El silencio del cuervo carmesí.

El susurro del origen.

El fuego rugía en la biblioteca, pero para Eliah, el mundo se desvanecía.

La figura encapuchada levantó una mano y algo invisible lo empujó contra el suelo. Sus ojos se nublaron, y el humo fue reemplazado por un cielo gris, una tormenta lejana, y el eco de campanas rotas.

Ya no estaba en el presente.

Estaba viendo a través de los ojos del Cuervo Carmesí.

El campo de batalla estaba cubierto de cuerpos. Hombres y mujeres con capas oscuras, alas negras tatuadas en la espalda, y rostros jóvenes, apenas mayores que Eliah. En medio de todos, él… o mejor dicho, ella.

Anwen.

Eliah comprendió de inmediato: el Cuervo Carmesí había sido una muchacha. Su cabello negro ondeaba como tinta en el viento, y su armadura estaba agrietada, cubierta de sangre.

—Nos traicionaron —susurró ella—. Dije que no confiaran en los Custodios de Luz.

A su lado, un chico de ojos verdes y expresión desesperada cayó de rodillas. Era idéntico a alguien que Eliah había visto antes… a sí mismo. O a alguien que se le parecía demasiado.

—Perdónanos, Anwen. Fue Ilyana… ella los dejó pasar.

Eliah sintió un dolor agudo, no en su cuerpo, sino en su alma. El dolor de la traición. El Cuervo Carmesí no respondió. Solo se giró hacia el norte, donde una torre se alzaba envuelta en rayos.

—Entonces yo misma los enterraré a todos.

Y alzó su mano.

Miles de plumas negras emergieron del suelo, transformándose en sombras vivientes. Fue el nacimiento de la Maldición.

Eliah despertó jadeando. La biblioteca ya no ardía. Estaba vacía, cubierta de ceniza, y no había ni rastro de la figura enmascarada.

Solo una pluma negra en el suelo.

La tomó con cuidado, sintiendo su energía oscura vibrar. Ilyana apareció junto a él, con los ojos abiertos como platos.

—Viste algo, ¿verdad?

—Lo vi todo —susurró él—. El Cuervo Carmesí… era una chica. Se llamaba Anwen. Y fuiste vos quien la traicionó.

Ilyana retrocedió, horrorizada.

—No... eso no es verdad…

Pero Eliah ya no la escuchaba. En su interior, algo más se había despertado: recuerdos que no eran suyos, pero que vivían en su sangre.

Y una voz que decía:

"Aún no has visto el final."




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