El significado de las rosas

Capitulo Treinta

La muerte, ¿qué se sentirá después de ella? Le tememos pero, cuando estamos a punto de conocerla nuestro mundo se desvanece, simplemente nos resignamos y la aceptamos.

En la soledad de su celda mugrienta y fría Ivette se preparaba para ser juzgada, por Caden.
No lo culpaba pues era su obligación tratar a todos por igual, estaba cansada de tener una vida miserable con destellos de felicidad que no duraban más de un instante.

Perdió a Sophie, estaba separada del hombre que amaba y lo peor, no viviría para ver a Sally crecer, le estaban arrebatando todo poco a poco.
Tampoco le habían permitido ver a su madre, solo Caden la había visitado algunas veces mientras ponía excusas para alargar el cruel destino.

En un rincón permanecía esperando a que respondieran a su petición, todo lo que pedía era poder ver a Sally por última vez, poder tenerla en sus brazos, nadie era tan cruel para negárselo o tal vez si.

Unos pasos llamaron su atención y la hicieron ponerse de pie, lo menos que esperaba era ver a esa persona allí y menos con Sally en brazos.

—¿Por qué tienes a mi hija? —. No había enfado en su voz.

Addie le dedicó una mirada compasiva y llena de arrepentimiento mientras uno de los oficiales permanecía a su lado vigilando que cumpliese las reglas.

—La llevaré a casa, no estaba segura donde tu marido —. Addie estaba muy serena al hablar, su voz no estaba colmada de prepotencia como en otras ocasiones, de verdad parecía preocupada por Sally.

—Mi madre puede cuidarla.

—No seas terca, ¿crees que Sally está segura viviendo bajo el mismo techo que Rose la misma que te quiere muerta? Varias veces trató de llevársela y Dawson no lo permitió.

Rose había llegado demasiado lejos Ivette no la odiaba, pero en estos momentos si, atacarla a ella era una cosa, querer atacar a un bebé ya era sobrepasar los límites.

Addie miró al oficial y asintió con la cabeza como si le estuviese ordenando algo, él en seguida captó la señal, tomó todas las llaves que tenía en su cinturón y buscó la que abría la celda de Ivette.

Por un momento Ivette tuvo dudas y pensó horrores acerca de las intenciones de Addie, aún no estaba convencida de que estuviera de su lado.

El oficial abrió la celda y permitió que Addie entrara, esta lo hizo y le dio la niña en brazos a Ivette, por un momento se quedó allí de pie y luego salió.
Nuevamente el oficial cerró la puerta con llaves y volvió con Addie a afuera para darle un momento a solas a Ivette.

Costó mucho convencerlo de que aceptara pues tenía orden de vigilarla en todo momento.

Ivette sonreía ausente mientras el puñito se aferraba a su pecho, las afiladas uñas de Sally siempre le dejaban marcas. Alimentar a su hija siempre había sido encantador, pero hoy su mente estaba escaleras abajo. Ni siquiera se dio cuenta que la boquita ya no estaba chupando, ahora Sally estaba muy concentrada mirándola con esos profundos ojos negros como su padre.

Luego volvió a tomar el pecho, la boca de la niña chupaba ávidamente, una manita estaba apoyada encima del pezón, como manteniendo al pecho en su lugar.

Trataba de olvidarse un momento de todo lo que estaba pasando y tener un momento con su hija, imitaba sonidos tratando de hacerla reír. La pequeña aún no sonreía, pero no tardaría en hacerlo.

¡Cuanto la amaba!

—Conmigo no dejaba de llorar me siento estafado.

Ivette se volvió sobresaltada, levantó la cabeza para contemplar a Caden de entero. Estaba sentada en el suelo con la niña sobre el pecho. 
Caden se acercó a las rejas y vio una cabecita acostada sobre el hombro 
de ella, el puñito metido con firmeza en la boca. Las mechas de pelo negro y los vivaces ojos eran inconfundibles. 

Caden estaba como hipnotizado. Insólitos sentimientos se agitaban en el fondo de su ser. Sentimientos de ternura que le tenían como embrujado. Inclusive cuando ella sintió la nueva presencia y le miró, él no se movió.

Los ojos de ella se estrecharon y luego bajó la cabeza.

—Una vez que le das cariño se calma es fácil de comprender, en eso se parece mucho a Sophie.

Quería decirle cuanto lo lamentaba, que odiaba no haber podido evitarle tantos sufrimientos, que si pudiese dar su vida para que todo lo que le había pasado se borrara lo habría hecho sin pensarlo dos veces pero, no quería quitarle el momento que probablemente sería el único, esa tarde sería juzgada y todo apuntaba a que no sería perdonada aún cuando él le había rogado a la iglesia.

Parecían tocarse el uno al otro solo con la mirada, como si pasara entre ellos una corriente que trascendía sus diferencias del pasado.
Ese momento lo hizo comprender que incluso daría su vida por que las mujeres más importantes de su vida no sufrieran.

—Si quieres puedo conseguirle una nodriza —. Estaba nervioso, las palabras salían solas de su boca.

—Nunca he querido una, para mi es un privilegio amamantarla yo misma.

Él se recostó un instante contra la puerta, examinándola.

—¿Como se llama? —. Preguntó torpemente.

A decir verdad nadie le había dicho el nombre de su propia hija.

—Su nombre de pila es Sarah pero, a Sophie le pareció que llamarla Sally se escuchaba mejor y estuve de acuerdo con la idea.

—Lady Sarah LeBlanc Chadburn, es un buen nombre —. Dijo Caden con orgullo.

Era padre, se preguntaba como sería ella cuando creciera.
¿Sería mejor padre que los que él tuvo y lo vendieron como ganado?
Si, sería mejor porque entendía que ningún niño merecía deambular por las calles, pasar cosas horribles y preguntarse que hizo mal para merecer el abandono de quienes se supone lo debían proteger.

Le daría a Sarah lo mismo que Élise le brindó a él, nada le faltaría mientras él estuviera respirando.

Ivette cambio la niña de posición para darle el otro pecho. Caden quedó sin aliento al ver los dos pechos blancos y redondos en el momento en que ella se tapaba uno de ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.