La puerta de piedra se cerró detrás de ellos con un eco que retumbó como un trueno sordo. Eliah sintió que la oscuridad lo envolvía, viva, espesa, como si tuviera alma.
—No hay vuelta atrás —dijo, con la voz firme aunque por dentro temblaba.
Ilyana asintió, encendiendo una antorcha que reveló pasillos tallados en roca negra. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones antiguas, hechas con una precisión imposible. Eliah se acercó y pasó la mano por una de ellas.
—Son recuerdos —murmuró—. No palabras. Memorias esculpidas.
Las imágenes parecían moverse bajo su tacto. Vio a Anwen arrodillada ante un altar, rodeada de sombras con rostros humanos. Una corona de plumas flotaba sobre su cabeza. Su rostro no mostraba odio, sino tristeza.
—La coronaron como Reina del Silencio —dijo Ilyana, leyendo otro muro—. Pero fue una condena disfrazada de poder.
Avanzaron más profundo, hasta que la cripta se abrió en una sala circular iluminada por una luz roja que venía… de una figura sentada en el centro.
Era una mujer, vestida con ropas desgastadas, piel pálida y cabello como tinta flotando en el aire. Tenía los ojos cerrados, pero hablaba sin mover los labios.
—Kael. Volviste.
Eliah retrocedió un paso.
—¿Anwen?
La figura abrió los ojos. No eran rojos, ni negros. Eran grises como la ceniza. Y lo miraban con la dulzura de una herida vieja.
—No del todo. Solo una parte de mí. Un eco. Lo que quedó cuando sellaron mi alma aquí.
Eliah sintió que algo lo atraía hacia ella. No con fuerza, sino con tristeza.
—Quiero saber por qué. ¿Por qué maldijiste al mundo? ¿Por qué a mí?
Anwen inclinó la cabeza.
—Porque me rompieron. Porque me traicionaron. Porque él me juró protegerme… y huyó.
Eliah apretó los puños. Las memorias estaban allí, latiendo en su pecho. Imágenes de otro tiempo, otra vida. La promesa que Kael no cumplió.
—Esta vez no huiré —dijo él—. Esta vez voy a romper tu maldición.
Anwen sonrió, pero era una sonrisa triste.
—Entonces prepárate para enfrentar la verdad. Porque no fui la única en ser sellada.
La cripta tembló. Desde los muros, surgieron sombras aladas, antiguas como el tiempo. Custodios caídos. Espíritus dormidos. Y en el centro del temblor, una nueva figura emergió de las sombras.
Un chico de su edad, de cabello blanco y ojos dorados, con una capa que llevaba el mismo símbolo carmesí.
—El silencio… tiene voz. Y soy su guardián.
Ilyana dio un paso atrás.
—Ese es… Eron. El primer Custodio. El que traicionó a Anwen.
Eliah lo miró. Y por primera vez, sintió que el verdadero enemigo estaba despierto.