Égabros.
Era medianoche cuando las campanas y los cuernos comenzaron a resonar en la ciudad fronteriza de Égabros.
Ningún habitante esperaba un ataque, por lo que las defensas de la ciudad no estaban debidamente acondicionadas, ni apuntaladas, para soportar un asalto de tal magnitud.
Dorian se despertó, sobresaltado y temeroso. Saltó de la cama y se vistió con premura.
Se disponía a salir de su habitación cuando la puerta se abrió.
- ¡Padre! —Sintió un gran alivio al ver a su progenitor. — ¡¿Nos están atacando?!
-Así es… —A pesar de la situación, mantenía una actitud estoica.
- ¡¿Qué vamos a hacer?!
-Combatir, por supuesto. No tenemos otra opción.
- ¿Son…?
-Sí, lo son… —No necesitó que su hijo completase la pregunta.
- ¿Cuántos…? —Preguntó con estupor.
-No estoy seguro, unos miles, quizá más.
-Maldición… —Sintió un escalofrío recorrer su espalda.
-Hijo… Debo comandar a los guerreros, debemos luchar y defender la ciudad.
-Voy contigo.
- ¡No!
-Pero…
- ¡Escúchame, hijo! —Le interrumpió. — Tú tienes que ir a la capital del Este, tienes que ir a Hildegard, debes alertar a nuestro Señor.
-Padre… Yo…
Editado: 17.01.2023