El silencio del cuervo carmesí.

El laberinto de lo que fue.

La esfera se rompió.

Pero en vez de explotar… absorbió.

Eliah, Ilyana y Eron fueron envueltos por una corriente de luz negra, arrastrados hacia dentro como si cayeran por una garganta de sombras. Los gritos del Coleccionista quedaron atrás. La voz de Anwen… también.

Y de pronto, todo fue silencio.

Cuando Eliah abrió los ojos, ya no estaba en la caverna.

Estaba en un campo de trigo, bajo un cielo sin sol. El viento soplaba, pero no hacía ruido. A su alrededor, niños jugaban, reían… pero sin voz. Como si alguien hubiera apagado el sonido del mundo.

—¿Dónde… estamos? —dijo Ilyana, apareciendo a su lado.

Eron surgió detrás de ellos, pálido.

—En su memoria. En el interior de Nahl.

Eliah tragó saliva. Todo parecía bello… y al mismo tiempo vacío.

Caminaron entre los niños. Algunos los miraban. Otros no. Uno de ellos, más pequeño que el resto, estaba solo bajo un árbol torcido. Tenía la misma cara que el niño de la esfera.

—Es Nahl —dijo Eliah—. El verdadero.

Se acercó con cuidado. El niño no se movió.

—Hola —dijo Eliah—. No vamos a lastimarte. Queremos ayudarte.

Nahl alzó la cabeza. Sus ojos estaban llenos de ceniza.

—¿Para qué? Nadie escuchó antes. Nadie lo hará ahora. Por eso… el Silencio es mejor.

—No es mejor —dijo Ilyana—. Solo es más fácil… cuando te duele demasiado.

Nahl parpadeó. Y entonces, la escena cambió.

El campo desapareció. Ahora estaban en una casa oscura. Una puerta se cerraba de golpe. Una mujer gritaba. Un niño lloraba.

—Están mostrándonos sus recuerdos —murmuró Eron.

La casa se partió en dos como papel, y el suelo se transformó en cristal. Debajo, millones de escenas: momentos en que Nahl fue ignorado, traicionado, olvidado.

—Esto es… el origen del Silencio —dijo Eliah, temblando—. No nació de magia. Nació del dolor de un niño al que nadie quiso escuchar.

Entonces la oscuridad comenzó a subir por los cristales.

Y de ella surgió el Coleccionista… deformado, multiplicado, creciendo dentro de los recuerdos como un parásito.

—Este lugar ya no le pertenece a Nahl —rugió—. Es mío.

Las memorias se distorsionaron. Los campos ardían. Las risas se transformaban en gritos. Nahl comenzó a gritar también, su voz retorcida de miedo.

—¡No! ¡No quiero volver a callar! ¡No quiero olvidar lo que sentí!

Eliah lo sujetó de los hombros.

—Entonces recordá. Recordá TODO. Aunque duela. No dejes que él te robe eso.

Una luz brotó de Nahl.

Primero tímida. Luego más fuerte. Como si su memoria comenzara a defenderse.

El Coleccionista gritó. Se deshizo en mil voces que chillaban. El laberinto crujió.

Y en un segundo, todo estalló.

Eliah abrió los ojos en la caverna. Jadeando.

A su lado, Ilyana despertaba. Eron también.

Y frente a ellos, de pie… estaba Nahl. Vivo. Libre.

—Gracias —dijo el niño, por primera vez con voz—. Por recordarme que todavía existo.




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