El secreto del jefe

8. El primer desliz

El fin de semana comenzó de manera inusual. No era mi idea ir a una feria de materiales de construcción. Tampoco era el tipo de plan que imaginaba disfrutar con Marcus. Sin embargo, ahí estaba, con una sonrisa que mostraba menos rigidez de lo habitual, invitándome a acompañarlo a un evento que se presentaba como una oportunidad para “inspirarnos” en la remodelación de la casa. Yo sabía que, en el fondo, era solo otro de sus intentos por mantener el control, pero no podía negar que una parte de mí aceptó la invitación con algo de curiosidad.

Cuando llegamos, la feria estaba llena de exhibiciones de todo tipo: baldosas, maderas, techos, ventanas, y colores. Todo parecía lo mismo, pero a la vez, tenía algo de atractivo. A pesar de mi falta de entusiasmo inicial, me vi envuelta en el bullicio de la gente, en la variedad de opciones para elegir y en los comentarios y sugerencias que Marcus empezaba a hacer con esa seguridad inquebrantable que siempre me había molestado.

—¿Qué opinas de este tono para la pared del salón? —me preguntó, sosteniendo una muestra de color gris suave.

Lo miré detenida, considerando la tonalidad.

—No está mal, aunque quizás algo más cálido sería mejor —respondí sin entusiasmo, sabiendo que no podía dejar que me arrastrara a su mundo sin una pequeña resistencia.

Marcus asintió, tomando nota mental de mi sugerencia. Pero no me miró como siempre lo hacía en el trabajo, con esa mirada analítica. Hoy, había algo diferente en su expresión. Era como si, por un momento, la distancia entre nosotros se hubiera reducido. Vi su rostro relajado, casi divertido.

—¿Sabías que no soy tan malo eligiendo colores? —dijo en tono juguetón.

Me sorprendió la ligereza de su voz. Marcus nunca hablaba de manera tan abierta y relajada. Normalmente, su comportamiento era tan estructurado que cualquier distracción parecía fuera de lugar. Pero esa vez, estaba siendo diferente. Y, lo admito, me sentí un poco incómoda, como si él se estuviera acercando demasiado a una parte de mí que intentaba mantener distante.

Decidí no pensar demasiado en ello y cambié de tema para desviar la atención.

—¿Y la madera para las escaleras? —pregunté, mirando una exhibición de paneles de madera.

Marcus se acercó a la exhibición con su usual gesto de concentración, pero esta vez parecía más dispuesto a escuchar mi opinión que a imponer la suya.

—Podría funcionar. Tienes razón, la madera tiene que ser más resistente, pero también tenemos que considerar la estética. Algo elegante, pero duradero —respondió, esta vez mostrando una pequeña sonrisa de aprobación.

No pude evitar sentirme extraña al ver que nuestro diálogo, que antes solía estar marcado por la tensión, ahora fluía de manera casi natural. Algo en el aire había cambiado, y yo no sabía cómo gestionarlo. ¿Estaba comenzando a ver a Marcus bajo una nueva luz? ¿O simplemente me estaba dejando influir por su cercanía y la atmósfera relajada de la feria?

El día avanzó y nos movimos entre stands, discutiendo detalles de la obra, pero cada vez, de manera más tranquila. Las miradas que intercambiábamos no eran las mismas de siempre, llenas de rivalidad. Había una especie de complicidad tácita, algo que no sabíamos definir, pero que ambos sentíamos.

Al caer la tarde, ya no estábamos en medio de la feria. Habíamos recorrido un par de zonas con un ambiente más relajado, donde se ofrecían bocadillos y bebidas. Nos detuvimos cerca de una barra improvisada que ofrecía cócteles, y decidimos tomarnos un descanso. Fue allí donde, por primera vez, sentí el peso de lo que estaba sucediendo.

—¿Te imaginas trabajando juntos en algo más grande, algo que no sea solo esta remodelación? —me preguntó Marcus, tomando un sorbo de su bebida. Estaba tranquilo, tal vez demasiado.

Me quedé en silencio por un momento. La pregunta era simple, pero la forma en que me miraba, casi buscando una respuesta que yo no estaba lista para dar, me hizo sentir vulnerable. ¿Por qué, de repente, me sentía tan expuesta frente a él?

—No lo sé, Marcus —respondí finalmente, buscando mis palabras—. Es difícil imaginar algo más allá de esto. Por ahora, me basta con esto. No sé si quiero pensar en más, ¿entiendes?

Marcus me observó un segundo y luego asintió lentamente, pero su expresión era suave. No parecía ofendido ni frustrado, solo... comprensivo. Fue raro. Marcus nunca había sido comprensivo conmigo.

—Tienes razón. Quizás estoy adelantándome, como siempre —dijo, dejando escapar una risa baja—. Es solo que... bueno, a veces me da la impresión de que eres más que solo una colega para mí.

Esas palabras, tan sencillas pero tan cargadas de significado, me dejaron sin aliento. No sabía si debía responder o si solo debía quedarme callada. ¿Realmente acababa de decir eso? ¿Era posible que él, mi jefe controlado y distante, tuviera sentimientos hacia mí? La idea me desconcertó, me aterraba, pero al mismo tiempo me hacía sentir algo que no podía reconocer completamente.

—Marcus... —comencé, pero no supe cómo continuar.

La atmósfera entre nosotros se volvió densa, como si, en un solo momento, hubiéramos cruzado una línea invisible. Algo en el aire se volvió más pesado, y pude sentir cómo nuestras respiraciones se entrelazaban con la confusión de lo que estábamos viviendo.

Él no dijo nada más. Su silencio fue suficiente para decirme que no quería presionarme, pero tampoco podía ocultar lo que sentía.

Pasaron unos segundos hasta que finalmente me levanté de la barra, tratando de dar por terminada la conversación sin hacer que se volviera incómoda.

—Ya es tarde, tenemos que regresar —dije, con la voz firme, aunque sabía que no podría evitar pensar en esas palabras que Marcus había dejado caer. La tarde había comenzado como una simple salida de trabajo, pero ahora me sentía completamente diferente. Algo había cambiado en mí, y no sabía si era lo mejor o lo peor.

Marcus me siguió, sin decir nada, pero su presencia era más intensa que nunca. Mientras nos alejábamos del evento, su figura a mi lado me hizo preguntarme si este día había sido solo un desliz, una falsa sensación de cercanía que pronto desaparecería, o si realmente estábamos comenzando a construir algo nuevo, algo que ninguno de los dos esperaba.




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