Aldea Mall.
- ¿Me habéis hecho llamar?
Travis, general de las fuerzas de más allá, accedió a la tienda.
-Sí, así es. —Ian sirvió dos copas de vino.
- ¿Celebras algo?
-La victoria de anoche, ¿no te parece algo digno de conmemorar?
-No.
- ¿Por qué no?
- ¿Festejarías por matar a una cucaracha? Yo no. Esto es solo una pequeña aldea de labriegos y ganaderos. Igual que la aldea Sectaria. Someterlas no es algo de lo que estar orgulloso.
-Nunca pareces complacido, amigo mío.
-Un león no se jacta al cazar un ratón. Cuando sometamos la capital lo celebraré, mientras tanto… —No consideró necesario terminar la frase.
- ¿Ha sobrevivido alguien? —Ian terminó su copa de un solo y extenso trago.
-Tres hombres, los he apresado.
- ¿Por qué motivo?
-Quisiera hacerles algunas preguntas.
- ¿Y las mujeres y los niños? ¿Lo mismo de siempre?
-Sí. Los hombres se divirtieron con las mujeres y después las degollaron.
- ¿Divirtieron? —Repitió con mofa. —Ya te he dicho que no es necesario que moderes tu lenguaje, yo no soy mi hermano. Las violaron, ese es el término correcto. Y no es un acto deleznable, no cuando se lleva a cabo con salvajes.
-Ajá.
-Siento curiosidad. ¿Qué esperáis obtener de esos hombres que habéis capturado?
-Información.
- ¿Qué tipo de información?
-Hace mucho que ningún hombre del reino visita Hildegard. Quizá haya cosas que no sepamos.
-Ninguno de los supervivientes de Égabros confesó, ¿qué te hace pensar que será diferente en esta ocasión?
-Nada. Es que tengo demasiado tiempo libre. —Comentó con comicidad.
-Ya. —Le sonrió. — ¿Cuándo pensabas hacerlo?
-Iba a hacerlo ya, pero me habéis llamado.
-Entiendo. —Se alzó de su confortable butaca. — Vamos pues. Quiero verte en acción.
- ¿Seguro?
-Claro. No soy aprensivo.
Ambos salieron de la tienda y caminaron por la aldea. Los soldados estaban retirando los cadáveres, apilándolos y quemándolos. El olor era inenarrable, verdaderamente hediondo. Un aroma que profundizaba por las fosas nasales y las impregnaba con su tufo.
Durante el desplazamiento, Ian cubrió su mentón con un fino pañuelo.
Martín y Dorian eran dos de los supervivientes, actualmente se encontraban amarrado en unas argollas a las afueras de un comercio. Estaban inmovilizados, pues tenían riendas en manos y pies.
Ian y Travis se detuvieron frente a ellos, ambos con sonrisas petulantes en el semblante.
-Decidme vuestros nombres. —Travis dio un paso al frente.
Ninguno de los tres contestó.
-Vaya, eso no tiene buen aspecto. —Observó la pierna del primero. — El hedor llega hasta aquí.
El hombre temblaba por el dolor.
-Veréis. —Los miró uno por uno. — No me gusta que me subestimen, por eso, siempre que debo interrogar a un grupo, hago esto.
Travis mostró una daga que tenía oculta bajo sus ropajes y se agachó.
-No es personal. Es casi por altruismo, tu herida no sanaría de todas formas.
-No… No, por favor.
Con un único y hábil movimiento, Travis rajó el cuello del prisionero.
-Bien. —Usó la ropa de Martín para limpiar la sangre del filo. — Ahora que ya sabéis que hablo en serio, ¿cómo os llamáis?
Martín permaneció en silencio.
-Me… Me llamo Dorian.
- ¡Cállate necio! —Martín enfureció.
-Bien, muy bien Dorian. Esa es la actitud idónea.
- ¿Sois habitantes de esta aldea?
-No digas nada… —Martín fijó sus ojos en Dorian.
-No… Yo soy de Égabros.
- ¡¿Égabros?! —Ian intervino por primera vez en la conversación. — ¡No es posible! ¡Matamos a todos!
-Explícate.
-Mi padre me…
- ¡Maldita sea Dorian! —Martín estaba colérico.
- ¡Deja que hable!
Travis pateó la cabeza de Martín, dejándolo aturdido.
-Mi padre era el regidor de Égabros, me ordenó escapar de la ciudad y avisar al señor del Este.
- ¿Cómo es eso posible? Controlábamos los caminos. —Ian estaba intrigado.
-He vivido toda mi vida en Égabros, conozco cada rincón.
-Bien, me gustas Dorian.
-Rata traicionera. —Martín escupió a Dorian.
- ¿Qué te he dicho? —Travis volvió a propinarle un puntapié.
-Dime, Dorian. ¿Qué le contaste a tu señor?
-Le hablé del ataque. No sabía demasiado.
-Ya… ¿Y qué haces aquí ahora? ¿Por qué no estás en la capital?
-Obelix envío una avanzadilla a las aldeas, para informar y ver si vuestro ejército había avanzado.
- ¿Qué dices Travis? ¿Crees que Dorian es honesto con nosotros? —Ian no podía dejar de sonreír.
-Lo creo, alteza.
- ¿Alteza? —Dorian posó su mirada en el hombre desgarbado.
-Soy Ian, de la casa Teudis. Hermano del rey Marco, rey de todos los hombres.
Dorian tragó saliva.
-Ahora que sabes quienes somos y sabemos quién eres. Dime, Dorian. ¿Por qué deberíamos permitirte vivir?
-Puedo ser de mucha ayuda… —Las palabras emergían con dificultad de sus labios, el nerviosismo se apoderaba de él.
- ¿Sí? ¿Cómo?
-Conozco el Este. También la capital, conozco sus defensas, conozco a los linajes, tengo mucha información.
-No tenía que haberte salvado… No sé por qué me compadecí de ti. Eres escoria, eres ruin y despreciable. Eres…
Martín no pudo continuar hablando, Travis le apuñaló en el pecho y apretó hasta hundir su daga en su corazón.
-Decidme, Dorian. ¿Te gustaría ser el barón de Égabros?
Dorian estaba conmocionado por los acontecimientos, pero logró asentir.
-Bien. Desátalo.
Travis obedeció, liberó a Dorian y le ayudó a incorporarse.
-Seguro que tienes hambre. Acompáñanos.
Los tres comenzaron a caminar.
- ¿Cómo son las defensas de la capital? —Travis no pudo esperar para preguntar.
-Son inexpugnables, inmensas, de piedra.
- ¿Y los accesos? ¿Cuántos hay?
-Tres. Los portones son de gruesa y maciza madera, reforzada con hierro. No quiero importunaros, pero es casi imposible atravesarlos.
-No te preocupes por eso, estamos preparados. —Ian compartió una mirada cómplice con Travis.
Granja Levin.
-Azcar, despierta. —Bred le zarandeó con delicadeza.
-Eh, ¿qué pasa? —Azcar abrió los ojos y miró en todas direcciones.
-Se hace tarde, debemos seguir la senda.
-Sí. Perdona, ya voy.
Azcar se desperezó y salió de la habitación. Al presentarse en el salón, encontró a Bred junto a toda la familia Levin. El ambiente era tirante y el silencio imperaba.
-Buenos días… ¿Dónde están los demás? —Se dirigió directamente a Bred.
-Están fuera, preparando los caballos.
-Muy bien. ¿Ocurre algo? —En esta ocasión su pregunta fue para Adio.
-No…
- ¿Seguro…?
-Ya les he dicho que me voy a Bastión contigo. —Brandan se alzó de su asiento.
-Entiendo. —Azcar no sabía que decir.
-Por favor, hermano, reconsidéralo.
-No tengo nada que reconsiderar Hana, esta es mi voluntad.
-Hijo, piénsalo bien. Tú eres granjero, no eres…
-Yo no soy granjero padre, lo he sido por obligación, pero no es lo que quiero ser.
- ¡¿Y qué quieres ser!? —Golpeó la mesa con la palma de la mano.
-Adio, relájate. —Uma agarró con suavidad la mano de su cónyuge.
-No lo sé. Todavía. Pero sé que no quiero pasar mi vida aquí, quiero algo más.
- ¡Haz lo que quieras! Pero si te vas… —Adio no tuvo el aplomo suficiente para terminar su amenaza.
-Adio, te prometo que estará bien con nosotros. —Azcar trató de apaciguar los ánimos.
-Ya es un adulto, que haga lo que quiera. —Adio se retiró a paso firme.
-Padre…
Adio desoyó a su hijo y se encerró en su alcoba.
-No te preocupes hijo, tu padre entrará en razón.
-Gracias, madre.
Lacar accedió al interior.
-Ya está todo preparado.
-Bien, ahora vamos. —Bred realizó aspavientos a su hermano para que saliese.
-Ten mucho cuidado, y ven pronto a casa, ¿vale?
-Por supuesto, madre.
Uma estrechó a su hijo entre sus brazos.
-Hana, ayuda a nuestros padres. Ahora estás al mando de todo.
-Ya lo estaba. —Bromeó.
Ambos se hermanos se abrazaron con ternura.
-Seguro que pronto estoy de vuelta, no va a daros tiempo ni a echarme en falta.
-Eso espero. —Uma contuvo las lágrimas para no entristecer a su hijo. — Vamos, os voy a dar algunos excedentes.
-No hace falta, estamos bien provistos. —Azcar rechazó la dotación.
-Insisto, la comida nunca sobra.
-Claro. —Azcar aceptó.
Uma, Brandan y Bred salieron de la vivienda.
-Hana…, te aseguro que Brandan estará bien.
-Lo sé.
-Y siento esto. Yo no pude negarme.
-Tranquilo. Sé que Brandan lleva mucho tiempo fantaseando con la idea de dejar la granja. Me alegro de que al hacerlo sea contigo.
-Hana yo… Cuando todo esto termine vendré a verte. Lo prometo.
-No prometas algo que no vayas a cumplir.
-Esto voy a cumplirlo.
-Ya…
Azcar escuchó a Bred gritar su nombre.
Ambos salieron de la vivienda. Todos aguardaban sobre sus monturas.
-Qué. ¿Te arrepientes de haber bebido tanto anoche? —Bred bromeó al ver el estado deplorable de su hermano.
-Un poco… —Lublin se sujetaba la cabeza, como si esta fuese a caer.
Azcar ascendió a su caballo.
-Hasta pronto.
Bred fue el primero en comenzar a galopar y todos fueron tras él.
Uma y Hana observaron con pesar como se marchaban.
Anzas.
La plática entre Loblin y Liam se prolongó hasta pasada la madrugada. Todos se fueron a dormir muy tarde.
Era casi mediodía cuando Tuck se despertó. Loblin decidió no interrumpir su descanso, consideró que no era necesario.
Cuando salió de la habitación y descendió hasta la primera planta, encontró a Liam, Luin y Loblin, reunidos con un hombre y una mujer a los que no conocía.
Él era calvo, de rostro tosco, con una perilla incipiente. De baja estatura, de panza prominente y brazos anchos.
Ella era muy alta, con una inmensa cabellera castaña recogida en diversas trenzas. Muy delgada, tanto que muchos de sus huesos se marcaban bajo su pálida piel.
-Hola, Tuck. Permíteme que te presente a Dean, del linaje Esterinon, regidor de Beria. Y a Shi, del linaje Runa, regidora de Tiva.
-Hola, muchacho.
-Hola… —Se aproximó con timidez. — ¿Por qué no me has despertado…?
-Dormías tan plácidamente, que me ha parecido innecesario. Tranquilo, no te has perdido nada.
-Vale… —Tomó asiento en una de las sillas vacías.
-Como estaba diciendo, Beria puede aportar mil seiscientos guerreros a la causa. La mitad de los que tenemos. Y por supuesto, iré a Hildegard a combatir.
-Excelente. Lo agradezco, y sé que nuestro señor también lo hará.
- ¿Y vos Shi? ¿Con cuántos podéis contribuir?
-Mmm… Tiva es la ciudad más pequeña. Pero podría prescindir de mil doscientos. Dos tercios de nuestras fuerzas.
-Eso sería estupendo.
-No obstante, yo no iré a combatir, mis tiempos como guerrera acabaron. Será mi primogénito, Ugor, quién comandará en mi nombre.
-Perfecto, no hay inconveniente. —Loblin asintió inconscientemente.
-Hablando de nuestros hijos. Mi hija Beth será quien actúe como regidora en mi ausencia. Beria estará bien bajo su mando.
-Claro, vos decidís.
-Comparto la opinión de Dean. Mi hijo Luin ocupará mi puesto en Anzas.
-Pero padre, yo quiero ir con vos.
-Poco importa lo que quieras, tenemos un deber con Anzas. —Replicó autoritario.
-Está bien…
- ¿Cuándo partiremos? —Dean miró directamente a Loblin.
-Cuanto antes, mejor. —Loblin no osciló. — No conocemos los planes del enemigo, lo mejor que podemos hacer es actuar con la máxima cautela.
-Si nos organizamos, creo que podríamos llegar a Hildegard en dos lunas.
-Bien. Pues no perdamos el tiempo. —Dean se levantó. — Me vuelvo a mi ciudad, mañana al alba partiremos a la capital.
-Bien. Gracias por todo.
-Hasta pronto.
-Hasta pronto.
Dean salió con presteza de la estancia.
-Dean tiene razón. Yo también voy a volver a Tiva. Ugor se reunirá con vosotros en Hildegard.
-Gracias, Shi.
-A pesar de las circunstancias, siempre es un placer verte Loblin.
-Igualmente.
Ambos compartieron un escueto abrazo antes de que Shi se retirase.
-Ha ido bien. —Loblin estaba satisfecho.
-Ya te lo dije, las ciudades de los ríos siempre trabajan unidas y son leales. —Liam compartía el alborozo de Loblin.
- ¿Puedo haceros una pregunta, Loblin?
-Claro, Luin.
- ¿Por qué solo habéis convocado a las ciudades de los ríos? ¿Por qué no Ármacos, Ódena o Gridos? Son ciudades más grandes y pobladas. Podrían ser de más ayuda.
-Es cierto, lo son, pero están lejos de la capital. Nuestro señor quería una respuesta inmediata. Nuestro señor no consentirá que ataquen más ciudades.
-Comprendo… ¿Y será suficiente…? No sabemos de cuantas tropas dispone el enemigo.
-Tienes razón. Pero Hildegard es la ciudad más fortificada de todo el Este, solo Ármacos podría rivalizar con nosotros. Lo más probable es que los hombres de más allá traten de asediarnos. Sería una insensatez atacar de frente la ciudad.
-Hijo, tú no tienes de qué preocuparte de eso, solo de Anzas, y de mantener el orden en mi ausencia.
-Sí, padre.
- ¿Nosotros qué vamos a hacer? —Tuck sentía una gran incertidumbre.
-Tú y yo ya hemos cumplido nuestra misión. Regresaremos a Hildegard con Liam.
-Bien.
Aldea Mall.
Ian había mandado a sus siervos organizar un festín, valiéndose de la comida almacenada en las despensas y alacenas de la ciudad. En su mesa había todo tipo de viandas, carnes de vacuno, cerdo y pollo; gran variedad de verduras, frutas, dulces y pasteles. Todo ello acompañado de barriles de sectaria, exquisitos vinos y diferentes licores.
El único al que Ian había convidado a semejante ágape, era Travis. El cual se retrasaba, generando exasperación en el príncipe.
- ¡Por fin! ¡¿Por qué has tardado tanto?! —Ian exhibió su disgusto.
-Soy general de un gran ejército, ¿te sorprende que sea un hombre ocupado?
-Está bien… Siéntate de una vez.
-Claro.
Travis tomó asiento frente a Ian.
- ¿Por qué este despliegue?
-Por vos, por mí, porque puedo.
-Deberíais compartid más con vuestras huestes, al fin y al cabo, sin ellos, no sois nadie.
-Veo que tu lengua es más afilada que tu daga.
Travis sonrió al escuchar el mordaz comentario.
- ¿Qué hago aquí? —Travis se sirvió una copa de vino y un filete.
-Vos y yo llevamos meses viajando y apenas nos conocemos.
- ¿Y queréis conocerme?
-Claro.
- No tenéis muchos amigos, ¿verdad? —Manifestó con gran bravata.
- ¿Por qué no os gusto, Travis? ¿Es por mi posición social?
-No. Es solo que no sé qué haces aquí.
-Explícate…
-No sabes combatir, no tienes nociones de estrategia militar, no eres popular entre nuestras tropas. Y estoy convencido, de que, si consigo conquistar estas tierras, serás tú quién obtenga el mérito.
-Entiendo. —Sonrió. — Y te garantizo que no debes preocuparte, no ansío la gloria ni el reconocimiento.
-Entonces…, ¿Qué haces aquí?
-Mi hermano me ha obligado.
- ¿De veras? —A Travis le sorprendió la afirmación.
-Él me quiere aquí, yo estaría muy a gusto en mi feudo, con mis súbditos y mis concubinas. No quería viajar a la península y mucho menos tener que alejarme de las comodidades de las que gozo, siendo quien soy.
-Ja, ja, ja. —Travis se rio con descaro.
- ¿Te hace gracia? —Sonrió.
-Sí… Pensaba que querías apropiarte de mí éxito.
- ¿Por eso has sido tan insufrible conmigo?
-En gran medida, sí. —Travis agarró una jarra y rellenó las copas de ambos.
-Bueno, ahora que ya hemos aclarado nuestras insignificantes diferencias, podías hablarme de ti.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿De dónde eres?
-De Melgar. No sé si la conocéis.
-Por supuesto que la conozco, los maestros nos obligaban a memorizar los mapas cuando éramos críos. Lo que desconozco es tu casa. Nunca me lo habéis comentado.
-No tengo casa, mi madre era meretriz, ni tan siquiera supo decirme quien era mi padre.
-Eres un ser fascinante, Travis. ¿Cómo alguien sin casa ha llegado a ser un gran general?
-Maté a las personas adecuadas y siempre he obedecido, sin hacer preguntas y sin rechistar.
-Por cómo te expresas, deduzco que no eres creyente.
-Los dioses están bien, para los necios que necesitan justificar sus pesares.
-Coincido contigo. Yo solo creo en presencia de mi hermano. Él es devoto, le encanta erigir templos para honrarlos, orarles y hacer ese tedioso ritual cada vez que hay luna llena. Un desperdicio enorme de recursos y de tiempo.
-Cada cual con lo suyo.
- ¿Qué opinión tienes de mi hermano?
Travis no quiso responder.
-Puedes expresarte libremente, estamos entre amigos, ¿no?
-Mi opinión es irrelevante, es el rey, nada cambiará eso.
-Cierto. —Terminó su copa. — ¿Qué te ha ofrecido? ¿Qué obtendrás si logras vencer?
-La península. Me concederá el territorio como ducado.
-Nada mal para el hijo de una meretriz.
-Nada mal. —Sonrió con altanería.
- ¿Cuándo atacaremos Hildegard? ¿Ya lo has decidido?
-En unos días, aún no estoy seguro.
- ¿Qué estás esperando?
-Para mantener Égabros tuvimos que dejar atrás a cinco mil soldados. Aquel día envié a un mensajero a la frontera, si todo va según lo previsto, otros treinta mil soldados se nos unirán pronto, será entonces cuando avancemos.
-No me habías informado de que habías enviado a un mensajero.
-No lo consideré necesario.
-Da igual. —Ignoró la indisciplina. — Lo importante es que vamos a ser imparables. —Ian sonreía pletórico.
-Y, además, tenemos a las bestias con nosotros. Abrirán las puertas de la ciudad. Y cuando eso suceda, los aniquilaremos.
Hildegard.
El sol del mediodía brillaba esplendoroso en el cielo añil. La capital del Este vivía un maravilloso día, donde los habitantes gozaban de la climatología en la calles y plazas de la ciudad. Ajenos al terrible peligro que se cernía sobre ellos.
Obelix, igual que el resto de ciudadanos, se encontraba disfrutando, dando un agradable paseo por el centro. Contemplando, jubiloso, la alegría de los más jóvenes.
Obelix se detuvo al ver a Evadi salir de una clínica.
-Hola, Evadi.
-Eh. —Se volteó. — Hola, Obelix.
- ¿Te ocurre algo?
-La espalda. La edad, cada vez tengo más achaques.
-Los achaques son el precio a pagar por estar vivo.
-Así es. —Se estiró hasta oír un crujido. — ¿Y tú? ¿Dónde vas?
-Solo estoy dando un paseo. Ahora que mis hijos no están, mi casa me parece un lugar muy aburrido.
- ¿Te apetece cenar en mi casa esta noche? Así tendrás compañía.
-Me encantaría.
-Pues vamos, no tardará en anochecer.
Ambos se encaminaron hacia el hogar de Evadi, pero antes de llegar fueron abordaros por Elliot.
- ¡Mi señor! —Avanzó presto a su encuentro.
- ¿Qué sucede…? —Obelix supo por su expresión que había ocurrido algo funesto.
-Es Nuel… —Respiró profundamente. — Ha regresado. Solo…
- ¿¡Solo!? —Evadi sintió un escalofrío en su maltrecha espalda.
- ¿Dónde está?
-Está en la entrada del Sol.
Obelix aceleró el paso, Evadi le siguió de cerca.
Los tres caminaron con premura hasta los portones.
Al arribar hallaron a Nuel y Addix rodeados por viandantes, custodios y curiosos.
- ¡Hijo! —Evadi se abrió paso entre el gentío.
-Padre…
Ambos se abrazaron.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los guerreros?
-Tengo que hablar con…
Todos se hicieron a un lado ante Obelix.
-Nuel…
-Mi señor… No han…
-No, aquí no.
Obelix le hizo un gesto para que le siguiese. Nuel, Evadi, Elliot y Addix fueron tras él.
Todos accedieron a un comercio cercano, una herrería.
-Mi señor. ¿En qué puedo ayudarle? —El propietario se sorprendió con su presencia.
-Necesitamos intimidad. Sal a la puerta y asegúrate de que nadie nos interrumpe.
- ¡Por supuesto! —El herrero cumplió la orden.
- ¿Quién es ella? —Obelix oteó a Addix.
-Es Addix, mi señor, la hija de Maddox, el regidor de Mall. Es de confianza.
-Bien… Ahora cuéntame, ¿qué ha pasado?
-Seguí vuestras órdenes, tal como me dijisteis, viajamos a Mall, para avisar y preguntar qué sabían.
- ¿Y…?
-Maddox no tenía constancia de ningún ataque, y no habían llegado supervivientes.
- ¿Es cierto eso? —Obelix se dirigió a Addix.
-Nuel dice la verdad…
-Atacaron la aldea…, ¿verdad?
-Sí…
Los rostros de Evadi y Elliot denotaron su consternación.
- ¿Cuántos…?
-Atacaron en mitad de la noche, no puedo saberlo, pero eran muchos. —Nuel narraba los hechos con entereza a pesar de su amargura.
-Ya…
-Nuel y yo sobrevivimos gracias a mi padre, nos ordenó escapar e informaros.
-Hizo bien, muy bien. —Obelix aparentaba sobriedad, pues no quería inquietarles mostrando aflicción.
- ¿Qué vamos a hacer ahora? —Nuel miró fijamente a Obelix.
-Azcar ha ido a informar al Bastión. Loblin ha viajado las ciudades de los ríos para solicitar guerreros. He mandado reforzar las murallas. Ya no hay mucho que podamos hacer. Ya es oficial. El Este está en guerra.
Tras el descorazonador alegato, las expresiones de todos mostraban abatimiento.
-Es difícil, pero no quiero veros alicaídos. Los días de guerra han empezado, pero terminarán y saldremos victoriosos, como antaño. —Miró a todos los presentes para posar su mirada en Nuel. — Ahora, Nuel y Addix, os debo pedir más. Os debo encargar una laboriosa tarea.
- ¿Cuál…? —Addix no titubeó.
-Nuel y vos liderareis la evacuación de Hildegard.
- ¡¿Evacuar?! —Evadi no daba crédito.
- ¡No! ¡No pienso escapar! ¡Me quedaré con vos y lucharé por Hildegard! —Nuel sintió una gran indignación al escuchar la petición.
- ¿Me desobedecerás…?
-Mi señor, yo…
-Hildegard será atacada, estoy convencido. La ciudad puede ser reconstruida, los campos pueden ser sembrados nuevamente, pero las vidas de nuestros ciudadanos no pueden restablecerse.
-Obelix tiene razón… —Evadi apoyó su planteamiento.
-Mañana comenzaremos con los preparativos. Niños y ancianos, artesanos, galenos, maestros, cualquier mujer u hombre que no sepa combatir será trasladado.
- ¿Adónde…?
-A la ciudad de Ódena. Es grande, próspera y su regidora es honorable. Es una urbe bien administrada, con grandes fortificaciones y lo más importante, se encuentra lejos. Con algo de fortuna, la guerra no llegará allí. —Observó a Evadi en busca de su consejo.
-Coincido. Es una buena idea. —Evadi asintió.
-Tomareis la mitad de caballos y carruajes de la ciudad. Alimentos, medicinas, cuanto sea necesario. Además, os acompañarán trescientos guerreros como escoltas. Los más jóvenes y los que todavía están en instrucción, no es necesario obligarles a luchar. ¿Entendido?
-Sí, mi señor. —Nuel no ocultaba su disgusto.
-Elliot. Es el momento de informar a todos los comandantes y guerreros. ¿Puedo confiaros dicha tarea?
-Claro, mi señor. Yo me ocupo.
-Ve. El tiempo apremia.
-Sí.
Elliot salió raudo del taller.
-Mi señor, no quiero ser descortés, pero creo que yo debería permanecer en la ciudad.
-No, Nuel. Lo siento, pero mi decisión es firme.
-Está bien…
-Evadi, amigo. Agradezco tu invitación, pero debemos posponerlo, debo pensar en muchas cosas.
-Lo entiendo. Luego iré a verte.
-Perfecto.
Obelix fue el siguiente en marchase del establecimiento.
-Hijo… —Evadi se aproximó y poso su mano sobre la mejilla de su primogénito. — No tengo palabras para describir mi dicha. No sé qué hubiera hecho si hubierais perecido en Mall.
Addix no pudo evitar pensar en su padre.
-Otros no tuvieron mi suerte… Solo sobreviví porque hui.
-Y quizá, gracias a eso, hallas salvados miles de vidas.
-Padre, por favor, habla con Obelix, a ti te escucha. Quiero quedarme aquí, no quiero volver a huir.
-No seas necio, no es una huida.
-Es lo que parece.
-Tu obstinación no te permite ver más allá. Obelix te tiene en tan alta estima, que te está confiando lo más valioso del Este, sus gentes.
Editado: 17.01.2023