El sentir y el pensar de una sociedad aislada

¿Y si el culpable soy yo?

 

El alba se ponía su pollera al empezar las mañanas del confinamiento, un aislamiento obligado, un suceso histórico nunca antes experimentado por alguna de las anticuadas o novatas generaciones. Las espinas que tejen mi barro son de aguas negras del Cajas. Me he rehusado toda mi vida a vislumbrar un escenario tan deprimente en rasgos muy complejos, en rasgos generales pocas veces entendidos como lo hago ahora. Rasgos que rasgan pestañas desde la raíz dejando en blanco mis espinas.  

Quizá muera si beso las aceras, algo debería matarme ciertamente, soy una persona realmente joven, tengo una salud prometedora y mi toquilla aun es virgen de agua de azufre. Carezco de vicios; bueno quizá no del todo precisamente.

Extrañaba el aire salpimentado de las plantas con una vibra cocida por la luz, realmente aún la siento, mi única medicina: el aliento insípido de un buen cigarrillo. Tan bendita maldad que purifica mis sesos; les baila y cada zapateo es una lágrima intermitente de volcán que deja en las mejillas de mi interior su rastro de ceniza.

Un día cualquiera del encierro, mis pensamientos empezaron a tornarse reflexivos y mientras un cigarrillo frotaba con tripas de tabaco mi ser escribí lo siguiente…

Un pedazo de papel en blanco que en este preciso instante ha sido infortunado y manchado por la inquietante duda que se apodera y se desplaza. ¡Este sentimiento!, conduce lentamente las ideas, derramándolas, de manera que el arte de escribir y la zozobra de su autor forman un lienzo inherente. Escribo melancólicamente y rayando un pedazo blanco; eso que fue blanco más nunca volverá a ser lo que era, y nosotros jamás volveremos a ser quienes fuimos.

Hemos escuchado como la gravedad de las problemáticas mundiales empezaron a fluctuar, a cargar un peso mucho más ávaro, ambicioso, incipiente, la primordial heredera de la imponente desolación que somete naciones y pueblos a voluntad comprada y no regalada. Donde el odio es gobernante y la paz un negligente esclavo sometido. El verdadero clímax de atentar al mundo está desarrollándose y proyectándose a través de las miradas somnolientas y ofuscadas de quienes viven el impacto diario como protagonistas, mas no como espectadores a voluntad. Nos están vendiendo al mejor postor, y pagamos la encomienda con lágrimas sangrientas, despedazándonos entre nosotros.

Camina de prisa el año 2020, donde el equilibrio presuntuoso dejo de recorrer vehemente y frenético, empezó a tropezar –de rodillas está cayendo–, pidiendo redención y se detuvo, paralizado e involuntariamente inútil.

Un enemigo corrupto nos ataca desde la frontalidad, mientras uno invisible por las retamas nos observa.

Esporádicamente, siento la necesidad de sentir la brisa del aire chocando mi rostro, el entorno físico muestra un panorama desolador, lugares y miradas vacías, un pedazo de tela sobre el rostro tapando nuestras expresiones faciales, borraron la sonrisa, el enojo de las caras. Detrás de esa tela todos escondemos realidades diferentes, de la tela hacia afuera ahora todos somos igual de vulnerables, la muerte no acecha sino asecha. Así de significativo implica una simple letra. Esa es la condena que dicta una triste tela. 

El vínculo ambivalente que presenta el aislamiento, de manera positiva y negativa, refleja la realidad fragmentada de sus integrantes. Donde existe un plato de comida caliente otro tazón vacío estará en una mesa, donde existe una cálida conversación familiar matutina en otra se reflejará un escenario violento a medianoche, donde uno ríe otra llora, donde unos recuerdan otros olvidan, donde unos viven en mansiones otros son enterrados en fundas de basura, donde unos son carne yo soy barro, donde unos son sangre yo soy ceniza.

El ser humano empoderado jamás ha dejado de buscar riqueza, la codicia tocó su punto más alto de desgaste ante la pandemia, porque el rico desea a tientas lo mismo que el pobre en estos momentos: sobrevivir. Un yate podría hacernos recorrer las aguas del océano Atlántico, pero no llegará a las puertas de ese ser querido que anhelámos abrazar desde hace mucho. Podrías cargar un lujoso collar encima de tu cuello, pero cuanto darías por olfatear el perfume de tu pareja en la intimidad. Quizá planeabas el viaje de tu vida a Europa, ahora te conformas con salir a deambular fuera de las cuadras de tu morada. El dinero dejó de tener el prestigio que orgulloso lo caracterizaba, cuando lo verdaderamente importante empezó a tener el valor que siempre tuvo y la gente jugaba a olvidar. Y ahí es donde uno entiende que todo lo que de verdad hace feliz a una persona: siempre estuvo ahí. Valorado por unos, subestimados por otros, probamos ser tan propensos a que llegará algo incontrolable y nuestra determinación humana parecerá de porcelana, muy superficial a la vista. Pudiendo caer en mil pedazos arremetiendo con efectividad en la debilidad adecuada.

Siento como el mundo está reclamando algo que nunca le perteneció, siento que estar encerrado nos hace sentir limitados, viviendo el desdén del día a día en segmentos partidos. Siento, además, de no querer sentirlo tanto, estar presenciando un escenario apocalíptico, distopía que ya no parece tan lejana y tan ficticia.

¿Debemos sentir la fragilidad de las cosas para reaccionar esta vez?

Existen males necesarios que adaptan el desarrollo de una sociedad donde el equilibrio goza de una quietud estricta. Sin embargo, buscar nuevamente lo habitual hará que los estigmas sociales no cambien porque las cosas no deben regresar a lo habitual, lo habitual fue el problema.




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