Camino de los ríos.
Loblin y Tod se detuvieron para descansar, cobijándose bajo la sombra de una inmensa higuera.
- ¿No quieres? Están exquisitos.
-No me gustan los higos.
-Es una lástima, están muy jugosos.
-Oye, Loblin. ¿Cuándo llegaremos a Anzas?
-Hemos avanzado a buen ritmo, supongo que llegaremos antes del anochecer.
-Bien.
- ¿Qué pasa? ¿Cansado de viajar?
-No, era por curiosidad. ¿Qué haremos al llegar?
-Iremos directamente a casa del regidor.
-Entiendo. ¿Quién es el regidor?
-Es Liam, del linaje Norluk.
- ¿Y después? ¿Qué haremos después?
-Tras hablar con él, descansaremos y después viajaremos a Beria.
- ¿A cuánta distancia está?
-A medio luna, igual que Tiva. Las tres ciudades están muy próximas las unas de las otras.
-Genial.
- ¿Ocurre algo? Pareces inquieto.
-No es nada.
- ¿Es por lo que hablamos ayer? Lo siento si te he intranquilizado.
-No te preocupes, estoy bien.
-Vale. —Loblin no supo que decir para consolar a su joven acompañante.
-Oye, Loblin, ¿el rey sigue siendo Zod?
-No, Zod murió, y su primogénito ascendió al trono.
- ¿Cómo lo sabes?
-Obelix tiene muchos espías repartidos por el reino. Y suelen informarle de las cosas más importantes y los cambios más significativos.
- ¿Sabes cómo se llama el nuevo rey?
-Sí, se llama Marco.
- ¿Y él tiene hijos?
-No. Al menos, no que sepamos.
- ¿Y hermanos?
-Sí, tiene un hermano menor, Ian.
-Entiendo.
- ¿Por qué tanto interés?
-Mi padre siempre dice que el saber no ocupa lugar.
-Sí, eso es verdad. Tú padre será un viejo gruñón, pero también es muy sabio.
-A veces sí. —Exhibió una discreta sonrisa. — Y…, ¿por qué en la península no tenemos rey?
-Pues… Porque no lo necesitamos.
-Pero tenemos cuatros señores. ¿No es lo mismo?
- ¡No tiene nada que ver!
- ¿Cuál es la diferencia?
-Pues muchas cosas. Por ejemplo, Obelix y los otros tres señores, fueron elegidos en una votación. Y como te enseñarían en la escuela, cualquier de ellos puede ser reemplazado.
-Sí, eso lo sé.
-Pues en el reino eso sería imposible, el cargo de rey es hereditario y no se le puede destituir.
-Entiendo. ¿Y qué más diferencias hay?
-Por ejemplo, los cargos, aquí cada ciudad tiene un regidor, el cual decide quienes son sus consejeros, si es que los necesita. En el reino es el rey quién nombra a sus vasallos. Hay duques, marqueses, barones, y muchos otros cargos más.
-No veo tanta desigualdad. —Tuck estaba desconcertado con las explicaciones de Loblin.
-Mira, aquí en la península, todos los hombres y mujeres nacen libres, en el reino, no. Allí todavía hay regiones donde la esclavitud sigue vigente.
- ¿Qué es esclavitud?
- ¡¿No lo sabes!?
-No…
-Bueno. —Se serenó. — Aquí se pueden comprar animales, ¿cierto?
Tuck asintió.
-Pues es lo mismo, pero con personas.
- ¿Se compran personas? ¿Por qué? ¿Para qué? —La información le escandalizó.
-Para que trabajen por ti, como sirvientes, hay muchos motivos.
-Que demencial.
- ¡Exacto!
- ¿Y cómo es el reino? ¿Es grande?
-Mucho. Según sé, diez veces más grande que la península.
-Guau… —La respuesta le sorprendió. — Entonces, allí vivirá mucha gente.
-Muchísima.
-Y si son tantos, ¿por qué solo manda uno?
-Buena pregunta, pero no sé la respuesta.
-Ya.
-Sabes, tú y yo nunca habíamos estado a solas, me gusta poder compartir estos momentos contigo.
-Lo mismo digo. No hay muchos adultos que hablen con tanta honestidad como tú.
-Es lógico. La mayoría de personas quieren olvidar las penurias, la Gran Guerra, al rey Zod, y a todo lo concerniente. Muchos creen que la mejor manera de superar algo es ignorarlo, yo pienso que debemos aprender de nuestra historia o estamos evocados a repetirla.
-Pues sí. —Tuck le dedicó su mejor sonrisa.
- ¿Y qué hay de ti? ¿Qué cosas te gustan?
- ¿Qué quieres saber? —Le agradó la intención de Loblin.
-No sé, cualquier cosa. ¿Qué quieres ser de mayor?
-No estoy muy seguro, cuando iba a la escuela quería ser herrero, pero es muy duro, demasiado.
-Y tanto que lo es.
-Ahora no lo sé, supongo que consejero. Es lo que mi padre quiere.
-Bueno… Sé cómo puede ser tu padre, pero seguro que si elijes otra profesión te apoyará. No tienes que hacer lo que él quiera.
-Ya, supongo…
-Dime, ¿qué es lo que más te gusta?
-Pues… —Tuck dudó. — ¿Me prometes no reírte?
-Lo prometo.
-Me gustaría ser impresor. Ya sabes, trabajar en la imprenta de Hildegard.
- ¿Sí? —Le asombró la respuesta.
-Sí. Amo leer, amo el olor de los libros y los secretos guardan en sus páginas. Son tan interesantes.
- ¿Sabías que la imprenta actual se inventó hace tan solo veinte primaveras?
-No, no lo sabía.
-Es que yo también soy muy aficionado a la lectura, me encanta aprender. ¿A ti qué libros te gusta leer?
-De todo tipo. He leído libros de fábulas, de construcción, de medicina. Mi padre tiene muchas obras en casa.
-Sabes, Tuck. Yo tengo un amigo en Hildegard que trabaja en la imprenta. Cuando volvamos puedo hablar con él y podrías ser su aprendiz.
- ¡¿En serio?! —Su rostro exhibía su alegría.
-Claro que sí.
-Pero…, y si mi padre.
-No te preocupes por él.
Tuck asintió.
-Venga. —Loblin se alzó del suelo. — Continuemos, o se nos hará de noche y no habremos llegado.
- ¡Si!
Aldea Mall.
La aldea está ubicada en una explanada, rodeada por ligeros desniveles. Los árboles que la circundan son principalmente pinos, alcornoques y carrascas. Es fácil toparse con conejos y perdices, en ocasiones también se avistan jabalís que acuden en busca de comida. La ciudad es popular por sus alquerías, por la crianza de reses y la elaboración de diferentes tipos de queso.
Nuel detuvo su montura a una distancia prudente y observó las inmediaciones, valiéndose de un catalejo. La aldea no dispone de murallas, la única fortificación es un torreón, una reliquia del pasado, situado en el centro de la aldea.
- ¿Ves algo inusual? —Martín acercó su caballo al de Nuel.
-No… Todo parece tranquilo.
-Es buena señal.
-Sí… —Nuel se volteó hacía sus camaradas. — Recordad que representáis a Hildegard. Sed respetuosos con los habitantes de la aldea y no hagáis nada que pueda avergonzar a Hildegard o a nuestro señor. ¿Entendido?
- ¡¡¡Sí!!! —Todos respondieron al unísono.
- ¡Seguidme!
Nuel encabezó la marcha y descendió por la campiña, evitando malograr los cultivos.
Los habitantes de Mall observaron con desconcierto y asombró la llegada de los guerreros. Su presencia era cuanto menos insólita, lo que provocó una repentina inquietud.
-Disculpen. —Nuel detuvo a su caballo junto a dos mujeres. — ¿Saben dónde está el regidor?
Ambas le miraron con nerviosismo.
-Tranquilas, es una visita de cortesía.
-Maddox está en el torreón, allí atiende durante el día. —La más mayor de las dos, respondió con recelo.
-Muchas gracias, muy amables.
Nuel reanudó el desplazamiento. Escogió las calles principales, pues eran las más amplias.
Al arribar a su destino y descender del caballo, se encontró de frente con el regidor. Un hombre de la edad de su padre, con el pelo cano y pronunciadas arrugas en el rostro.
- ¿Qué es todo este alboroto?
- ¿Eres el regidor? —Nuel se aproximó.
-Lo soy. Maddox, del linaje Ion. ¿Quién eres tú?
-Mi nombre es Nuel, del linaje Niguel. Comandante de Hildegard.
-Muy bien, muchacho. ¿Y qué habéis venido a hacer a mi apacible aldea? —Miró en dirección a los guerreros.
Nuel sonrió, la actitud tosca y franca de Maddox, le recordaba a su padre.
-Venimos en misión oficial. Le explicaré los detalles…, en un lugar más discreto.
-Ya… —Escupió al suelo de forma desagradable. — Al final de la calle hay un establo público, tus guerreros pueden llevar allí a los caballos, no quiero que se pongan a cagar y llenen las calles de mierda.
-Por supuesto.
Nuel se giró y le hizo un gesto a Martín y Edmund.
-Hay tres tabernas, pueden ir a beber algo mientras, pero que se comporten.
-Muy bien. ¡Ya habéis oído!
-Sígueme, chico.
Maddox escoltó a Nuel al interior del torreón. Tras pasar el recibidor ascendieron por unas extensas escaleras en espiral.
-Aquí está mi despacho. —Comentó abriendo la puerta de la sala más elevada.
Al acceder Nuel vio a una mujer. De cabello castaño, de una altura superior a la media, de largas piernas y con una mirada arrebatadora.
- ¿Ella…?
-Ella es mi hija. Addix. —No permitió que Nuel formulase su pregunta.
-Deberíamos hablar a solas, creo que es mejor.
-No opino lo mismo. Addix no solo es más inteligente que yo, sino que también es más paciente. Y espero que algún ocupe mi puesto. —Miró con devoción a su hija.
-Bueno… Está bien.
Maddox se sentó en una de las confortables sillas que rodeaban la mesa de madera maciza. Nuel y Addix, como muestra de respeto, aguardaron a que se sentase él para hacerlo ellos.
-Venga, explícame de una maldita vez que habéis venido a hacer aquí.
- ¿Tienes noticias de Égabros?
-No. ¿Por qué? —Se expresó con apatía.
-La han atacado… O eso pensamos.
- ¡Qué estupidez! —Sonrió con jactancia. — ¿Quién sería tan necio?
-Las personas de reino…, los hombres de más allá. Es posible que hayan vuelto.
-Mmm… ¿Tienes alguna prueba?
- ¿Conocéis a Trent, del linaje Gray?
-Sí… Es un buen amigo.
-Pues fue él quien envió a su hijo a Hildegard, para informar.
-Entiendo… —Maddox estaba tan aturdido que le costaba pensar. — Pero… No tiene sentido. Si hubieran atacado Égabros, Trent hubiera evacuado la ciudad, hubieran venido a refugiarse aquí…
-O no… —Nuel fue comedido. — No sabemos qué ha pasado, quizá estén en la aldea Sectaria.
-Sí…, quizá. —Su indiferencia se había tornado pesadumbre.
-Pero, si es verdad lo que decís, ¿por qué sois tan pocos? —Addix decidió intervenir.
-Nuestro señor es prudente, nos envía para confirmar lo sucedido, no para combatir.
- ¿Confirmar? —Repitió con enojo.
-Y también para avisaros, por supuesto. —Nuel trató de aminorar la ira de Maddox.
-Sí, claro…
- ¿En la aldea tenéis guerreros?
-Unos cincuenta. Para evitar saqueos y mantenerse el orden. —Addix solventó la cuestión.
- ¿Y habitantes?
-Setecientos.
-Pues, a mí parecer, lo mejor es que abandonéis la aldea y os refugiéis en Hildegard.
-Já. Qué fácil lo ves. —Maddox tenía la vena del cuello cada vez más hinchada.
-Padre, tiene razón…
-Los habitantes de Mall son orgullosos, no dejarán sus casas así como así.
-Quizá lo hagan si tú hablas con ellos y les explicas el peligro que corren. —Nuel insistió.
- ¿Y cómo sé que todo lo que me has contado es cierto? Podrías ser un embustero.
- ¡Padre! —Addix sintió un gran bochorno con la conducta de su progenitor.
-Tranquila, le comprendo. Pero no tengo motivos para mentir. Únicamente sigo los designios de nuestro señor.
- ¿Por qué no ha venido Obelix en persona?
-Nuestro señor tiene otras obligaciones, el Este es grande y hay mucho que hacer.
- ¿Cuál has dicho que es tu linaje?
-Niguel.
-Mmm… Niguel. —Repitió de forma retórica mientras trataba de recordar. — ¿Eres hijo de Evadi?
-Así es.
-Conozco a tu padre… Es un hombre digno de confianza.
-Lo es.
-Bien. Supongamos que me creo tu historia. Antes de evacuar Mall, quisiera corroborarlo.
- ¿Cómo?
-Iré contigo y tus guerreros.
- ¿Seguro que es buena idea? —A Addix le alarmó su pretensión.
-Sí. Estoy seguro. Mañana partiremos, hoy tus guerreros se pueden quedar en Mall, les procuraré un techo y comida.
-Debemos continuar, el tiempo apremia.
-Tranquilo muchacho. Llevo toda mi vida en el Este, conozco bien los caminos y también todos los atajos.
-Pero… —Nuel oteó a Addix en busca de su apoyo, pero esta no intervino. — Está bien, Maddox. Tú ganas. Pero mañana al alba partiremos.
-Por supuesto. Mi palabra es inquebrantable, muchacho.
Mientras la reunión de Nuel continuaba, Dorian estaba en una calle cercana, tomando una sectaria en el interior de una tasca.
Dorian divisó a Martín sentado a solas en una mesa y decidió acercarse.
-Hola. ¿Puedo? —Inclinó su cabeza hacia una de las sillas vacías.
-Claro, adelante.
Dorian tomó asiento.
-He oído a algunos compañeros hablar de ti.
-Ah, ¿sí? ¿Y qué has oído?
-Dicen que eres un excelente arquero.
-Sí, no se me da mal.
-Y… Que eres del linaje Ork.
-Lo soy, sí.
- ¿Y cómo es eso? ¿Qué hace alguien que pertenece a la familia del señor del Oeste aquí?
-Los linajes Ork y Narón han tenido una gran relación desde siempre. Mi tío decidió enviarme al Este para servir a Obelix.
- ¿Y no echas en falta tu hogar?
-En ocasiones. Pero ahora mi hogar es el Este. Daría la vida por sus gentes y por Obelix.
-Comprendo.
- ¿Por qué tanta curiosidad?
-No, por nada. Por hablar de algo.
- ¿Y qué hay de ti? Nunca te he visto en la ciudad.
-Yo no soy de Hildegard, soy de Égabros.
-Ah… Perdón.
-Tranquilo, no podías saberlo.
Edmund entró a la tasca y se aproximó a su mesa.
-Ey, Martín, Nuel ha terminado, y tiene que contarnos algo.
-Voy.
Granja Levin.
- ¡Eh! ¡Mirad! ¡Hemos llegado! —Lacar vislumbró las construcciones en la lejanía.
Tras un pequeño desvío en el itinerario, alcanzaron la granja, la cuál es inmensa, con varias viviendas, caballerizas y establos. Los cultivos se extienden hasta donde alcanza la vista, y más allá se encuentra los árboles frutales.
Los trabajadores detuvieron su labor al verlos aparecer.
En unos segundos se personó el propietario de la hacienda.
-Disculpen. ¿Qué han…? —No completó la frase. — ¿Azcar? ¿Sos vos? —Le reconoció a pesar del tiempo.
-Sí, soy yo, Adio. —Sonrió con júbilo.
- ¡Dichosos los ojos! ¡Qué bueno verte muchacho! Y… ¿Vosotros…? ¿Sois los hijos de Loblin?
Los cinco asintieron.
-Y tú, debes ser James.
-Lo soy.
- ¡Por favor, seguidme!
Adio les guio hasta las caballerizas.
-Podéis amarrad a los caballos aquí.
Los siete descendieron de sus monturas y ataron a los caballos.
- ¡Todavía no me creo que hayáis venido! —Adio no podía parar de sonreír. — ¿Cómo está tu padre?
-Bien, ya sabes, ocupándose de sus cosas.
-Sí, sí, me lo figuro. ¿Y vuestro padre? ¿Qué tal Loblin?
-También está bien. —Bred le respondió por todos los hermanos.
-Perfecto.
-Disculpa, Adio. Nos preguntábamos si podíamos pasar aquí la noche.
- ¡Por supuesto que sí!
-No quisiéramos ser una molestia.
-No digas tonterías, sois bienvenidos, podéis quedaros el tiempo que queráis.
- ¡¿Azcar!?
Brandan, hijo de Adio, los vio llegar y fue raudo a su encuentro.
- ¡Brandan!
Ambos se abrazaron con gran afecto.
- ¿¡Qué haces aquí!? —Brandan no creía lo que veía.
-Es una larga historia.
- ¿Qué os parece si nos la contáis bebiendo unas sectarias?
- ¡Eso sería estupendo! —Lublin no pudo contenerse.
-No se diga más. Acompañadme a casa.
Adio comenzó a caminar y todos le siguieron.
- ¿Qué tal todo en Hildegard? —Brandan no pudo esperar.
-Bien, como siempre. ¿Qué tal todo por aquí?
-Bien. Una vida tranquila…, a veces demasiado.
Pasaron al interior de la residencia y fueron abordados por Uma y Hana, la esposa y la hija de Adio.
Todos enmudecieron al ver a Hana, pues se había convertido una joven bella y voluptuosa.
- ¡Es increíble! ¡Qué mayores estáis todos! —Uma sintió una gran nostalgia al verlos. — ¡Pasad, por favor!
-Con permiso.
Bred fue el primero en avanzar y los demás se encaminaron tras él.
Fueron hasta el salón, la estancia más amplia de la vivienda. Todo el mobiliario era de madera, salvo la chimenea, la cual estaba conformada por piedra.
Todos tomaron asiento, salvo Brandan, ya que no había sillas suficientes.
- ¿Qué os ha traído hasta aquí? —Adio se dirigía a Azcar, pues era con quien más confianza tenía.
-Vamos a Bastión de Tierra.
- ¿Y eso? —Brandan sintió curiosidad.
-Es una mera misión diplomática, nada relevante… —Azcar consideró oportuno omitir sus verdaderas razones.
-Bueno, sea como fuere, me alegra teneros aquí. —Adio miró a su esposa. — Los muchachos dormirán aquí hoy.
-Excelente. Prepararé un banquete para la cena.
-No es necesario, Uma.
-Insisto. Para nosotros es especial, no solemos tener visitas, y menos de amigos.
-Brandan, ve a por un barril de nuestra sectaria.
- ¡Voy!
-Os va a encantar la elaboramos aquí.
- ¡Te acompaño Brandan! —Lublin se ofreció gustoso.
-Voy a por jarras y algo para picar.
-Te ayudamos. —Bred se levantó. — Venga hermanos.
-Yo también voy. —James se alzó de su asiento.
Todos abandonaron la habitación, salvo Azcar y Hana.
-Que mayor estás. Aunque tienes la misma cara que cuando éramos críos.
- ¿Sí? No puedo decir lo mismo. Vos estás muy diferente.
-Lo tomaré como un cumplido. —Sonrió.
-Lo es.
-Azcar…, ha pasado tanto tiempo. —Hana estaba prendada de su presencia.
-Sí, mucho.
-Cuando nos fuimos de Hildegard… Yo… —Realizó una pausa. — En fin… Pensé que vendrías a verme.
-Es complicado.
- ¿Tú crees?
-Hana… Yo…
Azcar se reprimió por el regresó de los otros.
-Vamos. —Brandan colocó el barril sobre la mesa.
-Toma. —Uma le entregó los vasos a su esposo.
- ¿Qué edad tenéis vosotros dos?
-Yo 17. —Respondió Lacar.
-16. —Contestó Onion.
-Edad suficiente. —Bromeó Lublin.
- ¿Y yo?
-Tú no, Tod. Madre me mataría si se entera de que te he dejado beber. —Bred le retiró la jarra de delante.
-Tranquilo pequeño, a ti te voy a traer un vaso de leche.
-Gracias.
Cuando Hana regresó todos estaban servidos.
-Toma, Tod. —Le entregó el recipiente.
- ¡Un brindis! —Adio llevó la voz cantante. — ¡Por los reencuentros!
- ¡¡¡Por los reencuentros!!!
Anzas.
El sol se acababa de poner, cuando Loblin y Tuck atravesaron el gran puente de la ciudad, el único acceso a la metrópoli que no requería de una embarcación. Anzas está edificada junto a un caudaloso afluente del río Don.
La ciudad se encuentra protegida por una robusta muralla cóncava, lo necesario para separarla del exterior. Fuera de la urbe están los campos y las granjas.
Tuck observaba con pasmo la calles y las construcciones.
- ¿Qué te parece? —Loblin percibió su sorpresa.
-Es increíble.
-Es muy hermosa.
- ¿Todas las ciudades de los ríos son así?
-No. Anzas es la más grande y bella. Al menos lo es para mí.
- ¿Hacia dónde vamos?
-Tú sígueme, y pulso firme.
- ¡Sí!
Loblin conocía el lugar dónde se ubicaba la villa del regidor de Anzas, y fue directo hasta el emplazamiento.
La villa consta de tres construcciones, la principal, la vivienda de invitados y el establo. Todo ello rodeado por un fructífero jardín, constituido por arbustos, césped y cipreses.
Al arribar se detuvieron en la entrada, donde había dos custodios haciendo guardia.
-Hola. Venimos a ver a Liam.
- ¿Vosotros? —El guarda miró con desconfianza a Loblin y Tuck.
-Sí, nosotros. ¿Algún inconveniente?
- ¿Qué quieren un viejo y un crío del regidor de Anzas?
-Resulta que soy Loblin, consejero de Obelix, señor del Este. ¿Os suena ese nombre? —Loblin se expresó con vanidad.
-Disculpe a mí compañero. Espere aquí mientras aviso a Liam.
-Gracias.
El custodio accedió a la vivienda principal y tras unos minutos retornó acompañado por dos hombres. Ambos de cabello moreno y trenzado, de piel oscura, altos, recios, con un aspecto imponente.
- ¿Quién sois? —Liam no vaciló.
-Como le he dicho a su custodio, mi nombre es Loblin, soy el consejero de Obelix, señor del Este.
-Entiendo. Luin, acompaña a nuestros invitados los establos y luego venid a casa.
-Sí, padre. —Asintió. — Acompañadme, por favor.
Loblin y Tuck avanzaron hasta las cuadras, y Luin se ocupó de introducir a los animales en las pesebreras.
- ¿Necesitáis algo de las alforjas?
-No, nada.
-Bien, seguidme.
Luin accedió a la vivienda, y Loblin y Tuck lo hicieron tras él.
Los llevó hasta la cocina, donde se encontraba reunida toda la familia Norluk, todavía apurando sus platos.
-Siento importunaros, no quería interrumpir vuestra cena. —Loblin se excusó.
-No lo haces. Sentaos, por favor. —Liam señaló dos asientos vacíos.
-Gracias.
-Yo soy Liam, como ya sabéis. Este es mi primogénito, Luin. Ella es mi esposa, Aris. Y ellos son mis otros hijos, Bettany y Levis.
-Es un placer. Yo soy Loblin, y mi joven acompañante, es Tuck.
-Servíos de lo que queráis. —Aris actuó con gentileza.
-Come, Tuck.
-Vale.
- ¿Te gusta el pollo?
-Sí, mucho.
-Toma. —Luin le acercó un plato con un gran muslo.
-Gracias.
- ¿Qué quiere nuestro señor de mí?
-Me temo que es un asunto delicado, deberíamos departir a solas.
-No será necesario. En esta, mi familia, no hay secretos. —Miró con orgullo a su esposa e hijos.
- ¿Seguro?
-Seguro. —Respondió con convicción.
-Bien. Creemos que los hombres de más allá han atacado la ciudad de Égabros.
Su franqueza enmudeció a todos los presentes.
-Eso… —Liam estaba perplejo. — ¿Estás seguro?
-Nuestro señor ha enviado una batida a confirmarlo.
-Entiendo… —Posó su vista en sus jóvenes hijos. — ¿Habéis terminado de comer?
Los pequeños asintieron.
-Querida, llévalos a la cama. Por favor.
-Claro. —Aris se levantó de su asiento. — Vamos, niños.
Bettany y Levis obedecieron a su madre y se marcharon rápidamente.
-Decidme consejero, ¿qué ha decidido Obelix?
-Obelix quiere que os preparéis, por lo que pueda ocurrir.
-Lo suponía. ¿Qué más?
-Obelix teme que puedan atacar otras ciudades del Este, por lo que desea agrupar la mayor cantidad de tropas posibles en la capital.
-Sí…, lo comprendo.
Luin y Tuck prestaban atención a la conversación, pero ninguno se atrevía a intervenir.
- ¿De cuántos guerreros dispone Anzas?
-Alrededor de cinco mil.
-Obelix solicita la mitad. ¿Tienes algún inconveniente?
-Claro que no. Juré ante Obelix, como todo regidor, prometí servir a los intereses del Este. Es más, yo mismo me presentaré en Hildegard y combatiré, junto a los guerreros de Anzas y junto a nuestro señor.
-Me congratula saberlo. —Loblin se sentía venturoso.
- ¿De cuánto tiempo disponemos?
-Obelix no fijó una fecha. Pero me consta que cuanto antes, mejor.
-Tengo una pregunta que hacerte.
-Dime.
- ¿Has visitado otras ciudades? ¿Quién más sabe lo ocurrido?
-Sois el primero. Mi intención es era descansar esta noche en Anzas y partir mañana temprano a Beria y Tiva.
-Eso no será necesario.
- ¿Qué quieres decir? —Le desconcertó su afirmación.
- ¡Luin!
-Sí, padre.
-Ya sabes lo que tienes que hacer. Reúne a un grupo de guerreros de tu confianza y mándalos a Tiva. Tú y otro grupo, viajad a Beria. No le digáis a los regidores cual es el motivo, solo decidles que han sido convocados de urgencia.
-Entendido.
-No es necesario, podemos esperar a mañana. —Loblin trató de mediar.
-No. Sí esos malnacidos del reino han regresado, el tiempo es crucial. Las relaciones entre las ciudades de los ríos son buenas. Acudirán raudos a nuestra llamada, estoy seguro.
-Luin, vamos.
- ¡Sí, padre!
Luin salió apresuradamente de la habitación ante las atónitas miradas de Loblin y Tuck.
Aldea Mall.
Nuel había aceptado la invitación de Maddox, y se había quedado a cenar y dormir en su hogar. Maddox era un hombre de avanzada edad, por lo que siempre se acostaba muy temprano. Nuel y Addix, aprovecharon la ocasión para conocerse mejor y se quedaron conversando. Entre ambos había una atracción innata.
- ¿Quieres más sectaria?
-No, Addix. Gracias, pero mañana tengo que estar en condiciones para comandar.
-Claro, lo entiendo. —Se sirvió otro vaso.
-Sabes, tú padre me recuerda mucho al mío.
- ¿Sí? ¿En qué?
-Ambos son tozudos, gruñones y creen saberlo todo.
-Que cierto. —Addix no pudo contener la risa.
Nuel se incorporó con una pujanza desmedida.
- ¿Qué te ocurre? —Addix estaba confundida.
- ¿Oyes eso…?
-No…
De pronto comenzaron a oír gritos en la lejanía. Tras unos sofocantes segundos se comenzaron a escuchar cuernos.
- ¡Nos atacan! —Nuel fue en busca de su espada.
Maddox abrió la puerta.
- ¿Qué mierda es eso?
-Padre, nos atacan.
Maddox se vistió con premura, y junto a Nuel y Addix salieron al exterior.
Los hombres de más allá estaban abarrotando las calles, como si de una plaga se tratase. Es usual en el reino enviar como infantería a los esclavos y los menos diestros en combate, con la finalidad de mermar y fatigar a los guerreros, para después enviar al grueso de caballería a aniquilar a los supervivientes.
Los guerreros que acompañaban a Nuel en la expedición fueron los primeros en salir a batallar, pero no fueron los únicos, la mayoría de habitantes de Mall se armaron con herramientas y otros objetos cotidianos y emergieron de sus casas para combatir.
Dorian, Martín y Edmund estaban durmiendo en el mismo barracón al comenzar el ataque. Los tres salieron a las calles de Mall a la vez, acompañados por el resto de guerreros, e hicieron retroceder al enemigo.
- ¡Vamos! ¡Demostrad a estas ratas inmundas como de feroces son los guerreros del Este! —Edmund iba el primero de la formación.
Los hombres de más allá son muy fáciles de reconocer, incluso en la noche más oscura, pues todos visten las mismas armaduras.
Cascos que cubren toda la cabeza a excepción del rostro, gorjales para el cuello, corazas ligeras para proteger el vientre y la espalda. De cintura para abajo únicamente portan grebas, y no todos, solo algunos.
Lo que, si visten todos, son capas azules, un signo de identidad impuesto en las huestes desde el reinado de Zod.
Los soldados de alta cuna suelen modificar sus armaduras, incluyendo todo tipo de variantes; añadiendo hombreras, brazales, cangrejos, guanteletes, musleras y escarpes.
En lo referente al armamento, lo había muy diverso, los más diestros empleaban espadas y tizonas, pero también era común ver hachas, mazas y lanzas. Los que casi todos empleaban eran escudos ligeros, los cuales cargaban en su brazo menos dominante.
Addix se mantuvo atrás, mientras Maddox y Nuel daban muerte a cuatro soldados. Aún con su edad, Maddox sabe luchar y aunque sus movimientos son escasos, son muy efectivos.
- ¡Nuel! ¡Tenéis que iros!
-No pienso irme. No soy un cobarde.
- ¡No seas necio, chico! ¡Debes avisar! ¡Mall está perdida, ya nada se puede hacer!
-No puedo dejar a mis guerreros, ni a vos. —Nuel comenzó a tiritar por la impotencia que sentía.
- ¡Escúchame! —Le agarró del cuello. — ¡Debes regresar a Hildegard, debes avisar a nuestro señor! ¡Nuestro sacrificio no puede ser en vano!
Nuel asintió con aflicción.
-Seguidme, necesitáis un caballo.
Maddox se abrió paso a espadazos. Algunos habitantes de Mall acudieron en su ayuda y le facilitaron el paso. Durante la pugna, Maddox recibió una estocada en el costado, pero aguantó el dolor hasta arribar a la cuadra más próxima.
- ¡Padre!
-Tranquila, hija mía, estoy bien.
Mientras los aldeanos combatían abrió las puertas del establo y sacó a uno de los caballos de la caballeriza.
-Venga, subid.
Nuel obedeció a desgana y tomó las riendas, Addix ascendió tras él.
-Nuel, cuida de mi hija.
-Con mi vida.
-Bien. —Maddox sonrió a su hija.
-Padre…
-Decidle a Obelix que espero justicia por esto.
-Lo haré.
-Están atacando por el norte, desplazaos por el sur. ¡Venga! —Golpeó el trasero del caballo.
Addix no pudo apartar la vista de su padre hasta que dejó de verle.
Nuel siguió las instrucciones de Maddox y se abrió paso hasta las afueras de la aldea.
- ¡Resistid! —Edmund hundió su espada en el hueco lateral de la armadura de un soldado.
Dorian estaba exhausto, el instinto de supervivencia era lo único que le mantenía en pie. Uno de sus adversarios aprovechó su cansancio para golpearle con una maza en la cabeza. El golpe fue tremendo, tanto que desfalleció en el acto.
Martín vio la escena de cerca y abatió al atacante con una flecha. Martín no dudó y socorrió a Dorian. Lo cargó por los hombros, y lo introdujo en la misma taberna donde habían estado conversando horas antes.
Martín se detuvo cuando se disponía a salir, vio la llegada de la caballería de los hombres de más allá. Fue un envite feroz e imparable, a su paso, los caballos aplastaron todo y a todos sin encontrar resistencia.
Martín, desde una de las ventanas, vislumbró horrorizado la terrible acometida, incluida la muerte de su buen amigo Edmund, el cual, dada su posición, fue de los primeros en perecer durante la embestida.
Granja Levin.
Adio había cumplido su promesa y había preparado un suculento banquete. Chuletas, costillas, embutidos, acompañados por barriles de sectaria y vino rosado. Como postre, tartas de queso, de remolacha y dulces bizcochos.
La velada había sido idílica, agradables conversaciones, amenas historietas, todo tipo de chascarrillos.
Lublin fue el primero en retirarse, pues había bebido sin mesura y su embriaguez le adormiló. Después los más jóvenes, Lacar, Onion y Tod. Los últimos en retirarse fueron Bred, James, Hana y Uma.
Azcar, Brandan y Adio todavía permanecían despiertos, continuaban platicando en torno a la mesa.
-Recuerdo, cuando Brandan y tú fuisteis expulsados de la escuela. —Adio mantenía la templanza a pesar de la ebriedad. — ¡Qué revoltosos erais! ¿Qué fue lo que hicisteis? Ya no lo recuerdo.
-No fue nada, solo escondimos los libros del profesor.
- ¡El maestro Elián nos tenía ojeriza!
Los tres compartieron una extensa carcajada.
-Voy… Voy a ponerme otra copa.
El torpe intento de Adio por servirse acabó de manera infructuosa, pues derramó el vino por la mesa.
- ¡Qué mal!
-Padre, bajad la voz, todos duermen.
-Sí, tienes razón. —Adio bostezó sonoramente.
-Deberías acostarte.
-Sí, Azcar, tienes razón. —Adio se levantó de la silla.
- ¿Te acompaño?
-No, hijo, creo que podré encontrar por mí mismo mi alcoba.
-Bien. —Brandan miró a Azcar con complicidad.
-Hasta mañana, muchachos.
-Hasta mañana.
Adio se retiró a trompicones.
-Tu padre tiene poco aguante.
-No suele beber, lo ha hecho porque estáis todos aquí.
-Lo suponía. —Sonrió.
-Oye, Azcar.
- ¿Qué?
-Sé que no es asunto mío, pero, ¿qué vais a hacer en Bastión?
-Ya te lo he dicho, es una misión diplomática.
-Ya… ¿Y cuál es el carácter de esa misión?
Azcar miró fijamente a Brandan.
-Soy yo, puedes contármelo.
-Sí… Son los hombres de más allá, creemos que han atacado Égabros, por eso vamos a Bastión, hay que informar a los tres grandes señores.
-Maldición… No imaginaba que fuese tan grave.
-Es lo que hay.
-Azcar, ¿podría unirme a vosotros?
- ¿Qué quieres decir?
-Soy buen jinete, y mejor todavía empuñando un hacha. Te demostraré mi valía si me das una oportunidad.
-Brandan…
-Lo necesito, de verás. Esto no me satisface, no quiero ser un granjero toda mi vida.
-Tú familia te necesita.
-No es cierto, mi padre tiene muchos jornaleros y asalariados, no me necesita en la granja.
- ¿Por qué? ¿Por qué quieres dejar tu apacible hogar? No lo entiendo.
-Desde que nos marchamos de Hildegard, no hay un solo día que no piense en regresar. Vivir aquí, es tranquilo, tanto que se torna tedioso, aburrido.
-Compartir mi sino podría ser peligroso.
-Muchos mueren, Azcar, pero no todos viven. Es una frase que me dijo tu padre.
-Ya…
-Acéptame. Permíteme acompañaros. Hazlo por mí, y si no, hazlo por los viejos tiempos.
-Está bien. Si es lo que quieres, y tu padre lo acepta, puedes venir con nosotros.
-Gracias, amigo. —Posó su mano sobre el hombro de Azcar. — Significa mucho para mí.
-Espero que no termines arrepintiéndote.
-No lo haré.
Editado: 17.01.2023