Salir del cascarón
Toda mi vida estuvo planificada. Mi nombre ya estaba predeterminado en el momento en que mis padres supieron de mi existencia. Imaginar mi futuro fue su afición durante los primeros tres años de mi vida.
"Los hijos son los reflejos de los padres." "Son una esponja, copian y hacen todo lo que ven." "Debes hacer que inicie algún deporte o actividad, para que esté entretenido." "No le des pantallas." "El nombre es lo más importante. Le da personalidad, carácter y una apariencia.".
Mitos, dichos, murmullos, consejos. La maternidad está rodeada de ellos. Las presiones más grandes las tienen ellas, las madres. Mi madre es la excepción. Una mujer fría y estricta. Directa y meticulosa. Es grandiosa.
Desde que recuerdo ella me instruyó en un montón de actividades y habilidades para desarrollarme al cien por ciento de la palabra. Bolsas sensoriales, juegos de memoria y estimulación. Aprendí a caminar, aprendí a hablar. Era el momento para el siguiente paso.
A los cuatro inicié, por primera vez, mis clases de piano. Empezó por un capricho de mi padre, él dijo "deberíamos hacer que ella haga algo.". Mi madre estuvo de acuerdo y comencé. Lo mejor de mi vida.
Asistí a colegios privados, tutores personales, actividades extracurriculares y competencias académicas. Todo eso me formó para ser quien soy.
Elena. Elena Harris.
Hija única deElizabeth Michelle López y Adam Harris. Dueños de una empresa de tecnología, lamás influyente de todo el país. La mayor competencia de los pequeños puestosurbanos de la ciudad y las compañías que ofrecen el mismo servicio. "Hamlex".Una empresa que se está abriendo paso en el mundo. Tiene marcas que colaboran con ella, tiene el control del mercado, finanzas increíbles.
Mi destino es seguir ahí. Estudiar finanzas o administración de empresas y tomar el control de Hamlex. Pero no es mi sueño. No es mi pasión. No es mi esencia.
Recientemente me he sentido inconforme con mi cuerpo, con mi forma de vestir y mi manera de expresarme. No soy yo. No me siento satisfecha de esta forma. Es un sentimiento complejo, como una dismorfia corporal, en la que simplemente no te gusta lo que ves. No te gusta tu reflejo. No sabes qué eres.
Investigué en internet, leí libros, consulté anónimos en una página web y pregunté a diversos especialistas para que me dieran un resultado, veredicto o que simplemente me dijeran el por qué me siento así.
¿Alguna vez has sentido inconforme con lo que eres? ¿Te has sentido en un cuerpo o género que no te pertenece?
Es un pensamiento válido. Es normal.
A mis dieciséis, luego de ver a Tyler, con su cabello naranja perfectamente peinado, sus orbes verdes y sus pecas esparcidas por sus mejillas de manera perfecta entendí algo: me gustan los chicos. Me gusta él.
Hablar con mis padres respecto a mi sentir corporal fue más difícil de lo que parecía. Asisto a una psicóloga desde los doce, mis padres apoyan esa iniciativa.
La doctora Beckett es genial en su trabajo. Siempre sabe que decir, quiero ser como ella.
Iba a hablar con mis padres hoy mismo, para salir del clóset en el que estoy y enfrentar la realidad.
—No me siento cómodo siendo una mujer.
La expresión de mi madre es ilegible, no le entiendo. Sé que piensa de manera negativa. Mi padre es más fácil de leer, está sorprendido. Es él quien abre la boca primero para responder.
—¿Cómo? Elena, ¿cómo puedes sentirte insatisfecha siendo mujer? Naciste así. Eres mujer.
La doctora Beckett me advirtió de esto, me dijo que algo así podía pasar y que debía explicar con calma todo lo que siento.
—Sé que nací así. Pero no me siento bien siendo mujer o llamándome Elena. No me gustan las princesas o vestirme de rosa y vestidos.
Mi madre frunce el ceño.
—Nadie te obliga a que te gusten las princesas y los vestidos. Puedes cambiarte el nombre a tu mayoría de edad, pero eso requiere muchos tramites y documentos de identidad. Dinero.
Suspiro. Mi madre siempre fue así, fría, concreta.
—Es difícil de explicar, madre. Quiero ser llamado Asher, quiero ser un chico. No, me siento identificado como un chico.
Mi padre parpadea un par de veces y se lleva las manos a la boca para analizar la situación.
—¿Estás diciendo que no quieres ser mujer? Elena, naciste como una niña.
—Lo sé. Parece una locura, pero escúchenme. Seguiré siendo su hijo. No voy a cambiar. Solo quiero que me acepten. Me percibo como un chico y quiero que me traten como tal.
—No puedo— mi madre se levanta —. No sé que clase de berrinche es este, pero no me gusta. Eres una mujer, Elena. Mientras vivas bajo mi techo vas a serlo.
—Madre. — ella me interrumpe.
—No. Si no quieres usar vestidos, está bien. Pero que digas que no te sientes identificada como mujer no voy a permitirlo. Soy tu madre.
—Madre, no puedo obligarme a ser algo que no soy. Soy Asher. ¿Podrías, aunque sea, investigarlo en internet? Por favor.
—Vete a la cama, hijo. Yo hablaré con mamá. — mi padre me sonríe con dulzura. Con él si es fácil hablarlo. Él si quiere comprenderme, entenderme, aceptar mi sentir.
***
No salió como yo quería. A la semana empecé de a poco mi transición. Legalmente no podía hacerme ninguna cirugía sin el consentimiento de mis padres, más allá de eso, son costosas. Demasiado.
Comencé vistiéndome de manera cómoda para mí. Reemplacé los fastidiosos vestidos por bermudas y camisetas un poco más largas que las antiguas. El corte también era distinto, más varonil. Sonreí. Amaba esa versión, mas natural, mas libre, mas yo.
Mi madre al verme quedó helada. No le gustó.
—Buenos días.
Murmuré mientras su fría mirada me escaneaba de pies a cabeza. Papá no pudo convencerla, al contrario, ahora él tampoco estaba feliz con la idea. Hace una semana juraba que me aceptaría, ahora esas posibilidades están por los suelos.