El secreto del príncipe

Prólogo

LOS HECHOS Y/O PERSONAJES DE LA SIGUIENTE HISTORIA SON FICTICIOS. ÚNICAMENTE LA LOCACIÓN Y DISTRIBUCIÓN GEOGRAFICA DE LOS ESCENARIOS SE CORRESPONDE CON LA REALIDAD. 

 

 

 

Prólogo Daniel

“Un rey no nace, un rey se hace a base de sus decisiones.”

El heredero al trono del principado de Liechtenstein, localizado entre Austria y Suiza, nació un veinticuatro de agosto del año mil novecientos noventa y uno, en un día soleado y con el primer cantar de un gallo. Todo en relación a su llegada fue perfecto y auguraba un próspero futuro para los ciudadanos que confiaban ciegamente en la monarquía del pequeño estado. De ojos verdes salvajes, cabello oscuro como el carbón y un carácter afable, prontamente el niño se convertiría en el consentido del reino.

La reina Elenore, viuda desde hacía décadas, saltó prácticamente en un pie al saber que el poderío de la familia Vaduz continuaría con el perfecto linaje que su hijo Daniel sumaba a la familia.

El joven matrimonio no se conformó con el heredero y en un golpe de doble suerte, dos años después volvieron a festejar un embarazo prospero esta vez de una hermosa niña; Catalina Vaduz.

Daniel hijo y Catalina se convirtieron en los sucesores al trono y el poblado no podía estar más satisfecho por eso.

Diez años después y luego de la precipitada muerte de sus padres. Ambos niños quedaron bajo la tutela de su abuela materna la reina Elenore.

¿Qué cómo era la vida en el principado? Pues perfecta hasta que el joven príncipe cumplió sus catorce años.

 

 

 

 

Daniel abrió los ojos con una sonrisa y tras un profundo suspiro se desperezó completamente. El gran ventanal de su habitación le permitió evaluar el panorama del hermoso día de hoy; la neblina matutina era la antesala perfecta para predecir un productivo día. Mejor aún, si la actividad que daba inicio al comienzo al día se compartía con la otra mitad de su alma gemela. ¿O era la media naranja?

Al caso que no importaba.

Daniel se sentía feliz y vigoroso al saber que compartiría su más grande pasión con la chica que alteraba el latir de su corazón. Y que alteraba otro par de cosas, pero ustedes no están para saberlo ni Daniel para contarlo. ¿O sí?

Después de beber la asquerosa taza de café negro, que todo hombre de bien debiera beber para iniciar la jornada, se despidió de su abuela y su hermana quienes lo observaron con cariño.

Nadie en el castillo podía quejarse por el carácter del príncipe y la princesa ya que, a diferencia de su padre, los dos niños tenían siempre un excelente estado de ánimo. Eran felices y junto a su abuela recogían nada más que suspiros en cuanta reunión o presentación real asistieran.

Todo era perfecto hasta ese día.

—Su majestad —saludaron un par de jinetes que cuidaban de sus equinos. —Su caballo Amador ya está ensillado y listo para que usted lo desfogue esta mañana.

—Gracias a los dos —contestó el joven príncipe y enfiló rumbo al hermoso corcel negro que lo esperaba impaciente.

Ambos salieron al galope con rumbo a los limites de la propiedad. Qué lindo era sentir la húmeda brisa golpear en sus pómulos y respirar el rocío que quedaba de la mañana.

—¡Hasta que al fin llegas! —gritó una femenina figura montada en otro caballo. —Eres un perezoso, príncipe Daniel. Hace horas que te espero—saludó con una reverencia digna de una reina.

Paciencia, se dijo Daniel. Paciencia. Solo siete años más. Siete.  

Los castaños cabellos de Bessa se movían al son del viento y los rayos de sol tenían la oportunidad de acariciar sus sonrosados pómulos. ¡Que bonita que era ella!

Los dos jóvenes galoparon en toda la extensión de las tierras limítrofes al castillo. Entre risas y bromas fueron apaciguando el furor de los animales que montaban y de sus propios corazones.

—¿Dani? —Bessa lo miró con los ojos cristalizados y mordiéndose los labios. Ellos se detenían de a poco y ella se veía mortalmente seria. —Hay algo que me gustaría decirte.

Él asintió. Daniel debía ser honesto consigo mismo, él pondría el mundo a sus pies de ser necesario. El joven príncipe estaba dispuesto a aceptar la corona cuanto antes y casarse en una gran fiesta, como lo soñaba su abuela, con Bessa. No que él fuese pesimista, pero para que dicho evento fuese posible faltaban varios años. Su abuela le había dicho que pasados los veintiún años y luego de que terminase una carrera en el extranjero él podría hacerse cargo del reino.

Que aburrido era esperar. Daniel creía, muy en sus adentros, que él había nacido para ser rey y esposo. Sí, todo el mundo se sorprendía al oírlo hablar de sus expectativas como el perfecto compañero para su complemento amoroso. En este caso la joven Bessa, sobrina del regente de su abuela.

—Es algo que he estado pensando hace mucho tiempo —dijo ella acomodándose sobre su montura. Daniel sintió dar un último soplo a su corazón al oírla revelar su más grande secreto. —Daniel, lo he aceptado. Me gustan las chicas y estoy saliendo con una.

—¿Qué…?

Daniel soltó de repente las riendas de Amador y él, confiado en la destreza de su amo. Emprendió un salvaje galope.

La confusión y el desentendimiento de la confesión de su primer amor no le permitieron maniobrar su caballo y terminó por desestabilizarse y caer. Daniel golpeó con fuerza contra un cerco de vieja madera. La zona más afectada de su cuerpo fue su ingle y pubis, provocando a posteridad un horrible moratón que por poco y lo deja en silla de ruedas. Sin embargo, su abuela o su tutor jamás lo supieron. Todo el mundo se preguntó por qué desde aquel día el príncipe no volvió a cabalgar con Amador.




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