Lluvia golpeaba con fuerza los ventanales del apartamento de Corven en Londres. Las gotas, pesadas y constantes, parecían llevar consigo el peso de los secretos aún por descubrir. Miles dormitaba en el sillón, rodeado de papeles, mapas y copias de los panfletos revolucionarios. Pero Corven no dormía.
Frente a él, una vieja carta amarillenta temblaba en sus manos. La había recibido una década atrás, y nunca la abrió… hasta esa noche.
"Querido Edward:
Si estás leyendo esto, es porque algo ha salido mal. El Cuervo Carmesí ha vuelto a volar. Lo que comenzó en París no ha terminado. Ten cuidado con los símbolos. Ten cuidado con los que callan demasiado."
La firmaba alguien que Corven creyó muerto: Isabelle D’Armont, espía del Imperio… y la única mujer que él había amado.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Inspector Corven —dijo una voz urgente del otro lado—. Han asesinado al Duque de Wexley. Lo encontraron con una máscara de plomo… y un cuervo tallado en el pecho.
Corven apretó la carta contra su pecho y asintió.
—Dígale al carruaje que esté listo en cinco minutos.
Mientras Miles despertaba, el inspector recogió su abrigo. Su mirada ya no era de duda. Era de guerra. El Cuervo Carmesí no solo amenazaba el trono. Amenazaba su pasado, su presente… y su corazón.
Y esta vez, no pensaba quedarse en silencio.