La batalla entre el cielo y el infierno estaba llegando a su fin. Los ángeles y los demonios se habían enfrentado durante siglos, en una guerra que había comenzado por la rebelión de Vercht, el hijo de Miguel, el arcángel más fuerte y valiente. Vercht se había creído merecedor de la creación, y se había aliado con Lilith, la primera mujer, que se había convertido en demonio, para derrocar a Dios y a sus fieles. Muchos ángeles lo habían seguido, seducidos por su carisma y su poder, y se habían convertido en Nephilim, seres corrompidos por la oscuridad.
Pero no todos estaban de parte de Vercht. Algunos eran hijos de ángeles y Nephilim, y se llamaban Nephalem. Los Nephalem tenían un poder superior al de los ángeles y los demonios. Algunos de ellos habían decidido luchar por Dios, y se habían unido a los ángeles en la batalla. Otros habían preferido mantenerse al margen, y solo se habían involucrado cuando su supervivencia estaba en juego.
Entre estos últimos estaban los cuatro Nephalem más poderosos, que eran los hijos de los arcángeles más importantes. Ragnar y Than eran los hijos de Azrael, el arcángel de la muerte, que había tenido una relación con una Nephilim llamada Naamah. Mara era la hija de Gabriel, el arcángel de la revelación, que había tenido una relación con una Nephilim llamada Sariel. Y Brennus era el hijo de Vercht y Lilith, que habían concebido al primer Nephalem de la historia.
Estos cuatro Nephalem eran los futuros jinetes del apocalipsis, aunque ellos aún no lo sabían. Solo sabían que tenían unas extrañas marcas en sus cuerpos, que les habían aparecido cuando nacieron, y que les daban un poder especial. Ragnar tenía una marca de una espada en llamas en su brazo derecho, que le daba el poder de causar explosiones y heridas como las de una guerra. Than tenía una marca de una guadaña en su pecho, que le daba el poder de ver el punto débil de cada ser vivo y matarlo con un solo golpe. Mara tenía una marca de una calavera en su espalda, que le daba el poder de contagiar enfermedades mortales con solo tocar a alguien. Y Brennus tenía una marca de una corona en su frente, que le daba el poder de bloquear y contraatacar cualquier ataque.
Los cuatro Nephalem habían sobrevivido a la batalla gracias a su poder y su suerte, pero también gracias a su amistad y su lealtad. Se habían conocido cuando eran niños, y se habían convertido en una familia. Se habían apoyado, protegido, y cuidado unos a otros, y se habían enfrentado a los peligros y las dificultades que suponía ser diferentes y marginados. Se habían rebelado contra las normas y las expectativas que les imponían sus padres y sus sociedades, y habían buscado su propio camino y su propia felicidad.
Pero su felicidad se había visto truncada por la guerra, que los había obligado a luchar y a matar, y que les había arrebatado a sus amigos y familiares. Los cuatro Nephalem habían visto morir a muchos de los suyos, tanto a los que estaban de parte de Dios como a los que estaban de parte de Vercht. Habían visto cómo los ángeles y los demonios los masacraban sin piedad, sin importarles su origen o su destino. Habían visto cómo el mundo se teñía de sangre y de fuego, y cómo la esperanza se desvanecía.
Solo les quedaba una esperanza, y era que Miguel, el arcángel más fuerte y valiente, lograra detener a Vercht, el hijo rebelde que había desatado el caos. Miguel era el único que podía hacerlo, pues era el único que podía igualar su poder y su determinación. Miguel era el único que podía poner fin a la guerra, y restaurar el orden y la paz.
Y así fue como sucedió. Miguel logró llegar hasta Vercht, que se encontraba en el centro del campo de batalla, rodeado de sus seguidores y de sus enemigos. Miguel se abrió paso entre la multitud, usando su espada de luz y su escudo de fe, y se plantó frente a Vercht, que lo miró con desafío y con odio. Los dos se lanzaron una mirada intensa y profunda, que reflejaba su historia y su conflicto. Los dos se prepararon para el combate final, que decidiría el destino del mundo.
Los cuatro Nephalem observaron la escena con temor y esperanza, desde una distancia prudente. Ellos sabían que de ese enfrentamiento dependía su futuro, y el de toda la creación. Ellos sabían que Miguel y Vercht eran los dos polos opuestos de la guerra, y que solo uno de ellos podía salir victorioso. Ellos sabían que Miguel y Vercht eran sus padres, y que los amaban y los odiaban al mismo tiempo.
Ragnar y Than miraban a Miguel con admiración y con rencor. Ellos eran los hijos de Azrael, el arcángel de la muerte, que había sido el mejor amigo y el más fiel aliado de Miguel. Ellos habían crecido escuchando las historias y las hazañas de Miguel, y habían soñado con ser como él. Pero también habían sufrido por su culpa, pues Miguel había sido el que había iniciado la guerra, al descubrir la traición de Vercht y al intentar detenerlo. Miguel había sido el que había provocado la muerte de muchos de sus seres queridos, y el que había perdonado a Vercht, permitiendo que la guerra continuara.
Mara miraba a Miguel con respeto y con miedo. Ella era la hija de Gabriel, el arcángel de la revelación, que había sido el mensajero y el consejero de Miguel. Ella había crecido sabiendo que Miguel era el líder y el héroe de los ángeles, y que tenía una misión divina. Pero también había temido por su vida, pues Miguel era el que había ordenado la persecución y la exterminación de los Nephalem, y el que había condenado a su madre, Sariel, a un castigo eterno.
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Editado: 10.02.2024