El señor del Este.

6. Todo el mundo muere.

Hildegard. 
Obelix se encontraba en su casa, en el salón, sentado en su butaca favorita.  
No estaba solo, su amiga felina se encontraba sobre una de las estanterías, observándole. 
Un humo denso y blanquecino emergía de su pipa, su olor ocupaba toda la estancia, pues llevaba toda la mañana fumando. 
La puerta se abrió y Evadi sufrió un repentino ataque de tos. 
-Vaya olor… —Se acercó. — ¿No te han dicho nunca que fumar canabacea es malo para salud? 
-Al contrario, me relaja, me serena, alivia el dolor de mis rodillas y despeja mi mente. 
-Si tú lo dices… 
- ¿Qué puedo hacer por ti? 
-No es nada. Solo venía a darte las gracias. 
- ¿Por qué motivo? 
-Por enviar a Tuck a Ármacos. Me inquietaba que estuviera aquí, es un fastidio que la evacuación fuese antes de su regreso.  
- ¿Ya han partido? 
-Claro que sí. Esta mañana, ya es mediodía. 
-Ah… —Obelix rellenó un vaso con agua y bebió. 
- ¿Estás bien…? 
-Claro. —Se frotó sus enrojecidos ojos. — Quiero preguntarte algo.  
- ¿Qué?  
- ¿Por qué no te marchaste con tu familia? Podías haber acompañado a Nuel. O haberte marchado esta mañana con Loblin y Tuck. ¿Por qué te has quedado? 
-Me debo al Este, a Hildegard y a ti. 
-Y sí… 
-Da igual lo que pase. Si debo morir, lo haré aquí, en mi ciudad, con mi gente y contigo. 
-Eres incorregible. —Sonrió. 
-La muerte no me inquieta. Soy demasiado viejo para eso. 
-La muerte es fácil para el difunto, y complicada para los que se quedan. 
-Exacto. —Miró la humeante pipa. — Dame una calada. 
- ¿Tú? ¿Fumando? —Le entregó la pieza.  
-Aunque ahora no lo parezca, tuve una juventud. Una desinhibida y alocada juventud. —Aspiró. 
- ¿Cómo estarán nuestros hijos? ¿Habrán llegado ya? 
-Bueno, Azcar y James deben estar cerca de Bastión. A Nuel le quedarán un par de lunas para arribar a Ódena. —Le retornó la pipa.  
-Sí, supongo que tienes razón. 
-No debes preocuparte por ellos, seguro que…  
Evadi no terminó la frase, pues escuchó el estruendo que generaban los cuernos de la ciudad.  
La puerta de la habitación se abrió con brusquedad y Kurt y Liam accedieron con presteza. 
- ¿Qué ocurre…? —Evadi perdió la templanza. 
-Ya están aquí… 
-Bien. —Obelix se levantó. — Voy a prepararme. 
-Mi señor, los guerreros de Anzas ya están en la puerta del Sol. Voy a ir con ellos. 
-Claro. Suerte, Liam. 
-Gracias, mi señor. 
-Enseguida me reuniré con vosotros. 
Liam asintió antes de marcharse. 
-No tienes porqué ir. —Kurt miró a Evadi en busca de apoyo. 
-Sí, debo hacerlo. —Replicó tenaz. 
- ¿Te ayudo a ponerte la armadura? —Evadi dio un paso al frente.  
-No, no será necesario. Y, Evadi. 
- ¿Qué? 
-Quiero te quedes en palacio. Si me sucede algo, estarás al mando. Obra con cautela.  
-Sí… 
- ¿Quieres que prepare tu caballo del Norte? —Kurt mantenía la entereza a pesar de las circunstancias.  
-No. Es demasiado grande y aparatoso. Prefiero una montura ligera. 
-Voy. 

Mientras, en lo alto de las murallas, Cano y Allen observaban el imparable avance del ejército de más allá. 
- ¿Qué hacen…? Son unos necios si piensan que traspasaran nuestras defensas. —Allen estaba muy confundido.  
-No te confíes. Tendrán algo preparado… —Cano estaba sudando, aunque el sol estuviese oculto tras un cielo encapotado.  
-Nuestros arqueros les abatirán.  
-Eso espero… 
El ejército siguió avanzando impasible, cada vez más y más cerca de la ciudad.  
-Eh, vosotros. —Dean se aproximó.  
- ¿Quién eres?  
-Me llamo Dean, soy el regidor de Beria, me han dicho que venga a respaldaros.  
-Bien. ¿Tus guerreros son buenos arqueros?  
- ¡Por supuesto! ¡Los mejores!  
-Diles que se distribuyan a lo largo de la muralla, y que se concentren sobre las entradas del Cielo y la Luna.  
- ¡Perfecto!  
Dean no estaba asustado, al contrario, anhelaba demostrar su valía en el campo de batalla.  
- ¡Vamos! ¡Seguidme! 

Obelix no tardó en aparecer en la puerta del Sol a lomos de su caballo, un magnífico ejemplar mestizo, tordo y corpulento. 
Los guerreros abrieron un corredor al verle, permitiéndole llegar hasta sus más fieles guerreros y los otros regidores. Todos enmudecieron en su presencia y Obelix aprovechó la ocasión para realizar una arenga.  
-Os saludo a todos y a cada uno de vosotros. —Cogió aire. — Hoy ha llegado el momento que tanto temía, debemos combatir nuevamente. En el Este, somos personas civilizadas, muchos me conocéis, no soy alguien que disfrute con la violencia. Pero, si esos malnacidos piensan que podrán encadenarnos, saquearnos y someternos, están muy equivocados. Somos pacíficos, sí, pero sé que daríamos nuestra vida por nuestros hermanos, por nuestros seres queridos y por nuestra libertad. —Hizo una breve pausa. — ¿Quieren luchar? ¡Muy bien! ¡Le recordaremos lo que pasa si se ataca la península! ¡Les mostraremos que ocurre cuando atacas el Este! ¡No combatáis por mí! ¡Combatid por nuestros descendientes! Pues si ha de haber guerra, que sea mientras nosotros vivamos, para que nuestros hijos puedan vivir en paz. ¡Por el Este! 
- ¡¡¡Por el Este!!! —Los vítores fueron atronadores.  
Obelix descendió de su caballo y se aproximó hasta Liam. 
-Voy a subir a las murallas, te quedas al mando. 
-Sí, mi señor. 
Obelix y Kurt ascendieron por las escaleras hasta lo más alto de la muralla. Una vez en el camino de ronda se desplazaron hasta Cano y Allen.  
-Hola. ¿Estáis preparados? 
-Sí, mi señor. 
Obelix observó atentamente los movimientos del enemigo. 
El ejército fue avanzando para detenerse a unas cuantas lanzas de distancia de la muralla. 
- ¿Qué hacen…? —Obelix no entendía el planteamiento. — ¿No tienen caballos?  
- ¡Cargad! —Cano no dudó al efectuar la orden. 
-Mirad eso, ¿qué están…? 
La formación del ejército de más allá era simple, formaron filas rectas a lo largo y ancho, rodeando la muralla. 
Varios grupos de hombres arrastraban dos enormes jaulas, a pesar de que contaban con ruedas el terreno no les favorecía y se desplazaban con lentitud. 
-Son… Son rinocerontes de las islas Reicar. —Obelix no daba crédito. 
- ¡Disparad! —Cano no vaciló. 
Una lluvia de flechas cayó sobre sus enemigos, los cuales se resguardaron tras sus escudos. Hubo bajas, pero fue un número insignificante. 
- ¡Cargad! 

Travis y Dorian se acercaron con cautela hasta las jaulas y a los domadores. 
-Eh, vosotros. ¿Seguro que atacarán los portones? 
-Sí, sin duda. 
-Pues venga, adelante. 
Los soldados abrieron la primera jaula y los domadores comenzaron a tocar una siniestra melodía con sus flautas.  
Los rinocerontes de las islas Reicar son endémicos del archipiélago homónimo, una especie casi extinta. Son uno de los mamíferos más grandes existentes, de un tamaño similar a los elefantes.  
Estos animales, son los más poderosos y peligrosos de su especie. Su piel grisácea y robusta, es casi impenetrable.  
Su cráneo es tosco y muy diferente al de sus congéneres, pues su cuerno es horizontal y está elaborado de hueso, no de queratina. Y no solo constan únicamente de un cuerno, pues al alcanzar la edad adulta, aparecen protuberancias óseas de gran densidad rodeando el cuerno principal, con forma escamosa.  
Al terminar la canción, el primer animal salió a toda velocidad de su jaula. 
- ¡¡¡Disparad a la bestia!!! —Cano exclamó con vehemencia.  
- ¡Disparad! —Obelix observaba temeroso el avance del colosal animal.  
Las flechas fueron inútiles, aunque algunas le alcanzaron, no pudieron perforar su densa piel. 
El rinoceronte atacó la puerta, la del Sol. 
Su embestida fue incontenible y estruendosa, con un solo impacto destrozó los portones. Los traspasó sin ninguna dificultad, quebrando la madera, los resortes y las bisagras. 
El animal accedió a la ciudad sembrando el terror, el caos, y la muerte. Su potencia era irrefrenable, embistió, pisoteó y golpeó todo cuanto encontró a su paso, causando innumerables bajas. Entre ellos, la de Ugor, el cual estaba demasiado cerca de los portones cuando el animal lo derribó.  
- ¡¡¡Ahora!!! 
Travis dio la orden y sus soldados fueron en tromba hacia la entrada. 
- ¡Vamos! ¡Matad a esos cabrones! —Liam no titubeó. 
La batalla comenzó oficialmente. La infantería de más allá acudió a la entrada en masa. 
- ¡Cargad! ¡Disparad! 
Desde las murallas, las ráfagas se sucedían. 
- ¡¡¡Seguid!!! ¡¡¡Qué no se acerquen!!! 
Liam y sus guerreros no pudieron resistir y tuvieron que recular. La infantería de más allá logró adentrarse en la ciudad. 
-Cano, me necesitan abajo, sigue disparando. 
-Mi señor, no es buena idea. 
-No me quedaré mirando mientras esos malnacidos invaden nuestra ciudad. 
Obelix ignoró la sugerencia de su comandante y comenzó a descender los peldaños. Kurt fue tras él.  
-Voy con ellos, nos necesitan. Suerte. —Allen abandonó su puesto. 
-Mierda… ¡Vamos! ¡Disparad! ¡¡¡Disparad!!!  
Obelix desenvainó su espada y se abrió paso hasta primera línea. 

Travis y su séquito desplazaron la otra jaula hasta la puerta más próxima, la del Cielo. Sus subalternos les protegían con los escudos, desplazándose a su alrededor y evitando las constantes andanadas.  
- ¡Venga! ¡No tengo todo el día!  
Un soldado abrió la jaula y los domadores repitieron el procedimiento, haciendo sonar sus flautas.  
El rinoceronte sucumbió al terminar la melodía, emergió con gran fiereza de la jaula y arremetió contra los portones. 
El resultado fue el mismo, reventó las puertas y se adentró por la ciudad acometiendo contra todo lo que se pusiese delante.  
- ¡Vamos bastardos! ¡A luchar!  
Travis dio la orden y sus tropas actuaron.  
Liam resistió cada envite y fue ensartando con su espada a cada enemigo que se aproximaba, pero cada vez estaba más fatigado. 
Cerca de él, Obelix, Kurt y Allen combatían con el mismo tesón. 
- ¡Replegaos! —Obelix era consciente de la gran superioridad numérica y quería atraerlos hasta las calles más estrechas. 
El ruido era estremecedor, las espadas chocando, los gritos agónicos de los heridos. Los cadáveres amontonándose junto a las puertas. El suelo tiñéndose de rojo, mientras los guerreros de Hildegard se veían superados. 
- ¡Cuidado! ¡Están subiendo! —Cano observó a los enemigos ascender hasta su posición. —Venga, mamones, os estoy esperando. 
Cano dejó caer su arco y agarró su lanza. Los arqueros le imitaron y dejaron de disparar. 
- ¡Liam! ¡Hacía dentro! 
- ¡Sí! 
Obelix logró su objetivo y llevó la batalla hasta la calle más estrecha de las proximidades. 
-Obelix… Esto no… 
Kurt no pudo terminar la frase, una flecha se incrustó en su pecho. 
- ¡¡¡Kurt!!! —Obelix trató de socorrerle, pero había muerto. 

- ¡Vamos holgazanes! —Travis aprovechó la ocasión para entrar por la puerta de Sol. — Dorian, esa calle de ahí. ¿Sabrías llegar al otro extremo? 
-Sí… 
-Pues vamos, ¡seguidme! 
Dorian dirigió a Travis y los soldados a través de las calles de Hildegard. 
Estaban a punto de arribar, cuando Liam y un grupo de guerreros les cortaron el paso. 
- ¿Vais a alguna parte? —Liam dio un paso al frente.  
-Venga, negro, diviérteme.  
Travis arremetió contra Liam, el cual esquivó su ataque.  
Los guerreros y soldados batallaron con gran ferocidad, pero la balanza se decantó rápidamente. La superioridad de efectivos fue un factor determinante.  
Liam no sólo repelió los golpes, su destreza fue tal que logró desarmar a Travis.  
-Te va a matar un negro.  
Liam se abalanzó sobre Travis, el cual rodó por el suelo para zafarse.  
-Buen intento.  
Liam descuidó su espalda y Dorian le ensartó con su espada.  
-Arg… —Liam perdió el equilibrio.  
Travis aprovechó la ocasión para recuperar su sable.  
-En… En una lucha justa… Te hubiera matado. 
-Esto es la guerra, aquí no hay justicia.  
Travis mató a Liam cortándole el cuello.  
- ¡Venga! ¡No os quedéis ahí parados! ¡Vamos idiotas!  

Los soldados habían ocupado las rondas de las murallas, casi todos los guerreros habían perecido en la contienda. Cano estaba rodeado, su lanza era lo único que impedía que se acercasen más.  
- ¡Vamos! ¡Cobardes!  
Un soldado acometió y Cano lo derribó con un hábil movimiento.  
- ¡¿Quién quiere ser el siguiente?!  
Otros dos soldados fueron a por él. Al atravesar al primero su lanza se quedó encajada y el otro soldado aprovechó la ocasión para rajarle a la altura del pecho.  
Trató de acometer una vez más, pero Cano se apartó.  
- ¡Al suelo!  
Cano se agachó y Dean y algunos arqueros abatieron a los soldados.  
- ¿Cómo estás?  
-He tenido…, tiempos mejores. —Cano tenía dificultades para respirar.  
- ¡Vienen más! ¡Por los dos lados!  
-Mierda… —Dean miró en ambas direcciones. — Si tiene que ser así…  
Los arqueros dispararon, pero no pudieron anular a sus adversarios. 
-Toma. —Dean extendió la mano.  
-Gracias. — Cano agarró el puñal.  
Lucharon con gran brío, pero no pudieron resistir.  
Cano fue apuñalado nuevamente, esta vez en el vientre. Su último aliento lo empleó en acabar con la vida de su oponente, clavándole el puñal en un ojo. Ahora Dean estaba solo, rodeado de enemigos.  
- ¿Quién será el valiente? —Los miró de reojo.  
Un hombre dio un paso al frente y hubo un férreo intercambio de golpes.  
El soldado era más hábil que Dean y consiguió desarmarle.  
- ¡Si yo caigo! ¡Tú vienes conmigo!  
Dean se abalanzó sobre su rival, lo abrazó con firmeza y saltó de la muralla.  
 
Obelix contemplaba con espanto como sus guerreros perecían. Y es que, por muchos soldados que liquidaban, seguían arribando más.  
-Mi señor… ¿Qué hacemos? —Allen resoplaba por el esfuerzo, estaba tan cansado que sus entumecidos brazos casi no podían alzar la espada.  
-Yo… 
- ¡¡¡Vienen por detrás!!!  
Obelix se volteó y vio como más soldados venían desde la zaga.  
- ¡Acabad con esos perros! —Travis sonreía con altanería.  
-Travis…  
- ¿¡Qué!?  
-Él es Obelix, el señor del Este… —Dorian le señaló.  
- ¿Ese viejo? ¡Bien! —Travis aceleró el ritmo. — ¡Ese es mío!  
Travis arremetió y Obelix repelió su golpe. Travis repitió, pero el resultado fue el mismo.  
-Sabes luchar, viejo.  
- ¿Eres su general?  
- ¡Sí!  
Obelix esquivó el envite y contratacó, hiriendo a Travis en el antebrazo.  
- ¡Mierda! 
Obelix se giró y vio como apuñalaban a Allen en la cara.  
- ¡¡¡Allen!!! 
- ¡No te distraigas, abuelo!  
Travis le propinó un espadazo en la rodilla, provocando que Obelix se cayese de bruces.  
-Cobarde…  
-Sí, lo que tú digas. —Miró ligeramente hacia atrás. — Ven, amigo, ven aquí.  
Dorian se aproximó hasta ellos con encogimiento.  
- ¿Tú…? —Obelix no podía creerlo.  
-Así es. Es uno de tus guerreros quien nos ha ayudado a tomar tu ciudad. —Se carcajeó con petulancia.  
-Ellos mataron a tu padre…, tomaron tu ciudad. —Obelix tiritaba por la impotencia que sentía. — ¿Cómo has podido…? 
-… —Dorian era incapaz de pronunciar una sola palabra.  
-Ja, ja, ja. —Travis se jactaba, disfrutando el momento.  
-Venga. Mátame, acaba con esto.  
-No, todavía no, viejo. No hasta que hayamos acabado con cada uno de tus guerreros.  
Obelix miró a su alrededor, todos estaban muertos o agonizantes.  
-Además, a ti te espera algo especial.  
Travis le atizó con el mango de su espada en la cabeza, causando que Obelix perdiera el conocimiento.  
-Ayúdame, Dorian.  
-Sí…  
 

Bosque Orellan. 
Tras un intenso día cabalgando, decidieron parar al atardecer. El ambiente entre ellos estaba enrarecido a causa del encuentro del día anterior. 
-Voy a prender una hoguera, ¿alguien me ayuda? —Bred oteó a sus hermanos.  
Onion no dijo nada, pero se levantó y se acercó. 
-Gracias, hermano. 
Tod era el más afectado tras el altercado con los asaltantes, apenas había hablado desde entonces, estaba esquivo y en todo momento se mantenían alejado del grupo. 
-Alguien debería hablar con él… —Brandan estaba preocupado por el más joven. 
-Voy yo. 
- ¿Tú…? —Bred sintió un rechazo innato. 
-Sí, yo. ¿Quién mejor? Soy el más gracioso. —Lublin sonrió con pillería a su hermano. 
-No creo que seas el adecuado… 
-Voy yo. 
Tras el comentario, todos miraron a Azcar. 
- ¿Seguro…? —Bred estaba desconcertado. 
-Sí. 
Azcar se encaminó hacia Tod. 
- ¿Tú estás bien? —Brandan se dirigió a Lacar. 
-Sí… Son cosas que pasan. 
-Exacto, eran ellos o nosotros. —James compartía su parecer. 
Azcar se aproximó y se detuvo a su lado. 
-Hola. 
-Hola… —No era capaz de mirar a Azcar a los ojos.  
- ¿Puedo sentarme contigo? 
Tod se encogió de hombros. 
-Tod… Sé que lo que ocurrió ayer, es complicado. Pero todos moriremos algún en algún momento. Más tarde o más temprano, nos pasará. 
-Sí… Lo sé… 
-No vale la pena estar triste por eso. 
-Mi padre siempre me ha dicho que todas las vidas importan. 
-Y tu padre tiene razón. 
- ¿Sí…? 
-Claro. —Asintió. — Mi padre piensa como el tuyo. Él siempre dice que no hay que matar salvo que sea totalmente necesario. 
- ¿Y ayer era necesario? 
-Sí… Por desgracia, lo era. ¿Qué hubiera pasado si no? ¿Y si nos hubieran atacado? 
-No sé… 
-Ellos nos amenazaron, nosotros no queríamos pelear, pero no tuvimos otra opción. Tú estabas ahí, les pedí que se marcharán, pero no quisieron. 
-Ya… 
-Sabes, yo era más joven que tú cuando vi a mi padre matar a otra persona. 
- ¿Sí? —Por primera vez le miró a la cara. — ¿Qué pasó? 
-Fue en casa, en Hildegard. Todo fue por una simple partida cartas. Un grupo de hombres y mujeres estaban apostando mucho dinero, y el hombre que perdió, se volvió loco y apuñaló al ganador el pecho. Fue delante de todos, simplemente se levantó, se acercó y lo asesinó. 
-Es horrible… 
-Lo fue…, sí. Como es costumbre, hubo un litigio, aunque todos sabían que era culpable, le habían visto. 
- ¿Fue condenado a muerte…? —Preguntó apocado. 
-Sí… ¿Qué hubieras decidido tú?  
-No lo sé…  
-Ese hombre, mató a otro por una partida de cartas. El hombre al que mató tenía familia, esposa e hijos. ¿Cuál crees que era la pena justa?  
-La muerte… —Tod pensó en la pobre familia de aquel hombre.  
-Mi padre fue el togado en el juicio y pensó lo mismo. Si robas, puedes pagar una multa o ser encarcelado. Pero cuando matas a alguien, ya no hay marcha atrás. No se puede devolver una vida.  
- ¿Y viste morir a ese hombre? Al asesino.  
-Sí. Mi padre quiso que estuviera presente. Siempre que ha dictado una sentencia ha sido quién la ha ejecutado. Y, él no lo disfrutó, nunca lo hace, pero lo ahorcó, porque sabía que era lo correcto. 
-Lo entiendo… 
-Lublin y Onion, Bred y yo. Ayer matamos a esos hombres. No porque quisiéramos, sino porque no había otra solución. 
-Supongo que tienes razón. 
-Si hubiéramos permitido que se llevarán nuestras cosas, tardaríamos mucho en llegar a Bastión. Y si no cumplimos nuestra misión, quizá otros mueran. No podíamos arriesgarnos. 
-Si… 
-Quizá, de no haberlos matado, ahora seriamos nosotros los difuntos. No lo podemos saber. Pero no arriesgaría tu vida ni la de ellos. Sois mi familia  
-Es verdad.  
-Si puedes elegir, intenta dialogar, pero si no, antepón tú bienestar y el de los tuyos. Ese es mi consejo. 
-Vale. Lo tendré en cuenta. 
-Estupendo. Y, ahora, ¿por qué no vienes y me ayudas a preparar algo de cenar? 
-Claro. 
-Vamos pues. 
Ambos se levantaron y regresaron. La lumbre ya estaba prendida y todos permanecían sentados a su alrededor. La conversación se interrumpió, cuando vieron llegar a Azcar y Tod. 
- ¿Aún estáis así? ¿Y la cena? —Azcar usó un tono afable. 
-Os estábamos esperando. ¿Qué quieres cenar? 
-Hoy decide Tod. 
- ¿Sí? —Se sorprendió, pues al ser el más joven nunca le dejaban escoger. 
-Claro que sí. Ve a las alforjas y trae lo que quieras. Yo cocinaré.  
- ¡Genial! 
-Espera, te ayudo. —Lacar se levantó y siguió a Tod. 
- ¿Qué tal ha ido? —Brandan sintió curiosidad. 
-Bien. Tod es un buen chico. 
-Sí que lo es. —Bred sonrió con orgullo. 
 

Hildegard. 
Con los primeros rayos de sol, Ian se personó a caballo en la capital, acompañado por su guardia personal y su comparsa. 
Travis le esperaba junto a la puerta del Sol. 
-Travis, amigo mío. Eres increíble. —Descendió de su montura. 
-Bueno… 
- ¿Por qué esa mala cara? ¡Ha sido todo un éxito! 
-No sé si se puede catalogar como un triunfo. 
- ¿Por qué? —Ian observó el antebrazo de Travis. — ¿Qué te ha pasado, estás bien?  
-Sí, solo ha sido un rasguño.  
Mirase donde mirase, Ian veía cadáveres, los soldados llevaban horas retirándolos, pero todavía quedaban muchos agolpados sobre el pavimento.  
-Infórmame.  
-Esos cabrones evacuaron la ciudad antes de nuestra llegada. No había mujeres, niños ni ancianos. También se ocuparon de vaciar las despensas, hay ganado, pero no demasiado.  
-Comprendo. ¿Y las bestias? ¿Cumplieron su cometido?  
-Sí, pero…, han escapado.  
-Qué mierda… Podían haber sido muy útiles.  
-Ya, pero los domadores no pudieron controlarlos después de liberarlos. Aunque casi mejor, son demasiado peligrosos para tenerlos aquí. Han causado muchos destrozos.  
- ¿Ha sobrevivido alguien?  
-Sí. —Travis sonrió. — Capturé a su líder.  
- ¡¿En serio?! Impresionante.  
-También encontré a un anciano en el palacio, es su consejero.  
- ¿Dónde están ahora?  
-En el palacio.  
- ¡Vamos! ¡Quiero verlos!  
Ian y Travis anduvieron por las calles de Hildegard.  
-Ciertamente, es una ciudad muy bella. —Ian admiraba las edificaciones.  
-Lo es. Nuestros hombres llevan toda la noche saqueando lo poco que quedaba y asegurándose de que no hubiese nadie.  
-Muy bien.  
Al arribar al palacio, Dorian estaba junto a un grupo de soldados, custodiando a Obelix y Evadi. Ambos permanecían atados junto a la entrada.  
-Por los dioses. ¡Qué palacio! ¡Es extraordinario! —Ian estaba asombrado con la bella e imponente construcción.  
-Coincido. Pero hemos pagado un alto precio por poder verlo.  
- ¿Sí?  
-Casi la mitad de nuestros soldados perecieron en la batalla. Estos cabrones sabían pelear.  
-Las grandes gestas requieren grandes sacrificios. —Ian minusvaloró el número de muertos.  
Ian siguió caminando y se detuvo frente a Obelix y Evadi.  
-Hola. ¿Sabéis quién soy?  
Ambos permanecieron en silencio.  
- ¿No vais a decir nada? ¿No suplicáis?  
-Aquí no suplicamos. —Obelix respondió desafiante.  
- ¿No teméis a la muerte?  
-No. Pero vos, deberías.  
- ¿Yo? —Ian oteó a Travis, ambos se sonrieron. — ¿Y por qué? 
-El Este, y toda la península, acudirán a la llamada. Disfrutad de la victoria, pues pronto moriréis.  
-No antes que vos… 
Un soldado apareció a escena tras una extensa carrera.  
-Alteza, general.  
- ¿Qué pasa?  
-Hemos encontrado a un superviviente, ¿qué hacemos con él? 
-Traedlo aquí. De prisa. 
-Sí, general. 
El soldado se retiró con celeridad.  
- ¿Dónde están los habitantes de Hildegard? ¿Y las mujeres y los niños? —Ian se acuclilló ante Obelix.  
-Están a salvo, lejos de aquí.  
-Ya… ¿Cuál es tu casa? 
-Mi linaje es Narón.  
- ¡¿Narón?! —Ian enfureció al escuchar ese nombre. — Tú linaje…, vosotros matasteis a mis tíos.  
-Sí. —Obelix sonrió. — Los hermanos de Zod perecieron a manos de mi familia. Y la historia se va a repetir, te lo garantizo.  
-Eres un viejo insolente, pero tienes valor, lo reconozco. —Se alzó.  
-Libérame, dame un espada y te demuestro mi arrojo.  
-Con esa rodilla, no creo que puedas mantenerte en pie. —Ian observó la tremenda laceración.  
-Te sorprendería.  
- ¿Y tú? Anciano. ¿No hablas?  
-No tengo nada que decir.  
Dos soldados trajeron a rastras hasta Dean y lo arrojaron a los pies de Travis.  
- ¿Y tú quién eres?  
Dean no respondió.  
Travis lo agarró del pescuezo y lo zarandeó, llevándole hasta Obelix.  
-Mi señor…, lo siento.  
-No es culpa tuya, amigo.  
- ¿Cómo es que no estás muerto? ¿Te escondiste durante la batalla? —Travis trató de provocarle. 
- ¡Jamás haría tal cosa!  
- ¿Y cómo es posible que sigas con vida?  
-Salté de la muralla, y un carro de paja amortiguó mi caída.  
- ¡¿De verdad?! —Ian se rio. — Sois afortunado, quizá el hombre más afortunado que he conocido.  
-Ayer sobreviví, pero hoy será un honor morir junto a vos. —Dean miró a Obelix.  
-Eres un buen hombre.  
- ¿Morir? Tú no vas a morir hoy.  
Dean no comprendió el comentario de Ian.  
-Vos viajarás, quiero que entregues un mensaje. 
- ¿Qué dices? —Travis también estaba confundido con las intenciones de Ian.  
-Este hombre viajará y contará lo ocurrido. Como tomamos Hildegard y matamos a su señor.  
- ¡No haré tal cosa! ¡Prefiero la muerte! —Dean se negó en rotundo.  
-Sí lo harás, lo harás. —Obelix aseveró con vehemencia. 
- ¿¡Qué!?  
-Irás, Dean. No por él, por mí.  
-Pero…, mi señor, yo.  
-Viajarás a Bastión y les contarás como tomaron Hildegard y mataron al señor del Este.  
- ¡Eso es! ¡Haz caso a tú ‘señor’! —Ian celebró, con sorna.  
-No sé si es buena idea. —Travis disentía con el parecer de su superior.  
-Está decidido. 
Travis hizo una mueca de desaprobación, pero no persistió.  
-Vosotros. Mirad en el establo, traed dos caballos y dos cuerdas. —Ian se dirigió a los soldados que habían portado a Dean.  
Los soldados obedecieron la instrucción y regresaron de inmediato.  
-Dorian, ayúdale a ponerse en pie. —Ian inclinó la cabeza hacia Obelix.  
Dorian se aproximó y procuró que Obelix se levantase.  
-Atadle una cuerda al cuello y otra en la cadera.  
Los soldados realizaron la acción.  
-Ahora, amarradlas a los caballos. Y esperad mi señal.  
Travis no quiso inferir, pero estaba sorprendido con la actuación de Ian. No le consideraba capaz de semejante atrocidad.  
-Lo siento… —Dorian susurró hacia Obelix, para que solo él pudiera escucharle.  
-Más lo siento yo por ti, pues tendrás que vivir con esto.  
-Esto no es necesario. Hay muchas maneras más clemen…  
- ¡Calla, viejo! —Ian interrumpió a Evadi. — ¿Últimas palabras? —Miró fijamente a Obelix.  
-Todo el mundo muere, pero no todo el mundo vive. Y yo he vivido, mucho y muy bien, estoy satisfecho.  
-Enhorabuena. —Ian oteó a la izquierda y a la derecha. — ¡Ahora!  
Los soldados azuzaron a los caballos, los cuales comenzaron a galopar, tirando de las cuerdas y quebrando el cuerpo de Obelix. 
Su anatomía se hizo pedazos, sus huesos se facturaron provocando un inenarrable chasquido; sus órganos, tejidos y sangre se esparcieron por el suelo, formando un dantesco reguero. 
Todos necesitaron unos segundos para recomponerse tras ver la horripilante exhibición.  
-Bien… —Tragó saliva. — Escoltad a este hombre fuera de la ciudad, y dadle a un caballo.  
Levantaron a Dean del suelo, el cual seguía conmocionado.  
-Recordad lo que habéis visto. —Ian miró a Dean fijamente a los ojos. — Si las ciudades se rinden, seré piadoso, pero si no lo hacen, correrán la misma suerte.  
Dean permaneció inmóvil e inexpresivo.  
- ¡Lleváoslo!  
- ¡Sois un miserable! —Evadi no se contuvo por más tiempo. — ¡Necio! ¡No sabes lo que has hecho! ¡Habéis cavado vuestra propia tumba!  
-Travis, el viejo me aburre, ocúpate.  
-Sí.  
Travis desenvainó su puñal trasero y se encaminó hacia Evadi.  
- ¿Últimas palabras, anciano?  
-La sangre se paga con sangre. Disfrutad vuestra estancia, jamás volveréis a casa.  
Con un ágil movimiento, Travis le cortó el cuello a Evadi.  
-Creo que ya sé dónde voy a instalarme. —Bromeó Ian mientras admiraba el palacio.  
-Todavía tenemos cosas que hacer, si queremos conservar la capital debemos…  
-Lo sé. —Le interrumpió. — Ocúpate tú.  
-Pero… 
-Ya me has oído.  
 

Caminos del Este. 
Loblin, Tuck, Elliot y Alfred, se habían detenido al mediodía para comer y dar descanso a los caballos. Elliot había prendido una hoguera y Loblin estaba hirviendo patatas en una pequeña cacerola.  
-Espero que no llueva. —Loblin miró al cielo. 
-Solo es agua. —Elliot añadió un pequeño tronco a la lumbre.  
-Eso dímelo cuando estemos empapados. —Replicó con comicidad.  
- ¿Alfred estás bien? —Tuck fue el único en reparar en su tristeza.  
-Sí…, no es nada.  
-Sabéis, Ármacos tiene los mejores pescados del Este. Cuando lleguemos os invitaré a un restaurante. —Loblin trató de animar a los más jóvenes. — Ya veréis, os vais a chupar los dedos. Tienen una receta de pescado rebozado que es una delicia.  
- ¿Cómo es Ármacos? —Tuck sintió curiosidad al escuchar a Loblin.  
-Es una ciudad muy grande, la más grande del Este. Y también la más poblada. Está cerca de la costa, de ahí la calidad de sus peces.  
-La llaman la ‘ciudad de oro’. 
- ¿Por qué?  
El comentario de Elliot atrajo la atención de Alfred y Tuck.  
-La ciudad está construida sobre una antigua mina, la cual estaba repleta de oro.  
- ¡Hala! —Tuck no pudo disimular su fascinación.  
-Siento desilusionaros, pero por lo que sé, la mina ya está vacía. —Loblin quiso mitigar su entusiasmo.  
-Pero según dicen, el viejo George todavía guarda toneladas de oro en los pasadizos de la ciudad. —Elliot continuó el relato.  
- ¿Pasadizos? —Alfred también estaba interesado en saber más.  
-Ya os lo he dicho, la parte más antigua de la ciudad está construida sobre las antiguas minas. Según cuentan, hay lanzas y lanzas de túneles subterráneos.  
- ¿Quién dice esas cosas exactamente? —Loblin miró a Elliot.  
-Son rumores, ya sabes, historietas de las que se cuentan en las tabernas.  
-Ya… —Loblin sonrió.  
- ¿Cuánto tardaremos en llegar a Ármacos?  
-Tres o cuatro lunas más. Depende de lo rápido que viajemos.  
- ¿Oís eso…? —Elliot se incorporó.  
-Yo no oigo nada. —Loblin miró en todas direcciones  
-Sí… Oigo… —Se concentró. — A alguien gritar. —Tuck comenzó a caminar hacia el origen del ruido.  
- ¡Tuck, espera! —Elliot agarró su espada. — Alfred, coge tu arco.  
- ¡Sí!  
Elliot y Alfred fueron tras Tuck.  
- ¡¡¡Socorro!!!  
- ¡¡¡Ayuda!!!  
Tras avanzar y dirigirse hacia los gritos, vislumbraron lo que estaba sucediendo.  
Dos hombres estaban en lo alto de un árbol, agarrados a las ramas. Y, a sus pies, rebuscando entre sus efectos personales, había un oso pardo.  
- ¿Qué hacemos? —Tuck sentía como su corazón se le aceleraba.  
- ¡No lo matéis! ¡Ahuyentarlo! —Exclamó el más joven desde la copa del árbol.  
- ¿Qué hacemos? —Alfred miró a Elliot.  
-No estoy muy seguro.  
-Apartad, insensatos.  
Loblin se abrió paso con una antorcha en la mano.  
- ¿Qué vas a hacer…?  
Loblin no respondió, roció unos polvos sobre el fuego y arrojó la antorcha junto al animal. El oso se sobresaltó con el ruido, pero fue el humo lo que le disgustó y provocó su huida.  
-Qué mal huele… —Tuck se tapó la nariz con la mano.  
- ¡¿Qué era eso?! —Elliot estaba atónito.  
-Son unos polvos mágicos. —Bromeó. — Una receta familiar.  
- ¿Cómo sabías que funcionaria?  
-Los osos tienen un gran olfato, incluso mejor que el de los perros. Y a los perros este olor les hace huir despavoridos.  
Los dos hombres bajaron con dificultad de lo alto del árbol, por poco se caen durante el descenso.  
El más mayor tenía el cabello muy corto y canoso, a diferencia de su barba, la cual era fina pero muy alargada. Vestía una túnica desgastada, calzaba unas babuchas destartaladas y cargaba una sucia maleta.  
Su acompañante tenía pronunciadas entradas en las sienes, era alto y muy enjuto. Tenía tics en las manos, las movía frenéticamente siempre que estaba nervioso o excitado. Su vestimenta estaba más cuidada que la de su contertulio, pero también se veía ajada y malograda.  
- ¡Mil gracias caballeros! —El mayor se agachó para recoger sus pertenencias.  
- ¿Qué lleváis ahí? ¿Comida para osos? —Preguntó con mofa.  
-Cosas sin valor alguno. Creo que ha sido la miel y el pescado lo que ha atraído al animal. 
- ¿¡Miel y pescado!? ¿Cómo se os ocurre? —Elliot no daba crédito.  
-Con el calor del verano, los osos descienden de las montañas y merodean estas tierras. —Loblin justificó el ataque.  
-Sí, pero es que no somos de por aquí, lo desconocíamos. La miel es fundamental para una fórmula que estoy diseñando y mi aprendiz necesita el pescado, es animalista y está realizando un estudio.  
- ¿Quiénes sois exactamente?  
- ¡Qué modales los míos! —Se acercó. — Soy Flint, de la casa Dalló. Y este es mi alumno, Brollut.  
- ¿Casa…? ¿Eres del reino…? —Elliot frunció el ceño.  
-Sí, técnicamente nací allí. Pero me considero ciudadano del mundo.  
- ¿Y qué habéis venido a hacer al Este? —Elliot tomó una posición de ataque.  
-Elliot, se amable. —Loblin se mantuvo sereno y mantuvo calma.  
-No tenemos intenciones maliciosas. Viajamos a Ármacos.  
- ¿¡Ármacos!? —Todos se sorprendieron con la declaración.  
-Sí… —No comprendía su sorpresa. — ¿Vamos por mal camino?  
- ¿Por qué vais allí? —Loblin sintió un repentino interés. 
-Vamos a reunirnos con George, el regidor de la ciudad.  
- ¿Con que fin? 
-Me contrató hace unos años para elaborar algo, y lo he terminado. Vamos a entregárselo.  
Loblin y Elliot se miraron discretamente.  
-Qué casualidad. Nosotros también vamos a Ármacos, también vamos a reunirnos con George. —Tuck se expresó sin reservas. 
- ¿De veras? Pues esto debe ser el destino. —Flint sonrió.  
-Demasiada casualidad… —Elliot desconfiaba por instinto.  
-El hado baraja las cartas, pero nosotros somos quienes las jugamos. O quizá sea cosa de los dioses, que nos querían juntos. —Flint sonrió jovial. — Si todos tenemos el mismo fin, deberíamos aunar nuestras fuerzas.  
-Es fácil decirlo después de que os salvemos. Y veo que ni tan siquiera tenéis caballos. —Elliot continuaba recelando. 
-Sí, eso es cierto. —Flint no pudo refutar su argumento. 
-Está bien. Iremos todos juntos.  
-Loblin… —Elliot no estaba conforme.  
-Tuck puede montar conmigo. Y cederles su caballo a ellos.  
-Por mí, bien. —Tuck compartía la opinión de Loblin.  
- ¿De verdad? ¿Nos permitís acompañaros?  
Loblin, risueño, asintió repetidamente.  
- ¡Qué gentiles sois! ¡Estaremos eternamente en deuda! 
- ¿Tenéis hambre?  
Ambos asintieron.  
-Venid, hemos parado cerca de aquí.  
- ¡Perfecto! 
Los seis caminaron hasta la hoguera.  
- ¡Maldición! —Loblin observó la cacerola. — ¡Las patatas se han quemado!  
 



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En el texto hay: fantasia, altafantasia, heroico

Editado: 17.01.2023

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