El significado de las rosas

Capítulo Catorce

Cada día era más pesado que el anterior, la única que parecía estar muy tranquila era Addie, y en realidad lo estaba, la distancia entre Ivette y Caden era cada vez mayor, a ese ritmo alguno se cansaría tarde o temprano.

Todas las mañanas antes de salir de casa Caden dejaba una rosa blanca en la puerta de la habitación de Ivette, no sabía ya de que forma pedirle perdón, si intentaba hablarle ella lo ignoraba, solo en reuniones mantenían las apariencias, el hubiese querido que fuese más que eso, pero respetaba su espacio, otra vez no usaría la fuerza.

Toc... Toc... Toc...

Alguien tocaba desesperadamente la puerta de Ivette, como no dio respuesta, esa persona entró, era Caden.

Ella no le prestó mucha atención, lo observó durante unos segundos y volvió a concentrarse en el libro que estaba leyendo. 

Debido a la época pocos hombres le permitían a su esposa leer, pero Caden no se oponía en lo absoluto, le parecía extremadamente sexy e interesante una mujer amante a la lectura.

—Quise traerte esto —. Dijo timidamente dejando dos rosas en su cama, y a su vez sacando una pequeña cajita dorada de su bolsillo.

Guiandose por el significado que las rosa tenían más o menos pudo entender lo que Caden pretendía al darselas. 
«Perdón y anhelo de que algo sea eterno.»
Con lo que respecta a la cajita desconocía lo que había dentro y no quiso acercarse a averiguarlo.

—Quiero volver a casa de mis padres —. Dijo Ivette sin despegar la mirada de su libro.

Al menos estar con Sophie era mejor que al lado de su marido, a pesar de que esta fuera tan ocurrente.

Quería protestar, quería negarse, encerrarla tal vez, pero no... Tal vez que se fuera por un tiempo sería lo mejor, para ella, él no soportaría tenerla lejos, pero soportaría menos verla siendo infeliz a su lado, teniendo claro que merecía otra vida.

—Si es lo que quieres enviaré una carta a tu padre y que él mismo venga por ti —. Tenía un nudo en la garganta, pero lo reprimió.

Obtener tan facilmente aquella respuesta dejó Ivette un poco sorprendida, esperaba un Caden renuente.

—Solo una cosa más —. Añadió antes de verlo marcharse.

—Tú dirás —. Se detuvo en la puerta.

—Los dias que esté aquí no quiero conflictos, hazle saber a tu amante que no está por encima de mí, si quiere ocupar mi lugar al menos que tenga la decencia de esperar a que me vaya.

—No tengo ninguna amante, y nadie esta por encima de ti, ni siquiera yo.

—Explicame entonces por qué esa demente llevaba ropa mía, hasta tenía uno de mis listones en el pelo —. No se veía molesta, más bien lucía como una niña peleando por su listón nuevo.

—Te fijaste hasta en su pelo. Cuidado Ivy, si continuas reaccionando así puedo pensar que estás celosa —. Ni siquiera él mismo había notado tal listón en el pelo de Addie, las mujeres eran muy observadoras, lo acababa de comprobar.

—No me llames así, tú solo limitate a faltarme al respeto, soy tu esposa —. Lo último se le escapó, no pretendía parecer celosa, en realidad estaba molesta por lo que sucedio con Addie la noche que usó su bata.

Surgió un atisbo de esperanza al escucharla decir aquello, a lo mejor las cosas aún podían arreglarse.
Olvidando por completo que debía irse Caden caminó hacia ella hasta quedar solo a unos centimetros de distancia.

—¿Lo eres? —. Preguntó mirandola a los ojos.

Tenerlo tan cerca era diabólico, le daba ganas de lanzarse a sus brazos, pero en otras circunstancias, claro. Le recordaba a aquel hombre descarado que conoció en el rio y en seguida expresó sus deseos de besarla, recordó al hombre que una vez le dijo que la prefería más cuando estaba enojada o sonriendo pero jamás triste, le recordaba al hombre del que se estaba enamorando.
El amargo recuerdo de la noche en que la tomó por la fuerza disipó todos esos lindos pensamientos.

—Te encargaste de que lo fuera en todos los sentidos, ¿recuerdas? —. Dijo separandóse de él.

—Si, y ni dos vidas más me alcanzarian para arrepentirme siempre que lo recuerdo.

—Si las disculpas remediaran algo los asesinos vivirían en paz, y los cementerios estuvieran casi vacios —. Le señaló hacia la puerta incitandolo a irse — Si me disculpas tengo un libro por terminar.

—Hoy mismo le avisaré a tu padre,  no volveré hasta el anochecer —. Lentamente se fue alejando.

—No es como si yo te esperara.

Sus palabras le dolían pero sabía que las merecía, ni un millón de insultos lo harían enojarse con ella, mirandola una vez más salió de su habitación.
Tenía pactado reunirse con otros hombres importantes de la región, la piratería estaba siendo un problema.

Sin duda alguna alguna Ivette se iría antes de que Caden se arrepintiera, mandó a llamar una una criada para que ayudara a empacar su ropa, aunque tardara un poco en irse lo mejor era estar preparada para la ocasión.

Las horas se iban rápido, en un abrir y cerrar de ojos ya era de tarde, Ivette pasaba mucho tiempo leyendo, le gustaba prestar mucha atención a las historias, por eso era lenta para terminar los libros.

Hace solo un par de minutos había escuchado unos gritos, pero supuso que se trataba de gente de la calle y lo ignoró por completo.

Desconectada totalmente de todo una voz desesperada y unos fuertes golpes en su puerta la hicieron volver a la realidad, era la voz de Arthur.

Con toda su calma abrió la puerta, Arthur estaba palido como si hubiese visto un fantasma, se imaginaba que fue hasta allí para hablar de Caden y tratar de arreglar las cosas con él.

—Admiro que pienses que no todo está pérdido, pero no existe nada que puedas decirme y que logre acercarme a Caden, tu lucha es inútil —. Se apresuró, ni siquiera esperó a que Arthur dijera por qué la había buscado.

—¿Ni siquiera que está justo al lado de esta habitación postrado en una cama mientras se debate entre la vida y la muerte? —. Estaba temblando al decir aquello.




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