El significado de las rosas

Capítulo Siete

—Oh querida, no debes frecuentar tanto al señor LeBlanc, sabes que tu padre puede molestarse.
Por cierto siempre es un gusto verlo.

Se preguntaba que pasaba entre ellos en ese momento, parecían estar sumergidos en una discusión.

—Lo mismo digo, luce radiante en el día de hoy—. Dijo Caden para distorsionar las cosas.

Eva se sonrojó, era una mujer de unos 40 años, Ivette era muy parecida a ella, tanto en lo físico con en eso de gustarle sentirse halagada.

Con un movimiento de cabeza, dio las gracia.

—Nosotras ya nos vamos, he terminado con lo que vine a hacer. De nuevo fue un gusto verlo.

Sostuvo a Ivette por el brazo, aún están arrimada a la pared. Caden seguía bloqueándole el paso.

Ivette dio una última mirada cargada de odio, le había dejado claro que no había marcha atrás, lo de su boda que era tan real como aquel beso del jardín.

Los sirvientes esperaban por ellas, volverían a casa de inmediato.

—¿Por qué no es de tu agrado? Es un joven muy agraciado físicamente.

Tenía razón, no es que sintiera asco por Caden, tampoco era el matrimonio, eran las cosas que implicaba estar casada, detrás de aquello era que estaban sus miedos.

—La belleza es fácil de amar, lo complicado es amar lo interior, ser atractivo no es sinónimo de buen hombre.

Su madre le dio una mirada compasiva, veía a la nila indefensa que tenía miedo a montar por temor a caerse, veía su pequeña Ivette, la que desde siempre dio las señales de que tendría una vida difícil.

—En la noche tendremos una conversación y hablaremos también de esto.

Ivette más o menos tenía idea de que iba aquella conversación, era la misma que la señora Clarence  le había dado a Marie, aunque  no sabía bien cuales eran los temas a tratar, podía imaginarse algo sobre su noche de bodas. Todas las madres hacían esto un día antes de la boda.

De nuevo volvieron al silencio total. Quería que el camino a casa se hiciera largo, que llegaran a la hora de dormir y ni siquiera tener aquella conversación con su madre, quería que la noche fuera eterna.

En menos de una hora ya estaban frente a la mansión Chadburn. Allí esperaban otros sirvientes para ayudar con las compras, habían unas extrañas cajas, tal vez había ido con la modista a reclamar viejos encargos. Tal vez eso usarían para la boda.

—Lo has hecho bien cariño, sabía que no me defraudarías—. Dijo Eva mientras le acariciaba la mejilla a Ivette.

Gregor estaba convencido de que en cualquier descuido Ivette escaparía o haría una tonteria que los haría quedar como bufones.

—Jamás haría nada que pueda perjudicarla, madre.

Después de un abrazo se dirigieron al interior de la casa.

Sophie estaba en sus clases de piano, la verdad es que era un desastre pero insistía en intentarlo, y nadie se molestaba en darle un consejo, tenía a todos en la casa padeciendo de los oídos, tocando teclas sin saber.

Al ver llegar a su madre e Ivette salió corriendo, con más razón cuando vio cajas, sabía que dentro encontraría cosas nuevas.

—Papá salió minutos después ustedes.

—Tal vez fue a cazar—. Dijo Ivette.

—No, no llevaba su ropa de cazar, parecía que iba a alguna reunión.

Dándole fin a la conversación Eva ordenó que subieran las cajas a sus aposentos, allí le mostraría a sus hijas.

—Vamos a arriba.

Fueron hasta la habitación, las cajas estaban por todo el piso.

—Mamá, Tienes claro que esto no es lo que imaginamos, ¿verdad?  —. Sophie estaba tan decepcionada con Ivette, lo primero es que no se casaba por amor, y segundo no estaría al lado de su hermana en un día que se supone debía ser importante.

Bajó la cabeza por un segundo, su hija estaba en lo cierto. Había hecho aquellas compras para animarlas pero la verdad es que, ¿A quien quería engañar? Todo era un asco.

Las horas pasaban de prisa, parecía que el universo conspirara para que pasara al segundo nivel del infierno.

Luego de horas y horas de risas y contar historias de la infancia, Eva deseaba tener algo de privacidad con Ivette.

—Sophie cariño, quisiera hablar en privado con tu hermana.

Entendiendo aquello salió dejandolas solo a ellas, en ese momento no habian sirvientes, nada.

—Siento mucho que las cosas se hayan dado así. Esperaba no tener esta conversación ahora pero las cosas han pasado muy rapido.

Estaba dandole muchas vueltas al asunto, Ivette deseaba que procediera a hablar.

—Puedes hablar madre, hoy es mi ultima noche como señorita, mañana estaré casada, así que se directa—. Trataba de animar a su madre.

—Bien, ¿sabes como puede una mujer quedar en cinta?

—No. Le prohibiste a los sirvientes hablar de eso, ¿lo olvidas?

—Todo es mediante las relaciones sexuales, cuando estés en el lecho con tu esposo debes acostarte y dejar que sacie sus deseos carnales, no debes emitir ningún ruido, las buenas cristianas no hacen eso. Si lo haces podrías desagradar a tu esposo, tampoco te quites toda la ropa.

Qué horrible explicación, aquella conversación parecia más para incitarla a escapar que para casarse.

—No creo que sea capaz de permitir que me hagan todo eso, lo que describes es asqueroso, desagradable le queda pequeño.

Su madre acarició su brazo.

—Caden es un hombre bastante atractivo, aparte de que su higiene es indiscutible, creo que te podría gustar que te haga el amor.

Eva se pasó una mano por la frente, había tratado de explicarle todo de una forma que sonará agradable.

—Lo siento Ivy, tu deber será complacer a tu esposo.

—Si me dieran a elegir tomar arsénico o de dejar que me haga el amor creo que sería muy feliz en mi tumba.

—Pero nadie te pondrá a elegir. Se que la descripción de las relaciones sexuales no fue muy linda que digamos pero te aseguro que luego será placentero. 




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