El Sello: La Rebelión De Los Caídos

Capítulo 32: La invasión a Odrac

Unas horas después de la pelea contra Ron, en el salón de guerra de la hermandad Adelfuns estaba lleno de tensión y tristeza. Markethe, Alcorth, Mizarth, Ëadrail, Alice, Valkano y Miachyv estaban sentados alrededor de la mesa redonda, que tenía puestos para al menos 25 personas. Las paredes altas del salón estaban cubiertas de monitores de grafeno, que mostraban imágenes de la batalla, del séptimo sello falso y de los portales que se habían abierto y cerrado. Todos miraban con preocupación y pesar las escenas que se repetían una y otra vez.

 

La puerta del salón se abrió, y entraron los hijos de Ron: Valend, Citlali, Lys, Tina e Ikuel. Todos tenían el rostro pálido y los ojos rojos, y se notaba que habían llorado mucho. Se acercaron a la mesa y se sentaron junto a los demás, sin decir una palabra. Nadie se atrevía a romper el silencio que se había formado, que era tan denso que se podía cortar con un cuchillo.

 

Fue Valend la que finalmente habló, con voz temblorosa y culpable.

 

— Lo siento... lo siento mucho... yo... yo maté a mi padre... —dijo, bajando la cabeza y sollozando.

 

— No, Valend, no te culpes. Tú no lo mataste, solo lo enviaste a otra dimensión. Tal vez podamos traerlo de vuelta algún día —dijo Markethe, intentando consolarla.

 

— ¿Y qué si lo traemos? ¿Qué va a cambiar? Él ya no es el mismo, está poseído por el poder demoníaco. Nos atacó sin piedad, no le importó que fuéramos su familia, sus amigos. Quería destruirnos a todos —dijo Ikuel, con amargura.

 

— No podemos perder la esperanza, Ikuel. Tal vez haya una forma de liberarlo de esa influencia maligna, de hacerlo volver a ser el que era. Él es nuestro padre, y lo queremos, a pesar de todo —dijo Citlali, con dulzura.

 

— ¿Y qué hay de Odrac? Él es el verdadero enemigo, el que tiene otra réplica del séptimo sello. ¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Lys, con seriedad.

 

— Eso es lo que tenemos que decidir ahora. Los antiguos nos han dicho que tenemos que ir a la isla de Odrac, a detenerlo antes de que sea demasiado tarde. Pero no será fácil, él tiene un ejército de demonios y de humanos corrompidos, y además tiene el poder del séptimo sello falso. Necesitamos estar preparados, y tener un plan —dijo Alice, con firmeza.

 

— Nosotros iremos con ustedes, a luchar contra Odrac. Es nuestra misión, se lo debemos a nuestro padre, y no nos rendiremos —dijo Tina, con determinación.

 

— Estamos de acuerdo, Tina. Ustedes son parte de nuestro equipo. Juntos somos más fuertes, y podremos vencer a Odrac, y salvar al mundo, y a su padre —dijo Alcorth, con una sonrisa triste.

 

Todos asintieron, y se miraron con confianza y solidaridad. Sabían que se enfrentarían a un gran peligro, pero también sabían que tenían una gran oportunidad. Tenían la lanza del destino, una reliquia que podía destruir el séptimo sello, y que solo Mizarth y los antiguos podían usar. Tenían el apoyo de los antiguos, los seres más antiguos y sabios del mundo, que les habían revelado muchos secretos y consejos. Y tenían el amor y la fe, que los unía y los motivaba.

 

Pero lo que no sabían, era que había otros seres que los observaban, y que no estaban de acuerdo con su misión. Eran siete seres de luz, que brillaban con intensidad y pureza. Cada uno de ellos tenía un color del arcoíris en sus ojos, que reflejaba su esencia y su don. Estaban reunidos en otra dimensión, en un lugar llamado el salón de la luz, donde podían ver y escuchar todo lo que pasaba en el mundo. Habían sentido el poder demoníaco de Ron, y el poder que no podían explicar de Mizarth, Alcorth, Ëadrail y Alice, y estaban alarmados y asustados.

 

— ¿Qué fue eso? ¿Qué es ese poder que emanan esos cuatro? No es humano, ni angelical, ni demoníaco. Es algo nuevo, algo desconocido, algo peligroso —dijo el de los ojos rojos, con voz grave y severa.

 

— No lo sé, hermano. Pero me inquieta, me perturba. Siento que hay algo oscuro y maligno detrás de ese poder, algo que amenaza el equilibrio y la armonía del mundo —dijo el de los ojos verdes, con voz suave y preocupada.

 

— Tal vez sea el resultado de la mezcla de los elementos, que esos humanos han aprendido a usar. Tal vez hayan encontrado una forma de combinarlos, de potenciarlos, de alterarlos —dijo el de los ojos naranjas, con voz aguda e inteligente.

 

— O tal vez sea el efecto de alguna reliquia, de algún artefacto antiguo, de algún secreto olvidado. Tal vez hayan descubierto algo que no debían, algo que estaba oculto por una razón —dijo el de los ojos amarillos, con voz clara y curiosa.

 

— O tal vez sea el don de algún ser superior, de algún creador, de algún destino. Tal vez hayan sido elegidos, bendecidos, guiados —dijo el de los ojos rosas, con voz dulce y bondadosa.

 

— O tal vez sea el castigo de algún ser inferior, de algún destructor, de algún caos. Tal vez hayan sido engañados, malditos, manipulados —dijo el de los ojos violetas, con voz ronca y sombría.




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