El sello de la bruja

Capítulo 5

Capítulo 5

Verdad inquebrantable

Lo había encontrado muerto hacía cuatro días. Cuatro días vertiginosos desde que había visto caer el filo de una espada sobre el hombre que todos consideraban el padre de la iglesia. Cada sonido que escuchaba me parecía el eco de su partida, un recordatorio constante para el pueblo de Yilian de que habían perdido a quien ahora llamaban un traidor.

Las calles estaban llenas de lágrimas y lamentos. Los fieles se reunían fuera de la iglesia, buscando consuelo y perdón de los dioses a los que adoraban. Pero yo no sentía tristeza ni compasión por ellos. Podía imaginar la hipocresía en sus rostros. Esos monstruos disfrazados de fe me llenaban de rabia.

Desde mi cama, escuchaba los gritos. Eran fuertes, llenos de enojo, de dolor y odio. Clamaban por un nuevo padre como si eso borrara lo que habían hecho. Me tapaba los oídos con las manos, intentando ahogar sus voces, pero no podía. Era un ruido que parecía atravesarme, clavándose en mi mente. Quería saltar por la ventana y callarlos a todos, gritarles que eran responsables de aquello, pero al mismo tiempo odiaba ese sentimiento que crecía dentro de mí. Sabía que esa ira no era solo mía. Había algo más, algo que había surgido en mí aquella noche y que parecía alimentar cada grito, cada palabra.

Por primera vez en cuatro días, decidí levantarme. Cuando puse los pies en el suelo, el frío me caló hasta los huesos. La piedra parecía querer rechazarme, como si ya no perteneciera a ese lugar. Miré hacia abajo y vi la marca de ceniza dejada por una mano larga y delgada. Instantáneamente pensé en Freya, pero ese pensamiento se desvaneció al escuchar un fuerte golpe desde afuera. Los adultos traían carritos, buscando alivio para sus enfermedades. Pude verlos desde la ventana y, con cada rostro cansado y confundido, notaba una parte de la ciudad que nunca antes había observado. Era un lugar lleno de oscuros secretos y traiciones, enmascarado tras una fachada de devoción y respeto.

Pero esa devoción… era más que monstruosa.

Las palabras que mi padre solía decirme se desmoronaban en mi mente, cayendo como un velo que había ocultado una verdad más oscura. Recordaba la primera noche después de la ejecución, cuando vi a esas mismas personas llorar y pedir perdón. Las mismas que habían aplaudido y reído durante la sentencia ahora buscaban redención. Su hipocresía era intolerable. Desde niña, había creído que la gente era buena. Creía en la unidad que mi padre intentaba proteger cada noche al cerrar las ventanas, ocultándome de los horrores del exterior. Pero ahora, las palabras de Freya resonaban en mi mente con dolorosa claridad: los traidores eran solo eso, traidores.

¿Pero qué significaba ser un traidor? ¿Quién decidía esa etiqueta? La pregunta me atormentaba, sobre todo cuando pensaba en la hija del padre. Esa niña… Su rostro lleno de lágrimas y desesperación estaba grabado en mi memoria, junto con los gritos de su padre antes de que cayera la espada. Por las noches, los susurros y las sombras parecían perseguirme.

Por mucho que lo intentara, no podía evitarlos. Acechaban por todas partes en mi mente, revelándome verdades que preferiría no saber. Me quedaba bajo las sábanas, tratando de evitar los ojos curiosos de Elion. En esos cuatro días, lo había escuchado deambular por el pasillo, dejándome tazas de té, figuritas de madera, incluso mi grabadora. Pero nada lograba calmarme. Nada podía borrar lo que había visto.

Mi mente era una recurrencia interminable de recuerdos extraños. Los gritos del padre resonaban en mis oídos, llenos de dolor y miedo. Sus últimas palabras seguían clavadas en mí como espinas imposibles de quitar.

Cerraba los ojos con fuerza, intentando bloquear las imágenes, pero seguían ahí. Los hombres estaban atados alrededor de la fuente como si fueran ganado. Las risas crueles de la gente del pueblo llenaban el aire. La hija del padre luchaba contra los monjes en honor a su padre. Y ese calor, tan intenso, que no provenía solo de las antorchas. No, ese calor estaba dentro de mí. Lo sabía ahora. Algo se había despertado aquella noche, algo que nunca más volvería a dormir.

Durante cuatro noches seguidas, esas imágenes aparecían en sueños atormentadores. Me despertaba sudando, temblando, incapaz de llorar. A veces deseaba no haberlo presenciado. Y otras, deseaba no haber conocido nunca a Freya. Suspiraba profundamente y me llevaba ambas manos a la frente. Intentaba encontrar algo de consuelo en los sonidos familiares de mi grabadora, pero incluso esos momentos de calma eran fugaces. Miraba mis dedos. La cicatriz en forma de estrella brillaba débilmente bajo la dura luz de la lámpara. No eran simples cicatrices. Lo sabía. Habían aparecido aquella noche, cuando ese calor insoportable me consumía lentamente. Algo había cambiado en mí, algo que aún no entendía del todo.

Quizá si Freya hubiera intervenido, nada de aquello habría sucedido. Me preguntaba, mientras me escondía bajo las sábanas, si había verdad en las palabras de los pueblerinos: tal vez era una bruja.

Elion pasaba otra vez por el pasillo. Podía oír sus pasos, lentos y pesados. Sabía que estaba preocupado. Siempre lo había estado. Pero esta vez era diferente. No entendía por qué me había aislado. Él no sabía lo que había pasado aquella noche. Solo había escuchado los rumores en el pueblo, rumores de un hombre que juraba haber visto una bruja. Y ahora… ahora su hija no lo recibía con los brazos abiertos como solía hacerlo.

Cuando entraba a mi habitación, podía sentir el aire volverse denso. Lo veía mirar mis cosas fuera de lugar, las marcas en las baldosas, las paredes extrañas y sucias. Pero no preguntaba. Quizá temía las respuestas.

Finalmente, su voz rompía el silencio:

—Chiquita… —me dijo. Su voz, normalmente dura y firme, se volvía suave, frágil. Era un susurro lleno de amor. Intentaba acercarse, pero yo permanecía inmóvil. Porque, aunque quería abrazarlo, sabía que ya no era la misma.




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