El silencio del cuervo carmesí.

Las ruinas del valle silente.

La noche aún pesaba sobre el cielo cuando Eliah e Ilyana cruzaron los últimos árboles del bosque. El internado había quedado atrás, envuelto en humo y preguntas sin respuesta. Eliah no había dicho ni una palabra desde que salieron. Ilyana tampoco. Entre ellos, solo quedaba la tensión del pasado que comenzaba a quebrarse como un cristal maldito.

—Ya casi estamos —dijo Ilyana finalmente, su voz temblando con algo que no era frío—. El Valle Silente está justo detrás de ese risco.

Eliah la miró. Quería confiar en ella, pero la visión de Anwen seguía latiendo en su mente como una herida que no cerraba. Aun así, la siguió.

Cuando llegaron al borde del risco, el mundo pareció detenerse.

Abajo, extendido como una cicatriz entre las montañas, se abría un valle cubierto de neblina azulada. Torres caídas, esculturas quebradas y símbolos antiguos cubrían el terreno. Aun desde la distancia, Eliah sintió cómo su corazón se aceleraba. Algo allí lo llamaba.

—Aquí fue donde sellaron a Anwen —dijo Ilyana, bajando la mirada—. Donde empezó la Maldición. Yo… yo no sabía lo que iba a pasar. Fui una pieza más.

—¿Por qué me parezco tanto a ese chico? El de la visión. ¿Quién era? —preguntó Eliah, sin mirarla.

—Se llamaba Kael. Era el guardián de Anwen… y su mayor debilidad. Algunos dicen que ella lo maldijo en su último aliento, para que renaciera una y otra vez… hasta romper el ciclo.

Eliah tragó saliva. En el fondo, ya lo sospechaba. Kael no era otro que él.

Descendieron al valle sin hablar más. A cada paso, el silencio se volvía más profundo, más espeso, como si el aire estuviera hecho de recuerdos. Eliah sintió un escalofrío cuando pasaron junto a una estatua rota: representaba a una chica de ojos cerrados, con alas de cuervo extendidas… y lágrimas talladas en mármol.

—Anwen —susurró él.

Una vibración recorrió el suelo. La niebla comenzó a moverse, girando como un torbellino lento. Frente a ellos, una puerta de piedra emergió del suelo, cubierta de símbolos rojos que sangraban luz.

—Es la Cripta del Silencio —dijo Ilyana, retrocediendo un paso—. Está prohibido entrar. Nadie que lo hizo volvió jamás.

—Pero yo ya estuve ahí —respondió Eliah, dando un paso al frente—. Y esta vez, no estoy solo.

Y sin mirar atrás, empujó la puerta.




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