Hace diez mil años, la humanidad enfrentó un evento climático de proporciones bíblicas. Las señales se manifestaron en el cielo en forma de tormentas eléctricas titánicas, mientras que la tierra temblaba con la furia de movimientos tectónicos desenfrenados. Tsunamis gigantes barrieron las costas, sumiendo al mundo en una espiral de caos y desesperación. Fue en este momento crítico que un grupo selecto de visionarios, conocidos como "Los Líderes", emergió para guiar a la humanidad en su hora más oscura.
Estos líderes, en posesión de una visión anticipada del cataclismo, tomaron medidas audaces en secreto. Colaboraron con organizaciones privadas y gobiernos para tejer una red de supervivencia que abarcaría décadas. La clave estaba en seleccionar cuidadosamente a individuos que encarnaran la resistencia y la adaptabilidad necesarias para enfrentar la adversidad. Así, iniciaron la tarea monumental de diseñar cuestionarios que evaluaran perfiles psicológicos, habilidades y ética.
Estos cuestionarios se infiltraron silenciosamente en la vida cotidiana a través de la internet incipiente, camuflados como encuestas inofensivas y formularios de páginas web. Sin sospecharlo, la humanidad estaba participando en la creación de su propio destino. Se evaluaron factores cruciales, desde historiales personales hasta dones extraordinarios, tejiendo un tapiz de información que sería vital para la supervivencia futura.
Los líderes reconocieron la necesidad de estructuras de mando sólidas y decidieron incorporar disciplinas éticas de antiguas culturas, destacando el código del bushido asiático como ejemplo paradigmático. Esta elección no solo se basaba en la estabilidad histórica de estas culturas, sino también en la capacidad demostrada de sus sistemas éticos para mantener el orden en momentos críticos.
Con la información recopilada, se tomaron decisiones cruciales para la supervivencia. La expansión de la Estación Espacial Internacional se convirtió en un pilar esencial del plan, proporcionando un refugio seguro en la vastedad del espacio. Simultáneamente, se emprendieron esfuerzos para reacondicionar un búnker en el manto terrestre, escapando así de los estragos de los terremotos superficiales.
En la oscuridad de las profundidades oceánicas, se concibieron submarinos gigantes como una tercera línea de defensa. Estos colosos mecánicos servirían como santuarios flotantes, sumergiéndose en las aguas para eludir el alcance total de la catástrofe. Mientras tanto, una antigua base submarina, estratégicamente ubicada en el océano Atlántico entre América del Norte, Groenlandia y Europa, fue seleccionada para ser ampliada y mejorada.
Con las bases establecidas, el cronograma de construcción se puso en marcha en el año 2033. Este período marcó el inicio de una odisea global para garantizar la supervivencia de la especie. La primera en completarse fue la expansión de la Estación Espacial Internacional en 2058, seguida de los vehículos que transportarían a aquellos que vivirían en la órbita terrestre, finalizados en el año 2062. La segunda en concluir su construcción fue la estación submarina a mediados del 2060, incluyendo los submarinos gigantes destinados a surcar las profundidades marinas. Sin embargo, la tarea más desafiante resultó ser el búnker en el manto terrestre, que finalmente se completó en 2068, enfrentándose a múltiples contratiempos.
Estas tres estaciones, engendradas en la oscuridad del secreto, se erigieron como faros de esperanza en un mundo que se desmoronaba. La humanidad, con su futuro resguardado en estructuras colosales, enfrentó el cataclismo el 11 de septiembre de 2079. El caos se desató a las 8:00 de la mañana, con tormentas eléctricas desgarradoras y terremotos que sacudieron la tierra hasta su núcleo.
Las comunicaciones entre las estaciones, una vez vitales, se volvieron un hilo frágil en medio del huracán de la catástrofe. La primera en perder contacto fue el búnker, sumiendo a sus ocupantes en la oscuridad sin dejar rastro. Las estaciones espacial y submarina, aunque conectadas inicialmente, también perdieron la comunicación entre ellas. La luz del día, que fue testigo de la devastación, se desvaneció para quienes quedaron atrapados en las entrañas de la tierra, en las profundidades del océano y en la vastedad del espacio.
Así, comenzó la nueva historia de una humanidad confinada en estructuras titánicas, destinadas a protegerla del entorno devastado. Generaciones sucedieron a generaciones en el encierro, marcando el tiempo con la esperanza de un día volver a pisar la superficie. La estación submarina, afrontando retos inimaginables, se convirtió en un crisol de supervivencia y adaptación. La comunicación con la estación espacial, a pesar de los desafíos en la Luna, se mantuvo, tejiendo hilos de esperanza entre los confines del espacio.
Con el pasar de los siglos, la estación submarina se convirtió en un microcosmos de vida y evolución. Sus habitantes, marcados por la persistencia y la resistencia, enfrentaron no solo la lucha por la supervivencia sino también la búsqueda de respuestas. Los días se tornaron en años, y el 20 de diciembre del año 2529 fue el día esperado en que aquellos que habían permanecido aislados por tanto tiempo pisaron nuevamente tierra firme.
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Editado: 10.02.2024