El Sello: Ron, Torturas del pasado

El ataque a la banda rival

Decidí aceptar la propuesta del hombre de los ojos rojos, y unirme a él. Pensé que era una buena oportunidad para obtener la información que buscaba, y para vengar a mi padre. Pensé que él era mi aliado, y que podíamos trabajar juntos.

Pero me equivoqué. Me equivoqué de forma terrible.

El hombre de los ojos rojos me llevó hasta una casa abandonada, al otro lado del cementerio. Me dijo que allí se escondía la banda rival, que le había quitado territorio y negocios. Me dijo que eran unos criminales despiadados, que merecían morir. Me dijo que si los mataba, él me daría la información que buscaba, y me ayudaría a vengar a mi padre.

Entramos en la casa, y nos encontramos con una escena de horror. La casa estaba llena de cadáveres, mutilados y ensangrentados. La casa estaba llena de sangre, y de un olor nauseabundo. La casa estaba llena de muerte.

—¿Qué es esto? —pregunté, con asco.

—Esto es lo que queda de la banda rival —me dijo el hombre de los ojos rojos, con una risa malvada—. Los maté a todos, antes de que llegaras. Fue fácil, con mis poderes.

—¿Qué poderes? —pregunté, con sorpresa.

—Los mismos que tú, Ron —me dijo el hombre de los ojos rojos, con orgullo—. Los poderes que nos dio el ritual. Los poderes que nos hacen especiales.

Me miró a los ojos, y vi que sus pupilas eran de un rojo intenso. Vi que sus ojos eran iguales que los míos.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté, con confusión.

—Quiero decir que somos iguales, Ron —me dijo el hombre de los ojos rojos, con emoción—. Quiero decir que somos hermanos, Ron. Quiero decir que somos hijos del mismo padre, Ron.

Me quedé sin palabras, sin saber cómo reaccionar. ¿Acaso él era mi hermano? ¿Acaso él era hijo de mi padre? ¿Acaso él era mi familia?

—¿Qué dices? —le pregunté, con incredulidad.

—Digo la verdad, Ron —me dijo el hombre de los ojos rojos, con sinceridad—. Digo que somos hijos de Arthoriuz, el gran mago que fue asesinado por el General Njord. Digo que somos los herederos de su legado, y de su poder.

Me miró a los ojos, y extendió su mano. Su mirada era intensa, y su gesto era sincero.

—¿Qué dices, Ron? —me preguntó, con esperanza—. ¿Me crees? ¿Me aceptas?

Lo miré, sin saber qué hacer. Por un lado, sentía desconfianza, y temor. No sabía si me estaba diciendo la verdad, o si me estaba engañando. No sabía si era mi hermano, o si era mi enemigo.

Pero por otro lado, sentía curiosidad, y tentación. Él decía que era mi hermano, y que era hijo de mi padre. Él decía que era mi familia, y que era mi aliado. Él decía que podíamos vengar a nuestro padre, y que podíamos unir nuestras almas.

¿Qué debía hacer? ¿Debía aceptar su propuesta, y unirme a él? ¿O debía rechazar su oferta, y seguir solo?

No lo sabía. No sabía qué hacer.

 




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