El Séptimo Príncipe

Capitolo 3

CAPÍTULO TRES

El día había comenzado como cualquier otro en Nueva York. Elara se despertó con el sonido de su alarma, un ruido estridente que interrumpía la paz de su habitación. Se frotó los ojos, tratando de despejar la neblina del sueño, mientras la luz del sol se filtraba por la ventana. Hoy tenía clases, y aunque no le apasionaba la idea de otra jornada en la universidad, sabía que estaba un paso más cerca de su sueño de convertirse en bióloga.

Mientras se preparaba, recordó la charla que había tenido con su mejor amiga, Sara, la noche anterior. Hablaban de sus planes de futuro, de cómo querían viajar y explorar el mundo. Sara le había mencionado un proyecto de investigación en una isla remota. La idea de salir de la ciudad y sumergirse en la naturaleza era tentadora, un respiro del bullicio urbano.

Salió de su apartamento y se sumergió en el ritmo frenético de la ciudad. Las calles estaban llenas de vida: vendedores ambulantes, turistas con cámaras y el inconfundible ruido del tráfico. Elara respiró hondo, disfrutando de la energía que emanaba de cada rincón.

Durante las clases, su mente divagó. La lección de biología sobre ecosistemas la intrigaba, pero su mente no podía dejar de pensar en lo que había discutido con Sara. ¿Qué pasaría si se atrevían a hacerlo? La idea de aventuras, de libertad, la emocionaba.

Tras las clases, decidió pasar por una librería cercana. El aroma de los libros antiguos la envolvió, y se perdió entre estanterías repletas de historias. Fue allí donde encontró un libro sobre magia antigua y portales, algo que siempre le había fascinado. Lo hojeó, maravillada por las ilustraciones y las descripciones de mundos paralelos. Se preguntó si la magia realmente existía, aunque sabía que era solo un capricho de su imaginación.

Con el libro bajo el brazo, salió de la librería y decidió caminar por el parque. Se sentó en un banco, disfrutando de la brisa fresca y de la sensación de estar viva. Mientras hojeaba el libro, su mente se llenó de imágenes de aventuras extraordinarias.

Pero esa tranquilidad fue interrumpida por un grupo de hombres que pasaron cerca, riendo y empujándose. Elara sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era la primera vez que notaba miradas furtivas, y algo en su interior la instó a levantarse. Decidió que era hora de volver a casa.

Al caminar, su mente aún estaba en la charla con Sara. “Debemos ser valientes”, se decía. Sin embargo, esa valentía se desvaneció cuando sintió que alguien la seguía. Se detuvo un momento y giró la cabeza, pero solo vio a un par de personas pasando. Aun así, la inquietud persistía. Acelerar el paso le pareció la mejor opción.

Pronto, las calles conocidas comenzaron a convertirse en un laberinto. Intentando regresar a su ruta habitual, se encontró en un callejón poco iluminado. Las sombras parecían alargarse y sus latidos se intensificaron. “Es solo mi imaginación”, se repitió, pero no pudo sacudirse la sensación de peligro inminente.

Al final del callejón, la luz del día se desvanecía y, con un último vistazo, se dio cuenta de que estaba completamente sola. El libro que había encontrado se sentía pesado en su mano, como un recordatorio de su deseo de escapar. Sin embargo, no sabía que el verdadero escape estaba a punto de suceder, y que la vida que había conocido se desmoronaría en un instante.

Cuando finalmente salió del callejón, un grupo de hombres la rodeó, y antes de que pudiera reaccionar, todo se volvió oscuro.

El Séptimo Príncipe

Elara despertó en un lugar oscuro y frío, el cuerpo adolorido y con la mente nublada. Por un instante, no pudo recordar dónde estaba ni cómo había llegado allí. Intentó abrir los ojos, pero la luz era escasa, apenas un destello a través de una rendija. Al mover la cabeza, el dolor punzante en su abdomen la hizo gemir.

“¿Dónde estoy?” murmuró, su voz apenas un susurro.

La realidad comenzó a aclararse lentamente, imágenes fragmentadas de su captura inundando su mente. Recordó las risas de los hombres, el miedo que había sentido al ser arrastrada. Trató de moverse, pero su cuerpo se resistió, como si cada pequeño esfuerzo la empujara hacia atrás.

Alrededor, el silencio era opresivo. Se dio cuenta de que estaba en una habitación pequeña, con paredes frías y húmedas. La sensación de claustrofobia la invadió. A su lado, había un par de grilletes oxidados, lo que la llevó a la conclusión de que no era la primera en ser atrapada allí.

Con esfuerzo, se sentó, apoyándose contra la pared. Respiró hondo, intentando calmarse. “Debo pensar con claridad,” se repitió. La desesperación podría llevarla a la locura, y no podía permitírselo.

Mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, empezó a examinar el lugar. Había una puerta cerrada y una pequeña ventana cubierta de barrotes. Las sombras danzaban en la pared, y cada sonido parecía amplificarse en ese silencio abrumador. Elara se preguntó si había otras personas allí, si había alguien más que pudiera ayudarla.

Intentó recordar todo lo que había aprendido sobre cómo manejar situaciones difíciles. “No te rindas,” se decía. “Recuerda quién eres.” Era una estudiante, una persona que había enfrentado desafíos, pero nunca algo como esto.

Con un esfuerzo, se levantó, apoyándose en la pared. Sus piernas temblaban, pero dio un paso hacia la puerta. La sensación de claustrofobia se intensificaba, y cada latido de su corazón resonaba en su cabeza. Se acercó a la puerta y escuchó atentamente.

Ruido. Voces lejanas. Risas.

Elara retrocedió, sintiendo que el pánico la invadía nuevamente. Pero la idea de rendirse no era una opción. Si podía escuchar voces, eso significaba que había alguien cerca, una posibilidad de ayuda.

Sin pensar, comenzó a golpear la puerta con fuerza. “¡Ayuda! ¡Por favor!” gritó, su voz quebrada por el miedo. “¡Déjenme salir! ¡Alguien, por favor!”




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