las máquinas de la obra. Puse la botella de vino en el centro de la mesa. Marcus no dijo una palabra, pero sus ojos me miraban con una mezcla de irritación y curiosidad. Yo no podía más con esa incomodidad, así que decidí romper el hielo, aunque no sabía bien cómo.

—No sé por qué seguimos discutiendo así —dije, con la voz algo apagada—. No estamos logrando nada.

Marcus me observó sin decir nada, y por un momento, creí que me ignoraría. Pero finalmente se sentó, no sin antes tomar un sorbo de agua.

—Supongo que tienes razón. —Su tono era más suave de lo habitual, pero todavía algo cortante—. Aunque no sé qué hacer para que funcione.

Levanté la copa de vino, más por costumbre que por ganas de beber, y le ofrecí un poco.

—¿Vas a seguir en silencio toda la noche? —le pregunté, de manera casi desafiante, pero con una ligera sonrisa que trataba de suavizar mi tono.

Marcus frunció el ceño por un momento, luego aceptó la copa. Su gesto era tan serio como siempre, como si no pudiera permitirse mostrar vulnerabilidad, pero le vi ceder, aunque fuera un poco. Y, por alguna razón, eso me hizo sentir un alivio inesperado.

—Es que no sé cómo hacerlo, Blair. No sé cómo trabajar contigo sin pisarte los talones. —Puso la copa en la mesa y me miró fijamente—. Pero no quiero que pienses que te estoy controlando. Solo… quiero que todo salga bien.

Suspiré, tomando un sorbo largo de vino. Mi mente seguía dando vueltas, pero algo en sus palabras me tocó. Era cierto, yo también quería que todo saliera bien, y tal vez había sido un poco dura con él. Después de todo, no me era fácil compartir un espacio tan pequeño con alguien tan… tan intenso.

—No me molesta que quieras hacer todo perfecto, Marcus —dije, sin mirar la copa que tenía entre las manos—. Lo que me molesta es que no me dejes hacer mi trabajo a mi manera. Yo también sé lo que estoy haciendo.

Él se quedó en silencio por un largo rato, como si estuviera procesando cada palabra. Me estaba sorprendiendo. Había algo en su expresión que, aunque normalmente tan rígida, estaba comenzando a mostrar una frágil vulnerabilidad.

—Lo sé —respondió finalmente, con la voz más suave de lo que había escuchado en días—. Pero… a veces siento que no te importo. Como si nada de esto fuera importante para ti. Y me frustra. No es solo el trabajo, Blair. Me frustra que todo lo que intentamos hacer se caiga por… por cosas pequeñas.

Me sorprendió escuchar esas palabras. No solo por el tono sincero, sino porque, de alguna manera, me hizo ver que él también estaba luchando con algo más grande que la obra. Marcus no solía mostrar debilidad, no de esta manera. Pero allí estaba, hablando de sus inseguridades. Por primera vez, no era solo el jefe controlador que quería tenerlo todo bajo control. Era un hombre que sentía que estaba perdiendo algo, que temía perder el control de las cosas.

Guardé silencio, tratando de procesar lo que acababa de decirme. Quería contestar, pero las palabras no salían. Me sentía confundida, incómoda, pero también extrañamente conectada con él. Sin quererlo, había comenzado a ver un lado de Marcus que nunca imaginé.

La cena fue un intento fallido de continuar con la conversación. Los platillos estaban ahí, pero ninguno de los dos se sentía realmente interesado en la comida. Lo que comenzó como una cena incómoda se transformó en algo más, algo raro y ambiguo, pero que de alguna manera hizo que ambos bajáramos la guardia.

—¿Sabes? —dije después de un largo silencio—. Yo también me siento perdida en todo esto. No es solo el trabajo. Es… que siento que estoy atrapada, que nunca puedo encontrar un respiro. —Me mordí el labio, no quería ser tan directa, pero las palabras salieron solas—. No es fácil estar aquí, en esta casa, trabajando contigo. Me hace sentir que no tengo espacio. Que no soy capaz de hacer lo que realmente quiero.

Marcus me miró fijamente, y por un momento, pensé que se molestaría. Pero en lugar de eso, su expresión se suavizó, y por primera vez desde que nos conocimos, pude ver algo distinto en su mirada. No era solo el jefe severo o el compañero de trabajo. Era alguien que entendía lo que estaba diciendo.

—Yo tampoco sé cómo manejarnos, Blair —dijo con voz baja, casi un susurro—. Me siento… como si estuviera perdiendo el control de todo. Y eso me asusta. Sé que no soy fácil de tratar. Nunca lo he sido.

La sinceridad de sus palabras me sorprendió. Marcus nunca había sido tan honesto conmigo, ni siquiera en esos momentos cuando discutíamos acaloradamente. Y sin darme cuenta, mi mente comenzó a ver a la persona detrás del jefe controlador, la que se escondía detrás de esa fachada dura.

—No eres fácil —repliqué con una pequeña sonrisa, intentando restarle gravedad a la conversación—. Pero tampoco soy fácil, lo sé. Tal vez solo necesitamos… espacio. Yo también quiero que las cosas salgan bien, y… tal vez si nos relajamos un poco, las cosas fluyan mejor.

Marcus asintió lentamente, como si esas palabras fueran un alivio para él. Por un segundo, pensé que la tensión que había entre nosotros empezaba a disiparse, o al menos, a volverse más soportable.

—¿Sabes? Creo que tienes razón —dijo después, su tono más cálido—. Quizá no necesitamos estar tan tensos todo el tiempo. Tal vez podríamos dejar que las cosas sucedan sin tanto miedo al fracaso.

Nos quedamos allí, mirándonos, sin decir nada por un rato. Pero a diferencia de antes, no sentí la presión de la distancia que solíamos tener entre nosotros. Algo había cambiado en esa noche, algo que no podría describir con facilidad, pero que ya no me parecía tan incómodo. Tal vez era solo la necesidad de ser sinceros, o tal vez algo más que aún no comprendía.




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