Londres, 6 de abril de 1889.
El carruaje cruzó los callejones húmedos de Whitechapel mientras el amanecer aún se negaba a mostrarse. Las ruedas levantaban agua sucia y sangre seca. Dentro, Sir Edward Corven leía por décima vez la carta que habían encontrado en el cadáver del Ministro de Guerra. Su puño se cerraba más con cada lectura.
—¿Por qué esa firma? ¿Por qué ahora? —murmuró.
Frente a él, el joven archivista Miles Everdeane, un muchacho pálido y ansioso con gafas gruesas, intentaba mantener la compostura.
—He revisado cada archivo que menciona al R.S.C., señor —dijo Miles—. Se les conocía como La Rosa Sangrienta del Cuervo, una célula nacida en los últimos días del Terror, en París.
—¿Y su propósito?
—Eliminar a toda figura real en Europa. Creían que la sangre real debía ser devuelta a la tierra... Cómo pago.
Corven levantó la vista.
—¿Y cómo sobrevivieron tanto tiempo?
Miles tragó saliva.
—Se ocultaron entre nobles... y revolucionarios. Estaban en ambos bandos. Nadie sabía a quién sirven realmente. Decían que solo responden a una figura llamada El Rojo.
Corven se apoyó en el bastón.
—¿El Rojo?
—Nadie lo ha visto. Algunos dicen que es una leyenda. Otros, que han sobrevivido un siglo gracias a métodos ocultos.
El carruaje se detuvo. Estaban frente a una vieja taberna oculta tras una fachada de carnicería: Rue de Sangre, uno de los pocos lugares donde los rumores revolucionarios aún se susurraban sin miedo. Aquel lugar no existía en ningún mapa oficial.
Corven bajó del coche, seguido por Miles. La taberna olía a madera vieja, humo y especias traídas por contrabandistas. Detrás de la barra, una mujer de cabellos grises y mirada afilada los observó sin sorpresa.
—Inspector Corven. El Cuervo deja plumas, ¿eh?
—Y tú las rastrear, Madame Épine.
Ella sirvió dos vasos sin preguntar. Absenta, puro fuego.
—Te advierto, inspector. Si el Cuervo Carmesí ha vuelto… no vendrá solo. El pueblo lo escuchará. Porque en cada esquina hay alguien con hambre, y en cada hombre, una semilla de revolución.
—¿Sabes algo más? —preguntó Corven, con la voz más baja que un susurro.
Épine deslizó un papel doblado hacia él.
—Una reunión. Esta noche. Sociedad de Imprenta Subterránea, muelle 47. “Para recordar París”, dicen. Pero tú y yo sabemos lo que quieren recordar... y repetir.
Corven tomó el papel y se giró hacia Miles.
—Prepare las armas. Esta noche, veremos si la historia se repite… o si aún podemos detenerla.