Afueras de Hildegard.
El soberano del Este, Obelix del linaje Narón, se encontraba junto a su primogénito, Azcar. Ambos solían alejarse con frecuencia hasta una colina lindante a la metrópoli, ya que a Obelix le gustaba instruir personalmente a su hijo.
Azcar acometió y Obelix repelió el golpe con facilidad.
-Concéntrate, hijo.
-Ya lo hago… —Jadeaba por el esfuerzo.
Azcar atacó, pero esta vez tampoco pudo superar la guardia de su progenitor.
-El movimiento de tus caderas te delata. Y también tus ojos.
-Lo sé… Siempre me dices lo mismo.
-Soy severo, es cierto, pero lo hago por tu bien.
Azcar arremetió, y una vez más, su padre eludió su ataque.
- ¿Podemos parar ya? Estoy cansado. —Se retiró con la mano el sudor que empapaba su frente.
-Sí, está bien.
Azcar fue hasta su caballo y extrajo la cantimplora de las alforjas.
-Has mejorado mucho. Si sigues así serás mucho mejor guerrero que yo. —Alabó la capacidad de su hijo.
-Lo dudo.
-Algún día, con algo de fortuna, ocuparás mi puesto. Es importante que estés preparado.
-Ya… Pero para eso todavía falta mucho tiempo.
-Sí. —Sonrió. — Eso espero.
- ¿Cuándo vas a empezar a entrenar a James? Él también es tu hijo.
-Azcar, ambos sabemos que tu hermano es más diestro y peligroso con su oratoria, que con un arma.
Azcar asintió levemente.
- ¿Te apetece que vayamos a la cabaña?
-Si es lo que quieres…
-Venga, vamos.
Ambos ascendieron a sus monturas y cabalgaron hasta la cima de la colina, lugar donde se ubicaba una ruinosa y destartalada cabaña de piedra.
Obelix sintió regocijo al verla. Ambos descendieron y se acercaron.
-Amo esta cabaña. —Obelix posó su mano sobre una de sus paredes.
-Ya… —Azcar suspiró.
-Cuando me muera, quiero que me entierres aquí.
- ¡No digas sandeces! ¡Eres el protector del Este, mereces algo mejor!
-Ay… —Inhaló. — Hijo, todavía no entiendes por qué te traigo aquí.
-Claro que lo sé. Porque nuestros antepasados construyeron la cabaña.
-Sí, esa es una parte. Tu bisabuelo, Bern, levantó esta cabaña con sus propias manos. Pero no es solo por eso.
-Ajá.
-Esta pequeña cabaña, representa nuestro origen. Un origen humilde. No somos más por ser quiénes somos, ni por nuestros cargos, ni por nuestras posesiones.
-Sí, ya lo sé.
-Claro… —Obelix sonrió.
Ambos divisaron a dos personas aproximarse a caballo. Cuando estaban cerca, advirtieron de quien se trataba.
Evadi y Loblin, consejeros de Obelix, descendieron prestos de los caballos.
Aunque Evadi era mucho mayor, los dos eran cuasi ancianos, por lo que sus movimientos no eran ágiles.
- ¿Qué ocurre? —Obelix percibió su pesar.
-Mi señor, tiene que regresar a palacio. —Loblin resoplaba por el esfuerzo.
- ¿Por qué motivo? —Miró directamente a Evadi.
-Un joven se ha presentado en palacio. Dice ser hijo de Trent, el regente de Égabros.
Obelix escuchaba atentamente la proclama de su consejero.
-Dice que han atacado Égabros, que atravesaron la cordillera por el 'camino de las cabras’.
-Mmm… —Obelix frunció el ceño. — ¿Dónde está ese joven ahora?
-En palacio, con vuestro hijo James, y con nuestros hijos, Bred y Nuel.
- ¿Son ellos…? ¿Han vuelto? —Azcar intervino en la conversación.
-Podrían ser ellos, sí. —Loblin confirmó los peores presagios.
- ¿Por qué los hombres de más allá iban a atacarnos? —Azcar oteó a su padre.
-Lo mejor… —Se pausó para escoger sus palabras. — Lo mejor será que vayamos a palacio y hablemos con el muchacho.
-Sí, señor.
-Vamos.
Hildegard.
Hildegard es la capital del Este, una ciudad próspera y boyante, autosuficiente y bienaventurada.
Dispone de una muralla sólida, formada con grandes bloques de piedra. Una proeza de la ingeniería defensiva, la más gruesa y alta de toda la región.
El emplazamiento de la urbe es idílico, pues el río más caudaloso del Este circula muy cerca. Gracias a eso, la ciudad cuenta con eficaces canalizaciones y efectivos sistemas de saneamiento.
En el interior, las calles son amplias, gozan de una gran planificación urbanística, con bellas plazas donde los habitantes se reúnen en los días soleados.
Las casas son unifamiliares, la gran mayoría disponen de dos plantas, aunque las hay de hasta cinco pisos de altura.
No obstante, la construcción más popular, la más amplia y elevada, la más opulenta y fastuosa, es el inmenso palacio.
Solo dispone de dos pisos, pero cuenta con decenas de salas y estancias, además de sus dos colosales torres, una al este y otra al oeste.
En ese momento, Dorian se encontraba en una de las estancias de palacio. Junto a él, estaban James, Bred, hijo de Loblin, y también Nuel, hijo de Evadi.
Dorian estaba apesadumbrado y atribulado. Estaba famélico y harapiento, pues el viaje había sido largo y apenas había realizado pausas en el camino.
-Entonces… ¿Estás seguro de que son ellos…? —Bred quebrantó el abrumador silencio.
Dorian asintió.
-Sabía que volverían. Esos malnacidos. —Nuel no podía ocultar su hastío.
Las puertas del palacio se abrieron y en unos segundos, se personaron en la sala.
-Hola.
Obelix dio un paso al frente, recibiendo las miradas de todos los presentes.
-Mi nombre es Obelix, mi linaje es Narón. Soy el protector del Este. —Se aproximó hasta Dorian.
-Lo sé, mi señor. Yo soy Dorian, hijo de Trent, mi linaje es Gray.
-Conozco a tu padre, yo mismo apoyé su candidatura como regidor de Égabros. Dime, ¿qué ha sucedido? ¿por qué no ha venido él?
-Nos atacaron, mi señor. —Tiritaba al rememorar.
- ¿Cuándo sucedió?
-Hace cuatro lunas.
-Entiendo. —Miró al joven, directamente a sus cristalinos ojos. — Dorian, sé que puede ser doloroso, pero quiero que me cuentes todo lo que ocurrió.
-Sí… Fue durante la madrugada, me desperté al oír los cuernos. Mi padre entró en mi habitación y me informó del ataque.
- ¿Eran hombres de más allá? —Evadi participó activamente en la plática.
-Eso me dijo mi padre.
- ¿Los viste con tus propios ojos?
-No… Mi padre me escoltó hasta las caballerizas, me hizo montar en un caballo y partir hasta aquí.
-Hizo bien. ¿Sabes si pudieron evacuar la ciudad?
-No lo sé…, pero no lo creo. —Dorian respondía afligido a las cuestiones.
- ¿Cuántos soldados? ¿Lo sabes? —Evadi preguntó sin recato.
-No estoy seguro, antes de partir, mi padre me dijo que eran miles.
- ¿¡Miles!? —James sintió como su cuerpo se estremecía.
-Calma. —Obelix observó a su vástago. — Dime, Dorian. ¿Hay algo más que debamos saber?
-No, creo que no. Abandoné tan rápido mi ciudad que… Yo… —Dorian no encontraba las palabras.
-Lo entiendo. Y te estamos muy agradecidos.
-Mi señor. Vais a ir a Égabros, ¿verdad? Mi padre, mi familia, mi ciudad… —Dorian estaba desquiciado.
-Lo pagarán, eso lo prometo. Pero es pronto para decidir. —Obelix exhibió gran firmeza.
-Pero, mi señor…
-Azcar, James y Bred. Quiero que llevéis a Dorian a uno de nuestros barracones. Aseguraos de que tenga un techo y comida. Cuando acabéis, regresad a palacio. ¿Entendido?
Los tres aseveraron.
-Acompáñanos, Dorian.
-Sí…
Los cuatro salieron al unísono de la estancia y del palacio.
Loblin, Evadi y Nuel observaban detenidamente a Obelix, a la espera de su parecer.
- ¿Y bien? —Evadi, impaciente, fue el primero en interrumpir el silencio.
-Es una situación compleja. —Obelix atusó su barba.
-Quizá el muchacho esté mintiendo. —Evadi expuso su opinión sin ningún tapujo. — Ninguna persona del reino ha atacado nuestro territorio desde la Gran Guerra. Hace ya más de cincuenta primaveras.
- ¡Qué sandez! ¡¿Por qué iba a mentir?! —Loblin se sintió contrariado al escuchar a su congénere.
-Tenemos espías en el continente. De venir un ejército, nos habrían alertado. —Evadi proseguía con su argumentación.
-O no… Quizá no puedan hacerlo. —Obelix tomó asiento. — Quizá tengan problemas…
-Mi señor, según el precepto de los cuatro, debemos viajar hasta Bastión de Tierra, para informar.
- ¿Informar? Todavía no sabemos con exactitud que ha ocurrido. —Evadi discrepó con Loblin.
-Ambos tenéis razón. Tenemos una obligación con los otros tres grandes señores.
- ¿Iremos a informar? —Loblin sintió un gran alivio.
-Sí, pero no lo haremos nosotros.
- ¿Quién entonces…?
-Nuestros hijos. Es el momento, están preparados, cuentan con mi beneplácito y son los mejores emisarios posibles.
-Claro, mi señor. —Loblin asintió.
-Bastión de Tierra está a una quincena a caballo. Mientras ellos van y reúnen a los representantes del Norte, el Sur y el Oeste; nosotros investigaremos lo sucedido y nos prepararemos para lo que pueda suceder.
Ambos consejeros estaban satisfechos con la conclusión.
-Nuel.
-Sí, mi señor.
-Aunque joven, eres uno de los mejores comandantes de Hildegard. Quiero que agrupes a sesenta guerreros, formad dos equipos y marchad hasta Égabros.
- ¿¡Cómo!? ¡Eso es injusto! —Evadi enfureció con la declaración.
- ¡Padre! —Nuel le reprendió.
-Tus hijos y los de Loblin viajarán hasta el Bastión, y, mientras, mi primogénito tiene que ir hasta Égabros. No estoy de acuerdo.
-Creo que soy justo, ya sabes que Bastión de Tierra no es un lugar seguro, te recuerdo que es una ciudad sin ley. No pido a tus hijos más de lo que les exigiría a los míos propios.
-Pero…
-Tú hijo es el más mayor, y posiblemente también sea el más experimentado. —Obelix no le permitió expresarse. — Es el único de nuestra prole que cuenta con el rango de comandante. Y, puedes estar tranquilo, no quiero que combatan, solo deseo que exploren y confirmen el testimonio del muchacho.
-Padre, quiero hacerlo, me he esforzado y lo merezco. —Nuel compartió su predisposición.
-Está bien… —Suspiró. — Que necios… —Murmuró.
-Bien, Nuel, atiende.
-Sí, señor.
-Las poblaciones más próximas a Égabros, son las aldeas Mall y Sectaria. La primera está a dos lunas de aquí, la segunda a tres. Ninguna tiene muralla, por lo que con los catalejos podréis advertir a cualquier enemigo en las proximidades.
Nuel atendía con esmero.
-Parad en ellas para abasteceros y hablad con los regidores. Quizá ellos tengan más información, y si no, advertirles. Diles que si lo desean pueden venir a Hildegard a resguardarse.
-Por supuesto.
-Y Nuel, es muy importante que mantengamos la discreción. Todavía no sabemos que ha pasado, no quiero sembrar el terror en los habitantes del Este. Escoge como acompañantes a guerreros dignos de tu confianza.
-Claro, mi señor.
- ¿Podrás congregarlos hoy? Querría que partierais mañana mismo.
-No hay problema, lo haré.
-Recuerda, vais a investigar, no a combatir. No os arriesguéis.
-Sí. Lo entiendo.
-Estupendo, puedes retirarte.
Nuel asintió.
-Y Nuel, cuentas con mi total confianza. Eres un orgullo para el Este.
-Gracias.
Nuel sonrió, sin embargo, su padre tenía un semblante serio.
Obelix esperó a que Nuel se retirase, para dirigirse a su progenitor.
-Evadi, amigo, no tienes de qué preocuparte.
-Tenía que ser guerrero… No podía ser artesano, herrero, galeno o maestro…, tenía que ser comandante.
-Tu chico es fuerte, hábil e inteligente. Siéntete afortunado. —Obelix le dedicó una sonrisa.
-Sí… Solo espero que mis otros hijos escojan otras profesiones.
Obelix y Loblin rieron tras el comentario de Evadi.
-Dejando a un lado las bromas, ¿qué edad tiene tu hijo mediano?
- ¿Tuck? —Repitió de forma oratoria. — Catorce primaveras.
- ¿Te gustaría que fuese a una misión diplomática? Podría aprender mucho.
- ¡Claro que sí! ¿En qué pensabas?
-Quiero que Loblin vaya a las ciudades de los ríos, informe de lo sucedido y realicé una leva en mi nombre. Y he pensado que Tuck debería acompañarle.
- ¿Qué? ¿Quieres que deje a mi hijo con este viejales? —Miró de reojo a Loblin.
- ¿¡Viejales!? ¡Soy mucho más joven que tú!
Ambos se miraron y sonrieron con burla.
-Está bien. Que Tuck vaya con él. Pero…, ¿por qué has escogido a Loblin en lugar de a mí?
-Je, je. —Obelix sonrió. — Digamos que Loblin es más diplomático y menos gruñón.
- ¿Gruñón, yo? ¡Tamaña desfachatez!
-Con la edad te has vuelto un cascarrabias. —Loblin replicó con comicidad.
Escucharon pasos cerca y miraron hacia la entrada.
Azcar, Bred y James habían retornado.
-Hola, padre.
- ¿Qué tal ha ido?
-Todo bien.
-Perfecto. —Dirigió sus ojos hasta sus consejeros. — Marchaos, tenéis mucho que hacer. Loblin, tú también viajarás mañana.
-Sí, mi señor.
-Evadi, asegúrate de que todo marcha según lo previsto.
-Cuenta con ello.
Los consejeros salieron raudos de la estancia, y después del palacio.
- ¿Podemos irnos? —Azcar se expresó con tirantez.
-No. Tenemos mucho de lo que hablar aún.
- ¿Sí? ¿Sobre qué? —James sintió un gran interés.
-Sobre lo ocurrido y vuestra función.
- ¿Nuestra función? —Azcar estaba desconcertado.
-Mañana partiréis a Bastión de Tierra, como emisarios del Este.
- ¡¿Nosotros?! —James no ocultaba su sorpresa.
-Azcar y tú sois mis hijos. ¿Quién mejor para representarme ante los tres señores? —Observó las expresiones de sus hijos. — ¿Aceptáis el encargo?
Ambos asintieron.
-Bien. —Obelix dedicó una sonrisa a sus hijos. — Bred.
-Si, señor.
-Tú y tus cuatro hermanos acompañareis a mis hijos. Eres el más mayor y, por lo tanto, te confiero la protección de todos los implicados.
- ¡Por supuesto, mi señor! —Bred se contentó al escucharle.
-Tu padre ya conoce esta información y está conforme.
-Estupendo.
-Ve a avisar a tus hermanos, mañana al alba partiréis.
-Claro. —Bred se dio media vuelta, pero se detuvo. — Azcar, nos vemos luego en…
-Sí. Donde siempre. —Azcar no le permitió terminar la frase.
-Bien. Hasta luego.
Bred se marchó con presteza.
-Azcar, hijo, ya sé que tú y tu hermano frecuentáis en barrio Pella y la taberna ‘Luz de Luna’.
- ¿Lo sabes? —James oteó discretamente a Azcar.
-Cómo no…
-Soy vuestro padre. Además, la propietaria, es una vieja amiga. —Les sonrió.
- ¿Podemos irnos? —Azcar estaba deseando retirarse.
-Antes de que os marchéis, quiero que entendáis la importancia de vuestra misión.
-Ya lo sabemos. —Azcar se expresó con vanidad.
-Juventud… Creéis saberlo todo. —Tragó saliva. — El territorio es seguro, no deberíais tener problemas, mañana os entregaré un mapa. Quiero que os desplacéis siguiendo el cauce del río Don y después recorráis los caminos del bosque Orellan. Si seguís el itinerario, en una quincena arribareis, quizá menos.
Ambos atendían a su progenitor, pero James lo hacía con más esmero.
-Ya os he hablado antes de Bastión. Es un lugar sin ley, la única metrópoli en la que no hay regidor. Allí deberéis ser muy cautos. Y en cuanto lleguéis, os dirigiréis a la ‘Casa de los cuatro’. Allí hay representantes de todos los linajes, incluido el nuestro. Una vez allí, preguntad por Ortsak. Él os dirá que hacer. ¿Lo recordaréis todo?
-Sí. —James había memorizado casi todo el discurso.
- ¿Azcar?
-Sí, descuida.
-Bien.
- ¿Algún consejo más, padre?
-Pues… Mmm… —Meditó su respuesta. — Hay tres normas no escritas.
- ¿Cuáles? —James estaba interesado.
-No combatáis con nuestros hermanos del Oeste. No os enamoréis de ninguna persona del Norte. No bebáis con nadie del Sur. —Respondió con suma comicidad.
- ¡Entendido!
Obelix advirtió la exasperación en el rostro de Azcar.
-Venga, marchaos, no os entretengo más. Pero descansad, mañana será un día largo.
- ¡Hasta luego, padre!
Sendos hermanos abandonaron el palacio con gran premura.
Nuel se encontraba en la taberna ‘Luz de Luna’, sentado en una de sus robustas mesas de madera, junto a dos fieles amigos y guerreros.
Uno era Martín, un hombre del Oeste, del linaje Ork, el más conocido de la región lindante. El otro era Edmund, del linaje Simún, oriundo de Hildegard.
-Entonces… ¿Estás seguro de que han regresado? —Edmund empleó un tono de voz muy bajo para que el resto de comensales no le escuchasen.
-Es posible…, y es lo que debemos averiguar. —Nuel imitó su tono.
- ¿Qué ha dicho Obelix exactamente?
-Que seamos discretos. Nada es seguro todavía.
-Ya… —Martín bebió de su jarra, para templar sus nervios.
- ¿Cuento con vosotros? —Nuel miró fijamente a sus acompañantes.
-Claro que sí. —Edmund le sonrió. — No te dejaría solo, sin mí, no sobrevivirías.
-Yo también voy. Mis antepasados saldrían de sus tumbas si no fuera a combatir a esos bellacos.
-Eh, no, no vamos a combatir. Solo a investigar. —Nuel le corrigió.
-Eso está por ver.
-Bueno, por ahora, hay que reunir un pequeño equipo. En total unos sesenta guerreros.
- ¿Quieres que lo haga yo? Conozco a grandes guerreros y guerreras, los más aguerridos de Hildegard.
-Sería genial. Pero quiero que os ocupéis entre los dos. ¿Os parece bien?
Ambos aseveraron con sus ademanes.
- ¿Para cuándo? —Martín acabó su bebida.
-Para mañana, al alba debemos partir.
- ¡¿Tan pronto?! —Edmund se sobresaltó, no esperaba su respuesta.
- ¡Chist!
-Perdón…
-Es de vital importancia averiguar lo acontecido, sea un rumor o un hecho, una verdad o una falacia, debemos corroborarlo.
-Nuel tiene razón.
-Sí… Voy a ir ya. No tenemos tiempo que perder. —Edmund se levantó de su asiento.
-Te acompaño. —Martín le emuló.
-Al alba, en la ‘puerta del Cielo’.
- ¿Por qué ahí? Sería mejor la ‘puerta del Sol’.
-No. Debemos ser discretos.
-Sí, que cabeza tengo.
-Allí te veré hermano. —Martín extendió su mano.
-Sí. —Nuel correspondió el gesto. — Sed puntuales y aseguraos de que los demás lo sean.
-Claro.
Edmund y Martín abandonaron el establecimiento con apremio.
Nuel permaneció sentado, sumido en sus inquietudes y zozobras, angustiado por lo que veía como el inicio de un gran conflicto.
Estaba tan ensimismado, que no advirtió la presencia de Dorian hasta que este se sentó en frente suya.
-Hola.
-Eh, hola.
- ¿Molesto?
-No, no, es que estaba distraído.
-Ya veo. —Le sonrió. —Perdona mi indiscreción, tú estabas en el palacio, ¿no?
-Sí. Mi padre es uno de los consejeros y yo soy comandante.
- ¿Tan joven y ya eres comandante?
-Soy mayor de lo que aparento. —Nuel terminó su copa y suspiró con un notable desdén.
- ¿Preocupado, verdad…?
-Sí…
-Yo también… Mi ciudad no es como la capital, no se parece en nada. Es antigua, está junto a las laderas y las montañas, no tenemos nada especial. Pero es mi hogar.
-Debe ser duro.
-Sí… Lo es. ¿Sabes si el señor del Este ha tomado alguna decisión?
-No puedo compartir información, lo siento.
-Lo entiendo, pero…, es Égabros. Allí está mi familia y mis amigos, creo que merezco…
- ¿Sabes guardar un secreto? —Nuel se apiadó y le interrumpió antes de que terminase la frase.
-Sí, puedes confiar en mí.
-Bueno… Solo te diré que se han tomado medidas. Mañana mismo partiré hacia allí. —De nuevo, disminuyó el volumen de su voz.
- ¿Con que fin?
-Investigar los movimientos del enemigo.
-Permíteme ir con vos y con vuestros guerreros.
-Dorian… Yo…
-Por favor. Es mi ciudad la que atacaron… —Dorian persistió con enternecimiento. — Soy diestro con el acero y conozco bien los caminos. Puedo ser muy valeroso.
Nuel dudó, pero terminó sucumbiendo y aceptando.
-Está bien. Vendrás conmigo.
- ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Entretanto, Bred acaba de arribar a su hogar.
- ¡Eh! ¡Todos! ¡Venid aquí!
La familia Willent solía realizar sus reuniones en la segunda planta, en la cocina, donde había una extensa mesa de madera cubierta de confortables sillas.
La primera en arribar fue Rin.
- ¿Qué pasa hijo? ¿A qué se debe este alboroto?
-Ahora te cuento, madre. —Se acercó a la puerta. — ¡Venga holgazanes! ¡Venid aquí, ahora mismo! ¡Qué no tenga que ir por vosotros!
El llamamiento fue fructífero y en unos minutos fueron llegando sus cuatro hermanos.
Todos eran físicamente muy parejos, todos altos y enjutos, con los mismos ojos pardos de su madre, y el pelo oscuro como el carbón, al igual que su padre.
A pesar de sus similitudes corporales, sus personalidades eran completamente opuestas las unas de las otras. Bred es tenaz, cabezón y férreo. Lublin es el siguiente hermano, cínico, bromista, inoportuno y a veces insufrible. El mediano, Lacar, es quizá el más noble, amante de la naturaleza y el más pacífico de todos. Onion, es introvertido, tanto que muchos pensaron durante su juventud que era mudo, pues es parco en palabra y expresiones, una mente brillante, pero sin dotes sociales. Tod, es el más joven, solo tiene catorce primaveras, un chico despierto y risueño, bondadoso y jovial.
- ¿Qué quieres? ¿Para qué nos has llamado? ¿Ya has perdido el juicio totalmente? —Lublin se aproximó a su hermano.
-Siéntate.
- ¿Y si no quiero?
-Lublin… —Rin fulminó a su hijo solo con sus ojos.
-Por ti, madre.
- ¿Qué pasa, hermano? Estás muy serio. —Lacar reparó en su seriedad.
-Obelix y padre han decidido que vamos a viajar a Bastión de Tierra con Azcar y James.
- ¿¡Qué?! ¡¿Cómo dices?! —Rin fue quien peor recibió la noticia.
- ¡Genial! —Tod estaba entusiasmado.
- ¿Es obligatorio? No me apetece viajar. —Lublin miró con bravata a su hermano mayor.
- ¿Puedes hablar en serio por una vez?
-Lo intentaré.
- ¿Cuándo quiere que vayamos? —Lacar seguía denotando su interés.
-Partiremos mañana, al alba.
- ¿Tú padre ha aceptado…? —Rin se levantó airada de su silla.
-Sí.
- ¿Sabes dónde está ahora mismo?
-No…
Bred era cauteloso y escueto al expresarse, sabía que su madre estaba muy enojada.
-Voy a buscarle…
Rin salió de la estancia con gran premura.
-Je… Padre tiene problemas. —Lublin se carcajeó.
- ¿Por qué vamos a ir a Bastión de Tierra? —Tod se dirigió a Bred.
-Bueno… Es complicado.
Todos le miraron fijamente.
-Es posible que los hombres de más allá, hayan vuelto. Se piensa que han atacado Égabros.
Todos perdieron la templanza con la declaración, todos salvo Onion, el cual permanecía inmutable, en un tenue silencio.
- ¿Y…? —Lublin no supo que decir, su sonrisa desapareció abruptamente.
- ¡Tranquilos! ¡Todavía es pronto! Por ahora solo tenemos que acompañar a Azcar y James.
- ¿Nuel vendrá con nosotros? —Tod preguntó con suma candidez.
-No, él tiene que ocuparse de otras tareas. ¿Por qué lo preguntas? —Bred frunció el ceño.
-Porqué crees. Nuel es el mejor guerrero de todos nosotros. —Lublin se anticipó a su hermano menor.
- ¿Qué creéis que va a ocurrir? Solo vamos a hacer de emisarios.
- ¿No será peligroso…? —Tod seguía exhibiendo inquietud.
-Tranquilo hermanito, soy el mejor arquero de la ciudad, conmigo estarás a salvo. —Lublin se vanaglorió con petulancia.
-Esa sí que ha sido una buena chanza. —Esta vez fue Bred quien utilizó un tono cómico.
- ¿Cuánto tardaremos…? —Onion intervino en la conversación por primera vez, acaparando la atención de sus hermanos.
-Buena pregunta, según he entendido, tardaremos alrededor de una quincena en llegar. —Bred solventó la cuestión.
-No es mucho. —Lacar sintió alivio.
Azcar y James arribaron a Luz de Luna y accedieron al interior. Otearon el local en busca de sus allegados y divisaron a Nuel, el cual seguía con Dorian.
-Hola. —Azcar tomó asiento después de su hermano.
- ¿Qué tal? —Nuel les dedicó una sonrisa cortés.
-Ya sabes, nuestro padre nos ha dado una de sus charlas.
- ¡Azcar! No hables así de padre.
- ¿Por qué? Es la verdad. Le encantan los discursos.
Ni Nuel ni Dorian se atrevieron a comentar nada, Obelix es su señor, su protector, regidor de todo el Este, aunque no es un delito criticarle o insultarle, el respeto hacia su líder es total.
-Voy a pedir, a esta ronda invito yo.
Azcar se encaminó hasta el dependiente de la tasca.
Bred y Lublin accedieron al establecimiento, cuando divisaron a Nuel y James, avanzaron hasta su misma mesa.
-Hola.
Ambos tomaron asiento.
Azcar los vio llegar y pidió que les sirvieran.
Azcar retornó a la mesa acompañado del empleado que cargaba las bebidas en una bandeja de madera.
- ¿Qué tal? ¿Qué han dicho tus hermanos? —Azcar se dirigió a Bred.
-Están encantados. Les agrada la idea de viajar.
-Son unos necios. —Lublin sonrió.
-No sé, a mí también me apetece. —James compartió su opinión.
-Pues tu eres otro necio.
-Oye, Nuel, ¿cómo es que tú no vendrás con nosotros? No sé el motivo. —Bred se interesó.
-A mí me han encargado otra cosa.
- ¿El qué? —Azcar le miró fijamente.
-Si quieres conocer los detalles, pregúntale a tu padre.
-Qué misterioso. —Lublin bromeó nuevamente.
- ¿Sabéis que mi hermano pequeño va a viajar con vuestro padre? —Nuel desvío la conversación deliberadamente.
- ¿Tuck? ¿No es muy joven? ¿Adónde van?
-No estoy seguro.
-Hay que ver, parece que todos tenemos misiones importantes que cumplir. —James se sentía dichoso.
- ¿Y tú madre va a permitir a Tuck viajar?
-Aún no se ha pronunciado, mi padre debe estar hablando con ella ahora.
Azcar había acabado su jarra y le hizo un gesto con la mano al dependiente para que le atendiese.
- ¿Vas a beber más? —Nuel le increpó.
-Sí, ¿por? —Replicó iracundo.
-Ya sé que no es de mi incumbencia, pero deberías moderarte, mañana tienes una misión importante.
-Tú lo has dicho Nuel, no es de tu incumbencia.
Los presentes enmudecieron, evitando acrecentar la disputa.
- ¡Eres un majadero! ¡No pienso permitir que Tuck viaje!
-Iris, por favor, es necesario que nuestro hijo se familiarice con ciertos procedimientos.
-Tú y tu maldita obsesión. Tuck no quiere ser consejero.
-Lo sé, y no insistiré. No obstante, debe convertirse en una persona valerosa, y eso se consigue aprendiendo cosas nuevas.
Iris gruñó con desaprobación.
-Tú te pasas todo el día entrenando a Ozz para que sea una guerrera, y yo jamás me he opuesto. —Evadi argumentó a su favor.
-Solo la adiestro después de la escuela, para que sepa defenderse.
-Y está muy bien, igual que lo está que Tuck tenga responsabilidades.
El joven accedió a la alcoba de sus padres, pues había escuchado la acalorada charla entre sus progenitores.
-Tuck… ¿Qué ocurre?
-Madre, quiero ir. Padre tiene razón.
-Pero…
-Por favor, madre. —Tuck la miró fijamente a los ojos.
-Si es lo que quieres…
- ¡Bien! —No disimuló su regocijo.
Evadi no añadió nada más, pero exhibió una amplia y satisfactoria sonrisa.
-Pero debes ser responsable, obediente y no molestar a Loblin.
- ¡Sí! ¡Lo prometo!
-Bueno, ayúdame a preparar la cena y te daré algunos consejos que te serán muy útiles. —Evadi posó su mano sobre el cabello de su hijo.
Tuck oteó a su madre en busca de su aprobación.
-Venga, ya le has oído, ve.
- ¡Sí!
Obelix se encontraba junto a la entrada de su casa, sentado en una vieja mecedora, disfrutando del atardecer.
También se congratulaba observando a los viandantes, a las buenas gentes de la ciudad durante sus quehaceres diarios.
Junto a él, había varios gatos, y es que los felinos deambulan libres por todas las ciudades del Este. Obelix es un gran admirador de estos animales, pues los considera fieles y unos aliados excelentes para combatir las plagas de roedores.
De todos los gatos a los que suele alimentar, tiene un favorito, una joven gata gris, que siempre halla la manera de encontrarlo. Ambos tienen una conexión especial que va más allá de la lógica.
-Que buen día hace hoy. El cielo despejado, los pájaros, el calor y la brisa. —Acariciaba a la gata, la cual ronroneaba con los arrumacos. —Un día fantástico.
Obelix observó a Loblin emerger desde el final de la avenida. Poco a poco se fue acercando hasta alcanzarle.
- ¿Todo bien, Loblin?
-Sí… Todo bien. —Se apoyó en la pared.
-Ya… —Obelix sonrió al comprender la situación. — ¿Rin se ha enfadado?
-Mucho. Me preguntaba si…
-Sí, tranquilo amigo, puedes dormir en mi casa. —Rio veladamente.
-Ha aceptado, permitirá que los chicos viajen, pero ya la conoces, tiene mucho carácter.
-Lo sé. Es tan ruda como mi difunta esposa.
-Nos gustan las mujeres fuertes.
-Pues sí.
Ambos compartieron una mirada cómplice.
- ¿Y tú qué haces aquí?
-Nada en concreto. —La gata saltó de su regazo y se alejó.
- ¿Inquieto?
-Un poco. Aunque sabía que esto ocurriría. Pero, deseaba no estar vivo para entonces.
- ¿Qué quieres decir con que lo imaginabas?
-Han pasado muchas primaveras desde la guerra. Yo mismo era un muchacho lampiño en aquel entonces. Temo que los ancianos del reino han olvidado el dolor y el terror que provoca una guerra. Y los jóvenes, que decir de ellos, no han conocido ese pesar y por eso lo minusvaloran.
-Todavía es pronto para ser pesimistas.
-Sí…
-Recuerdo lo que decía tú padre. —Loblin rememoró la cita. — La guerra nunca arregla nada, ganarla es tan desastroso como perderla.
-Era una gran persona, muy sabio. Me gustaría ser como él.
-Te pareces mucho.
- ¿Tú crees?
- ¡Claro que sí! Lo reconstruiste todo tras la guerra. Has mantenido el Este en paz, has mejorado escuelas y hospitales, ayudado a agricultores y artesanos. Hemos prosperado en cincuenta primaveras más de lo que nunca imaginamos. Tu padre estaría orgulloso del gobernante que eres.
-Agradezco tus palabras, amigo. Pero no lo hice solo, tuve a excelentes personas para auxiliarme, personas como tú.
Ambos compartieron una honesta sonrisa.
-Vamos dentro. —Obelix se alzó de su mecedora. — Va a anochecer y debemos descansar bien. Mañana tenemos que madrugar.
-Vamos.
Editado: 17.01.2023