Hildegard.
La capital del Este dispone de cuatro accesos. La entrada más grande, la del Sol, la intermedia, la Luna, y la menos concurrida, Cielo. La cuarta, es un pequeño acceso, camuflado, una obertura que solo se puede manipular desde el interior, conocida como Luz.
Obelix aguardaba ansioso la llegada de sus hijos.
Era muy temprano y únicamente los custodios se hallaban en la puerta del Sol.
Obelix combatía su inquietud con su pipa, pues es un fumador ocasional, únicamente cuando se siente intranquilo.
El primero en personarse fue Evadi, el fiel consejero acudió puntual a la cita.
-Hola, Evadi.
-Hola, Obelix.
- ¿Todo bien? —Advirtió cierto desasosiego en el rostro de su acompañante.
-Sí… Nuel y los guerreros acaban de partir.
-Tranquilo Evadi, tu hijo es hábil y cauto. Antes de que te des cuenta estará de vuelta.
-Sí… Eso espero.
Ambos observaron como toda la familia Willent emergía por una de las calles lindantes.
- ¡Buenos días! —Loblin estaba eufórico.
- ¿Por qué tan contento? —Evadi frunció el ceño.
-No sé, soy optimista.
-Ya veo…
-Hola, muchachos. ¿Qué tal? —Obelix se dirigió a los hijos de Loblin.
-Bien, mi señor, estamos preparados.
-Estupendo, me congratula oírlo.
-Voy a ir a las caballerizas. —Evadi dio un paso al frente.
-Voy contigo. —Bred se ofreció.
-Lublin, ve tú también. —Rin le empujó.
- ¿Yo?
-Muévete. —Replicó imperiosa.
El más joven de los Willent bostezó enérgicamente.
- ¿Cansado Tod? —Obelix sonrió al verle.
-Un poco.
-Estás muy mayor. Perdóname, mi memoria ya no es lo que era, ¿qué edad tienes?
-Doce primaveras, señor.
- ¡Qué mayor! ¿Cuidarás de tus hermanos durante el viaje?
- ¡Claro! ¡Lo haré!
Todos se rieron al ver el afán de Tod.
Los siguientes en llegar fueron Iris, Tuck y Ozz.
-Buenos días. —Iris miró fijamente a Obelix.
-Iris, yo…
-No tienes que justificarte, eres nuestro señor, ¿no? —Le interrumpió con adustez.
-Sí, así es. ¿Qué tal, Tuck?
-Bien, con ganas de partir.
-Estupendo. —Obelix observó a Ozz. — ¿Y tú? ¿Cómo estás pequeña?
-Bien… —Respondió con timidez.
Evadi, Bred y Lublin regresaron con los caballos, los cuales estaban amarrados unos a otros.
- ¿Todavía no han llegado tus hijos? —Como era habitual, Evadi carecía de fineza.
-No, todavía no. —Obelix observó las calles colindantes, a la espera de sus hijos.
-Oye, Loblin. —Iris se aproximó. — Cuida bien de nuestro hijo, o… —No quiso terminar la frase.
- ¡Madre! —A Tuck le incomodó su reacción.
-Descuida Iris, Tuck estará bien. Lo prometo.
-Ajá. Lo espero…
Por fin, Azcar y James acudieron a la cita.
- ¡Qué lentos sois! —Lublin no se contuvo.
- ¡Ha sido culpa de Azcar! No había manera de despertarle.
Azcar miró con desprecio a su hermano.
-Comprobad las alforjas y el equipamiento. —Obelix inclinó la cabeza hacia los más jóvenes. — Azcar, tú no, tú ven.
Obelix se alejó a escasa distancia y su hijo fue tras él.
- ¿Qué pasa…?
-Debes ser puntual, tienes que dar ejemplo. A los jóvenes y a tus semejantes.
-Sí, padre…, perdón.
-Ya… Bueno, hijo, te deseo un buen viaje.
-Gracias.
-Y recuerda, solo con prudencia, sabiduría y destreza se logran grandes fines y se superan los obstáculos. Sin estas cualidades nadie tiene éxito.
-Sí, padre. —Azcar desviada su mirada, mostrando incomodidad.
-Imagino que no querrás abrazar a este viejo. ¿Me concedes un apretón?
Azcar asintió y correspondió el gesto.
-Confío plenamente en ti, que lo sepas.
-Gracias.
Retornaron con los demás, los cuales se estaban despidiendo de sus familias con grandes muestras de afecto.
-Mamá, no puedo respirar… —Tod estaba comprimido entre los brazos de su madre.
-Pórtate bien y haz caso a Bred. —Rin besuqueó sus mejillas.
- ¡Si!
-Venga, ¡montad! —Loblin hizo aspavientos sus hijos.
-Cuídate, hijo.
-Claro, madre. —Le sonrió. — Hasta pronto, hermanita. —Tuck besó la mejilla de Ozz.
- ¡Hasta pronto!
-Ven aquí.
James se aproximó y abrazó con gusto a su padre.
-Se lo he dicho Azcar, y también a ti, confío en vosotros, y cuento contigo.
- ¡Por supuesto!
-Toma. —De uno de sus bolsillos extrajo un papito arrugado. — Es el mapa.
-Gracias, padre.
-Venga, sube a tu caballo.
Los jóvenes ascendieron a sus monturas, sus familiares les observaron con regocijo.
- ¡Hasta pronto muchachos!
- ¡Tened cuidado!
- ¡Actuad con seso!
Azcar, James y los cinco hermanos Willent fueron los primeros en marchar. Unos segundos después lo hicieron Loblin y Tuck.
Caminos del Este.
Nuel, y los guerreros que comandaba, llevaban desde el alba avanzando, sus caballos estaban cansados y aprovecharon una explanada para realizar una pausa. Escogieron el lugar deliberadamente, porque en las inmediaciones había un pequeño arroyo y gran cantidad de pasto.
Nuel permanecía sentado en una gran roca, disfrutando de la refrescante brisa.
Dorian no conocía a ninguno de sus compañeros, únicamente a Nuel, por lo que decidió aproximarse.
-Hola. ¿Puedo sentarme?
-Claro.
Dorian tomó asiento.
-Oye, Nuel.
-Dime.
-Ayer, Azcar y tú… ¿No os lleváis bien?
- ¿Por qué piensas eso?
-No sé, por como os hablabais y os mirabais.
-Es complicado, yo le aprecio. Pero me da rabia, Azcar siempre parece dispuesto rehuir sus responsabilidades. Tiene un futuro prometedor, quizá sea el más relevante en todo el Este, y se comporta como un niño malcriado.
-Ya…
-Lo más probable es que algún día sea nuestro señor. Debe comportarse como tal, o no podrá permanecer mucho tiempo en el cargo.
-Quizá no lo quiera.
-Lo que queremos, rara vez es lo que debemos hacer. El deber se antepone a nuestros designios.
-Sí, creo que tienes razón.
-Háblame de ti, Dorian. ¿Tu padre te ha preparado para ser regidor?
-No… Yo siempre he querido ser como él. Pero él prefería a otro para el puesto.
-Siento oír eso. No sé si te reconfortará, pero que sepas que mi padre tampoco quería que fuese guerrero y mucho menos comandante.
- ¿Por qué?
-No lo sé. A mi padre nunca le han gustado las armas, ni entrenar. Supongo que de alguna manera le gustaba la idea de que fuese como él. Y quizá lo logre con mi hermano, Tuck. Ellos sí que son muy parecidos.
-Comprendo.
- ¿Tú tienes hermanos?
-No. Mi madre murió durante mi alumbramiento.
-Siento oír eso…
-Ya.
-Te preguntaría por tu ciudad. Pero no quiero importunarte, seguro que lo estás pasando muy mal.
-Sí… —Suspiró con pesadumbre. — ¿Nunca has estado en Égabros?
-No, no suelo desplazarme de la capital. He viajado por las ciudades de los ríos, pero nada más.
-Creo que Égabros te gustaría.
-Seguro que sí.
-Es una de las ciudades más antiguas de la península. Y aunque no es la más grande, ni la más rica, tiene algo especial. Además, allí tenemos la mejor leche de oveja y carne de carnero de todo el Este.
-No lo dudo. —Nuel le dedicó su mejor sonrisa.
- ¿Crees que cuándo todo acabe tendré posibilidades de ser regidor?
-Pues, yo…
-Nuel. —Edmund les interrumpió.
- ¿Qué pasa?
-Nada, es solo que llevamos mucho tiempo parados, deberíamos reanudar la marcha. ¿No crees?
-Sí. Tienes razón. —Nuel se levantó.
Afueras de Hildegard.
El sol del mediodía lucía esplendoroso en el cielo. Loblin y Tuck decidieron parar para hacer sus necesidades y comer.
-Tuck, montas muy bien para tu edad, estoy sorprendido.
-Gracias, me enseñó Nuel.
-Ahora lo entiendo.
-Oye, Loblin, ¿qué vamos a hacer exactamente? No sé los detalles.
-Vamos a las ciudades de los ríos, Anzas, Tiva y Beria.
- ¿Cómo son? —Tuck estaba encantada y deseoso por saber.
-Bueno, son parecidas a nuestra ciudad. No tan grandes, no tan bellas, pero muy similares.
- ¿Y qué vamos a hacer allí?
-Diplomacia. No reuniremos con los regidores de cada ciudad.
- ¿Con qué fin?
Loblin no contestó de inmediato, se tomó unos segundos para meditar su respuesta.
-Tuck… Ya no eres un niño, así que te voy a hablar con franqueza.
-Si, por favor. —Le observó fijamente.
-Es posible que los hombres de más allá, hayan atacado la ciudad fronteriza de Égabros.
- ¡¿Cómo?! —Tuck no esperaba semejante declaración.
-Lo sé, no son buenas noticias.
-Pero… Pero… —Estaba conmocionado.
-Tranquilo, joven. De ser cierto, nuestro señor les hará pagar la afrenta.
-Ya…
-Es la verdad, ya lo verás.
-Cómo… ¿Cómo son los hombres de más allá? —Tuck no sabía si debía preguntar.
- ¿Por qué quieres saberlo?
-Los maestros no hablan de la Gran Guerra en la escuela. Ni mi padre, ni tan siquiera mi madre, han querido nunca contarnos nada sobre ellos. ¿Tan malos son?
-No es eso, Tuck.
- ¿Entonces?
-Los llamamos ‘hombres de más allá’ de manera despectiva. Realmente son muy parecidos a nosotros. Y nuestro pasado es común. Hasta la Gran Guerra, nosotros también formábamos parte del reino.
- ¿Y por qué ya no lo somos?
-Es una larga historia.
-Por favor, quiero saberlo.
-Bueno, está bien. Antaño, nuestro rey, era Zod, de la casa Teudis.
- ¿Casa?
-Es una palabra para describir el linaje.
-Entiendo, continúa.
-No era un buen rey, no era ecuánime. Él favorecía a los territorios que le interesaban, y martirizaba a los demás.
- ¿A nosotros…?
Loblin asintió.
- ¿Qué hacía? —Tuck estaba fascinado con el relato.
-Nos requería grandes cantidades de impuestos, nos imponía leyes prohibitivas y absurdas. Nos faltaba el respeto de manera deliberada y ordenaba asesinar a cualquier que se opusiera. Jamás oí hablar de un tirano peor. Incluso quiso implantar su credo y sus dioses de forma despótica.
- ¿Qué son dioses?
-Esa historia la dejaremos para otro momento.
-Vale… Y, una duda.
-Dime.
- ¿Qué pasó con Zod?
-Bueno, muchos de los grandes linajes aunaron sus fuerzas y así comenzó la rebelión. Duró mucho, más de lo que el pérfido rey esperaba. Ganar a los hombres de la península en su propia tierra, es casi irrealizable. Zod congregó a sus huestes, el ejército más grande jamás visto y accedió a nuestras tierras por el Este.
- ¡¿Y?! —Tuck exhibía su interés.
-Bueno, el padre de Obelix comandó a nuestros guerreros y se enfrentaron.
- ¡Y ganamos! —Tuck sonrió.
-No… Nadie ganó. Ambos bandos perdieron.
-No lo entiendo.
-Muchos murieron aquel día. Zod entendió que, si seguía luchando, podía morir, o peor, perder su trono y su influencia. Desistió y regresó acobardado hasta la capital del reino con los pocos soldados supervivientes.
-Eso es porque ganamos.
- ¿Tú crees? —Miró firme al joven. — ¿Sabías que Obelix tenía hermanos?
Tuck negó con la cabeza.
-Eran siete antes de la guerra. Solo sobrevivieron dos.
Tuck tragó saliva, la afirmación de Loblin le había atribulado.
-Yo también perdí a mis hermanos mayores en la Gran Guerra. —Evocó los rostros de sus hermanos en su mente. — Aquel día ganamos la libertad, pero se pagó un precio demasiado elevado.
- ¿Piensas que va a volver a ocurrir…? —Preguntó afligido.
-No lo sé…, pero espero que no sea así.
Hildegard.
Obelix aguardaba en una de las estancias del palacio. Era una de las habitaciones más grandes y más ornamentadas.
No se ocupa habitualmente, solo en algunas celebraciones, nombramientos de regidores o eventos singulares o específicos.
De todos los elementos que ocupaban la estancia, el único que Obelix valoraba, era una ballesta que permanecía colgada en la pared. Su apego hacía el arma se debía al origen, pues fue un regalo de Tina, su difunta esposa.
Obelix estaba ensimismado en sus pensamientos y sus recuerdos cuando Evadi llegó acompañado de tres comandantes.
Los tres hombres eran muy diferentes. Elliot era un hombre de no mucha estatura, de cuerpo tonificado, ancho, con una melena extensa, azabache, recogida con cordel en una coleta.
Cano era muy alto, larguirucho, de anatomía magra, con incipientes entradas que comenzaban en sus sienes.
El último, Allen, poseía una cabellera abundante de tono rojizo, con una cicatriz pronunciada en el mentón y pecas de todos los tamaños, repartidas por su rostro y sus brazos.
-Aquí los tienes. —Evadi tomó asiento para recuperar el aliento.
-Gracias, Evadi. Me alegro de veros.
-Igualmente, mi señor. —Elliot realizó una breve genuflexión.
-Lo agradezco, pero no es necesaria tanta cortesía.
-Claro.
-Mi señor, no quiero ser descortés, pero me pregunto el motivo de esta reunión. —Cano dio un paso al frente.
-No lo eres. Lo primero que quiero, es que entendáis que lo que voy a contaros es un asunto prioritario. Pero, a la vez, deseo que mantengáis la serenidad, y que, por ahora, seáis discretos. —Realizó una breve pausa, asegurándose que los tres habían comprendido su proclama. — La ciudad de Égabros ha sido atacada.
- ¿¡Qué!?
- ¿Por quién?
Obelix no necesitó responder, su expresión fue suficiente.
-Allen, tú además de comandante, eres constructor. ¿Cuál es el estado de nuestras murallas en este momento?
-Están en buen estado mi señor, hace tres primaveras realizamos su mantenimiento.
- ¿Resistirán de ser necesario…?
-Eso creo, sí. —Aseveró con convicción.
-Elliot.
-Sí, mi señor.
-Tú eres uno de los mejores instructores. ¿Qué opinas de los guerreros jóvenes?
-Bueno… —Reflexionó antes de responder. — Quizá los chicos y chicas del Este nunca hayan participado en una batalla, pero son mañosos y están capacitados.
-Excelente.
-Mi señor. ¿Piensa que atacarán Hildegard?
-Me temo que es posible.
- ¿Cómo está tan seguro de que han regresado? —Cano mantenía el tesón a pesar de su inquietud.
-Trent, regidor de Égabros, envío a su hijo a informar de un ataque.
-Pero quizá…
-Lo sé. —Interrumpió a su comandante. — Es por eso que he enviado una batida, comandada por Nuel, hijo de Evadi, a comprobar lo sucedido.
-Entiendo…
-Dime, Elliot. ¿De cuántos guerreros disponemos actualmente?
-Unos treinta mil, aproximadamente. Eso si tenemos en cuenta a los custodios de las murallas.
-Bien. —Obelix se atusó la barba.
- ¿Serán suficientes…? —Allen dubitó.
-Puede ser. Aunque nuestra estrategia, por el momento, consiste en resguardarnos tras las murallas.
- ¿Y permitir que nos asedien? —Cano expresó su rechazo.
-Hemos enviado a mis hijos, y a los hijos de Loblin, a Bastión de Tierra. Cuando avisen a los otros tres señores, vendrán a socorrernos.
Obelix observó a Cano, el cual denotaba escepticismo en su semblante.
-Por si acaso, también he enviado a Loblin a las ciudades de los ríos. Solicitará guerreros a los regidores en mi nombre. Sea como sea, estaremos preparados si esos necios nos atacan.
Sus palabras mitigaron la agitación de sus acompañantes.
-Por ahora, quiero encomendaros algunas tareas. Prestad atención. Elliot, quiero que reúnas a los más jóvenes, sé que tienen en alta estima, recuérdales las técnicas del Este en caso de asedio. No les digas la causa, solo asegúrate que todos saben lo que tienen que hacer.
-Por supuesto, mi señor. Les diré que es un simulacro.
-Vos, Cano, tienes más experiencia militar que cualquier otro de mis comandantes. Habla con artesanos y herreros, confirma que tenemos suficientes armas y prepara posibles estrategias.
-Claro, será un placer.
-Vos, Allen. Revisad cada recoveco de las murallas. Comprobad en persona que no hay debilidades en nuestras defensas. Y reforzad los portones.
-Eso haré…, pero, ¿qué pasa si la gente nos pregunta?
-Mmm… Si alguien os pregunta, decidle que seguís mis órdenes, y, que, si quieren, pueden venir a preguntarme a mí. —Sonrió.
Camino del río Don.
Azcar, James y los hermanos Willent se habían detenido al atardecer. Tras amarrar y alimentar a los caballos, Bred y Onion habían recolectado madera seca y elaborado una hoguera. Todos permanecían sentados en círculo alrededor del fuego.
- ¿Os parece bien carne de cerdo en salazón y manzanas para cenar?
Todos asintieron y James comenzó a servir la comida.
-Es una lástima que no tengamos sectaria. Me encantaría beberme un vaso ahora mismo. —Lublin suspiró.
-En la situación que nos encontramos y piensas en eso… Eres un desastre hermano. —Bred se rio sonoramente.
-Esto no es más que trámite, seguro que luego no pasa nada. —Restó importancia a su misión.
-Disiento. Creo que esta vez deberíamos preocuparnos. Los hombres de más allá han vuelto. —James discrepó con Lublin.
-Yo tengo una duda… —Tod acaparó la atención de los presentes. — ¿Por qué atacan el Este?
- ¿Qué quieres decir?
-Eso, que porqué el Este. ¿Por qué no el Oeste, el Norte o el Sur?
-Será porqué es el único territorio conectado con el reino. —James compartió su opinión.
-Tiene sentido. —Zacar aseveró.
- ¿Nunca habéis visto un mapa o qué? —Lublin se expresó con sarcasmo. — El Norte es demasiado cálido, incluso hay zonas desérticas. Los hombres del reino no están acostumbrado a las altas temperaturas. El Sur, al contrario, es muy frío. Siempre llueve y nieva, muchas montañas y muy elevadas. Tampoco aguantarían.
- ¿Y el Oeste? —Tod estaba muy interesado en su explicación.
-En el Oeste tienen la gran Muralla Salada. Se extiende por gran parte de su costa, imposible de escalar o traspasar. La construyeron hace cientos de primaveras para evitar los ataques de piratas.
- ¿Desde cuándo sabes tanto? —Azcar sonrió con pillería. — No te hacía por un erudito.
-A diferencia de vosotros, me gusta aprender cosas nuevas.
-Sí, seguro. —Replicó mordaz.
-Ey, Azcar. Ahora que lo pienso, ¿la granja Levin está de camino a Bastión, ¿verdad? —Lublin arqueó las cejas con picaresca.
-Sí… ¿Por?
-Pues que podíamos ir por allí, hacerles una visita a nuestros viejos amigos y además dormir bajo techo una noche.
Todos observaron a Azcar.
-No sé si es buena idea, no deberíamos desviarnos.
-No sería un desvío, he consultado el mapa de padre y está muy cerca de la senda.
-Ya…
- ¿Qué pasa, Azcar? ¿No quieres verla? —Nuevamente, Lublin usó el humor.
-No es eso…
- ¿Entonces?
-Si es lo que todos queréis, pues vamos. Yo no tengo inconveniente.
- ¡Estupendo! ¡Seguro que allí tienen buena sectaria! —Lublin se sentía dichoso con la decisión.
-Si, eso es cierto. —Azcar se alzó. — Ahora vuelvo.
- ¿Quién es ‘ella’? —Tod aguardó que Azcar se alejase para preguntar.
-La familia Levin vivía en Hildegard hasta hace unas primaveras. Cuando Azcar, Lublin y yo éramos críos, nos juntábamos mucho con sus hijos, Hana y Brandan. —Bred solventó la cuestión.
-Has olvidado lo más importante, Azcar estaba completamente enamorado de ella. —Lublin continuó la chanza.
- ¿Sí? Yo no sabía eso. —James estaba sorprendido con la afirmación.
-Siempre que la veía, sonría con cara de bobalicón. Todos lo sabíamos, todos menos ella.
-Lublin, deberías ser más comedido. —Bred le reprendió.
- ¿Es que estoy mintiendo?
-No. Pero…
Azcar regresó, interrumpiendo la plática.
-Voy a acostarme ya. Estoy cansado. —Azcar estiró su espalda hasta hacerla crujir.
-Sí, todos deberíamos hacer lo mismo. —Bred miró a sus hermanos. — Voy a por los sacos y las mantas.
Editado: 17.01.2023