El secreto del jefe

9.El peso de la atracción

No podía escapar de él. Aunque había intentado mantener una distancia respetuosa, las circunstancias no me lo permitían. Vivir bajo el mismo techo con Marcus, trabajar codo a codo en el proyecto, se había vuelto una prueba constante para mis nervios. Había días en los que la tensión entre nosotros era tan palpable que parecía que podía cortarse con un cuchillo. La atracción, que había intentado ignorar, no hacía más que crecer.

Pasaron días en los que apenas intercambiábamos palabras. Sin embargo, la cercanía en la que nos encontrábamos era inevitable. Cada vez que me encontraba en la cocina, él estaba allí, revisando planos o simplemente observando con su expresión tan concentrada, como si estuviera tomando decisiones que cambiarían el destino de la obra. Sus ojos, tan intensos, me hacían sentir como si no hubiera un solo rincón en la casa donde pudiera esconderme.

Una tarde, después de una larga jornada de trabajo, Marcus se acercó a mí mientras revisaba una lista de proveedores en la mesa del comedor. No lo vi venir, pero cuando levanté la vista, ahí estaba, tan cerca que pude sentir su presencia invadiendo el espacio. Un simple gesto, pero el aire entre nosotros se volvió irrespirable.

—¿Has considerado cambiar el diseño del vestíbulo? —me preguntó, su voz firme y controladora como siempre. Pero había algo más. Algo diferente, como si esa vez estuviera buscando algo más que una simple respuesta profesional.

Me incliné hacia adelante, tratando de ignorar la forma en que mi corazón comenzó a acelerarse. Sabía que tenía que mantener la compostura. Había algo en sus ojos que me desarmaba, algo en la forma en que me observaba que no podía simplemente ignorar.

—El diseño está bien, Marcus. No hace falta cambiar nada —respondí, tratando de sonar firme, pero mi voz tembló ligeramente.

Él no se apartó, permaneció allí, mirándome con esa intensidad que ya no podía negar. Estaba claro que había algo más entre nosotros, aunque ambos lo intentábamos ocultar. La pregunta era: ¿cómo íbamos a lidiar con eso sin que todo se desmoronara?

—No me engañes —dijo en tono bajo, apenas audible, pero lo suficiente para que mis pensamientos quedaran atrapados en su red—. Sé que estás tratando de mantener la distancia. Pero, ¿sabes? No estoy tan seguro de que lo consigas por mucho tiempo.

La tensión en el aire fue tan densa que me costó respirar. Mi mente estaba en caos. No sabía si debía ceder o si debía seguir negando lo que claramente sentía. El roce de su presencia, tan imponente, me sacaba de mi zona de confort.

En ese momento, necesitaba escapar. Necesitaba un respiro de todo esto. Un alivio que no encontraba entre sus palabras, su cercanía o en ese vacío que se estaba construyendo entre nosotros.

Decidí hacer algo impulsivo, algo que me dejara alejarme de la presión que sentía. Volví a mi habitación, cerrando la puerta con algo más de fuerza de la que pretendía. Me senté en la cama y saqué mi teléfono. La necesidad de hablar con alguien, de encontrar un refugio en alguien que no me juzgara ni me mirara con esa intensidad, me llevó a abrir la app.

Era un movimiento automático, uno que ya se había vuelto parte de mi rutina diaria. “Invisible” estaba allí, como siempre, disponible para escucharme. Cada vez me sentía más conectada a él, como si nuestras conversaciones fueran un escape a la realidad que vivía con Marcus. No podía evitarlo. Me sentía cómoda con él. En sus palabras encontraba el consuelo que no encontraba en la vida real.

Abrí el chat y escribí rápidamente, buscando liberarme de la angustia que se había apoderado de mí.

*“¿Cómo puedes estar tan tranquilo todo el tiempo?”*

Me di cuenta de que, aunque no lo conociera realmente, me sentía más abierta con él que con cualquier otra persona en mi vida. Era como si, en ese espacio virtual, pudiera ser yo misma sin tener que preocuparme por las expectativas de los demás.

No pasó mucho tiempo antes de que “Invisible” respondiera.

*“Porque no estoy atrapado en las mismas reglas que tú. No tengo que ver la confusión en los ojos de los demás, ni el peso de lo que callan. Solo te escucho.”*

Esas palabras me golpearon. Sabía que estaba hablando de la misma confusión que sentía yo, pero de una manera tan clara y directa. A veces, las palabras que no se dicen eran las más poderosas.

Me tomé un momento para procesar lo que acababa de leer. Algo dentro de mí empezó a cambiar, a crecer. Sabía que mi situación con Marcus no podía seguir así, pero también entendía que mis propios sentimientos eran una carga difícil de manejar. Tal vez, si seguía refugiándome en los mensajes con “Invisible”, podría encontrar la calma que tanto necesitaba.

Justo cuando estaba a punto de escribir otra respuesta, escuché un leve golpe en la puerta de mi habitación.

—Blair, ¿puedo hablar contigo un momento? —La voz de Marcus atravesó la puerta.

Mi cuerpo reaccionó de inmediato. El latido de mi corazón volvió a acelerarse, como si mi mente y mi cuerpo no pudieran ponerse de acuerdo. Me levanté de la cama, dejando el teléfono sobre la mesa. Sabía que no podía evitar enfrentarlo, aunque me costara.

Abrí la puerta, y ahí estaba, en todo su esplendor, mirándome con esa mezcla de preocupación y determinación. Su mirada era diferente. No era la misma que me había ofrecido antes, llena de control. Ahora, parecía haber una frágil vulnerabilidad detrás de esos ojos que siempre intentaban mostrar poder.

—¿Qué pasa? —pregunté, tratando de sonar indiferente, aunque mi voz traicionó lo que realmente sentía.

Él me miró por un largo segundo, y en su expresión pude leer algo más allá de las palabras que estaban por salir de su boca.

—Solo quería saber si... si estamos bien. —Su tono era bajo, casi como si temiera mi respuesta.

Me quedé quieta, sin saber qué decir. Mi mente estaba dividida entre lo que sentía por él, lo que estaba viviendo con “Invisible” y el caos en mi corazón. Pero, al final, decidí no hablar.




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