La noche había llegado rápidamente, sin previo aviso, como muchas cosas últimamente. El cansancio me pesaba más de lo habitual, pero cuando decidí irme a descansar, me encontré con un obstáculo que no esperaba. Las llaves de la casa, aquellas pequeñas cosas que normalmente guardaba en mi bolso, se habían quedado dentro. Y peor aún, la puerta se había cerrado con el seguro puesto. No había forma de entrar, y la compañía de seguridad estaba a más de una hora de distancia.
—Genial —murmuré, mirando la puerta cerrada con frustración. No podía creerlo. Estaba afuera, en plena oscuridad, con nada más que mi teléfono móvil y la sensación de que, en este momento, todo parecía ir mal.
Al levantar la mirada, vi a Marcus que venía caminando hacia mí, con su mirada fija en el problema que ambos compartíamos ahora.
—¿Te quedaste afuera también? —preguntó, sin intentar esconder su incredulidad.
—Parece que sí —respondí, con una sonrisa amarga. No podía evitarlo. ¿Cómo era posible que estuviéramos en esta situación? Parecía casi irónico que estuviéramos atrapados fuera de la casa en la que ambos vivíamos.
Marcus se acercó a mí, mirando la puerta con una expresión de desconcierto. Él parecía más calmado que yo, como si en su cabeza ya hubiera resuelto todo.
—Es un error bastante tonto, ¿verdad? —dijo, la irritación apenas oculta en su voz.
—No solo es tonto, es… es increíble —respondí, cruzando los brazos y sintiendo que la situación me superaba. Mientras él se agachaba para mirar las cerraduras, yo no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido entre nosotros en los últimos días. La tensión, las emociones reprimidas, el caos que nos rodeaba.
Nos quedamos allí un rato en silencio, mirando la puerta, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. La espera era interminable, y aunque la noche estaba tranquila, el aire entre nosotros era todo lo contrario. Nadie decía nada.
Finalmente, él rompió el silencio.
—¿Sabes? Siempre he sido muy organizado. Este tipo de cosas me sacan de quicio. —Marcus levantó la mirada y me observó, su voz sonó más suave de lo habitual—. Pero hay algo que no me permite controlarlo todo. Ni todo está bajo mi control.
Yo lo miré, sorprendida por su comentario. Nunca lo había visto hablar con tanta franqueza. Había algo vulnerable en sus palabras que me hizo sentir una extraña empatía por él.
—No lo sé, Marcus. No sé si la vida puede controlarse tanto como nos gustaría. —Me encogí de hombros, sintiéndome incómoda con la cercanía en la que nos encontrábamos, pero sin querer apartarme de él. No sabía si era la situación o algo más, pero no podía evitarlo. Mi voz salió más suave de lo que esperaba—. Yo también he tenido… mis momentos en los que siento que todo se me escapa de las manos.
Marcus me observó, sin decir nada por un momento, como si estuviera sopesando mis palabras. Luego, sin previo aviso, dejó escapar una pequeña risa, esa risa que no le solía escuchar con frecuencia. Fue breve, pero suficiente para que la atmósfera cambiara un poco.
—Vaya, parece que, a pesar de todo, no soy el único que se siente así —dijo, mirando hacia el horizonte de la calle vacía, pensativo—. Pensé que tenía todo bajo control, pero la verdad es que ni siquiera puedo evitar quedarme fuera de casa.
—Parece que las puertas cerradas son solo una metáfora de cómo nos sentimos, ¿no? —respondí, buscando una forma de aligerar la situación. Mis palabras, aunque ligeramente irónicas, estaban llenas de sinceridad. A veces, las metáforas eran más fáciles de digerir que las realidades.
El silencio volvió a instalarse entre nosotros, pero no era tan incómodo como antes. La sensación de estar fuera de la casa, sin más opciones que esperar, me hizo sentir más cercana a él. Era extraño, pero de alguna manera, me sentía más cómoda compartiendo ese momento con Marcus que en muchas otras circunstancias. No podía explicarlo, pero algo estaba cambiando.
—Nunca pensé que terminaría en esta situación contigo —confesó, mirando sus zapatos, como si fuera la cosa más sencilla del mundo—. Quiero decir, nos llevamos mal desde el principio, pero ahora... no sé. Es raro.
Yo lo miré, sin poder evitar una pequeña sonrisa.
—Sí, lo es. —Respiré profundamente, dejando que la calma me invadiera por un momento. Luego, me atreví a ser un poco más honesta, aunque la situación seguía siendo algo incómoda. Me encogí de hombros, mirando al frente, hacia la calle vacía—. La vida nos pone en situaciones que no controlamos. Tal vez no podamos hacer nada al respecto. Solo tenemos que... lidiar con ellas.
Marcus me observó fijamente, pero esta vez sin ese aire de superioridad o frustración que siempre parecía acompañar sus palabras. Era diferente, como si, en ese preciso instante, algo hubiera cambiado entre los dos. Yo no sabía qué era, pero estaba segura de que la conversación estaba tomando un giro que nunca habíamos tenido antes.
—Supongo que sí —dijo él, en voz baja—. Aunque no estoy acostumbrado a esperar tanto tiempo por algo que no puedo controlar.
Miré mi reloj y luego volví a mirarlo a los ojos.
—Y, sin embargo, estamos aquí, esperando juntos. —Lo dije en tono de broma, pero lo cierto era que, de alguna manera, eso me hacía pensar que tal vez, a veces, no todo es tan malo como parece. Las sorpresas de la vida, por más inesperadas que sean, a veces tienen algo de valioso.
Marcus sonrió, esta vez de manera genuina. Un tipo de sonrisa que no había visto en él antes, una sonrisa sin prepotencia, sin barreras. Por primera vez, sentí que estaba viendo al hombre detrás del jefe, la persona detrás de la fachada.
—No lo planeé, pero tal vez sea justo lo que necesitamos. Un descanso de todo lo que hemos estado evitando. —Se inclinó ligeramente hacia adelante, como si quisiera decir algo más, pero no lo hizo. El aire se volvió más denso, y su presencia más envolvente.
Durante un largo momento, ninguno de los dos habló. Estábamos ahí, afuera de la casa, esperando que la ayuda llegara, pero también, de alguna forma, esperando que algo más sucediera entre nosotros. Algo que no podíamos controlar, pero que tal vez no queríamos evitar.