El Silencio del Olvido

Capítulo XIII | Cara a Cara

Sin embargo, mi momento fue interrumpido por la seca forma de hablar de Julieta, ya había salido de su escondite.

— Esa música… hace mucho que no la escuchaba.  Qué bueno que haya vuelto.

— Es algo que un lugar mágico como este necesita —le dije poniendo a un lado mi violín.

— ¿Mágico? ¿Por qué esta tu padre o por qué estoy yo?

— Puede ser por la primera opción o quizás ambas.

— Intentas escapar del pasado, pero siempre regresas a él.

— No intentado escapar. He intentado superarlo —dije cansada—. Pero me es imposible.

— Es triste recordar los buenos momentos que se quedaron atrás y que no volverán.

— Sí. Es triste —la miré a los ojos—. También es triste recordar que alguna vez intentamos ser amigas, pero todo se derrumbó por culpa tuya. Terminó cuando me fui de casa y tú echaste en cara lo que realmente pensabas de mí.

Julieta pasó las yemas de sus dedos por la cicatriz que tenía en su mejilla como prueba de que todo efectivamente terminó.

— Pero has vuelto y podemos empezar de nuevo.

— No Julieta. No hay un de nuevo

Mi padre salió de cocina con dos tazas de café en sus manos. Caminó hacia nosotras y Julieta al verlo le comentó:

— Hiciste bien en dejarla pasar.

— Por supuesto. Afuera está lloviendo y le iba a hacer daño —le contestó tomando asiento y poniendo las tazas en la mesita. Sacó de los bolsillos de su pantalón unas bolsitas de azúcar y unos botecitos de leche. Abrió uno y me preguntó:

— ¿Te gusta con leche o solo?

— Con leche está bien.

La sirvió y con una cucharita lo revolvió. Colocó el azúcar e hizo lo mismo. Quitó la cuchara y me dio la taza ya preparada, y emanando humo.

— Gracias —desde hace mucho que había querido comer o beber algo decente por más insignificante que fuera.

— Julieta retírate por favor. Voy a platicar con mi invitada —le dijo bebiendo un poco de su humeante café.

— Sí. Sé cuando no soy bienvenida.

— Gracias.

— Con permiso.

Con la cabeza baja dio media vuelta y subió las escaleras. Cuando nos miró por un segundo sentí el odio de Julieta sobre mí. Me alivió que se haya ido para así poder hablar bien con mi padre.

— Padre, la vez pasada que vine en verdad no me reconociste —puse una mano en mi pecho.

— ¿Padre? Tengo vagos recuerdos sobre ti que no he podido relacionar y…

— Supongo que necesitas un poco de ayuda. Algo que te refresque la memoria.

— Sí. Eso sería una buena opción.

— Bueno. Primero a lo primero, soy Vanessa. Soy tu hija y solíamos tener emotivos momentos familiares que atesoro mucho, y que inclusive ella aún conserva el violín que su padre le regaló una navidad.

Mi padre entrecerró los ojos tratando de enlazar aquellos recuerdos que tenía sobre mí. Para ayudarlo busqué algo útil para esta situación y encontré un pequeño cuadro arrinconado de mí cuando era niña. 

Me paré y di unos pasos hacia este para luego tomarlo, y examinar esa sencilla foto. Aquel cuadro estaba colgado de un pequeño clavo oxidado a punto de zafarse y qué podía tirarlo.

— Mira bien, ¿No te recuerda algo? —dije mostrándole la foto. Miró la foto en el cuadro detenidamente por unos minutos. Su expresión cambió al ya poder reconocerme.

— Vanessa… has vuelto… —dejó de disimular

— Claro. No estaría lejos tanto tiempo.

— Este… yo… necesito procesarlo… yo…

Salió corriendo hacia las escaleras que naturalmente subió desapareciendo de mi vista. Seguido de él venía Julieta, supuse que realmente no se fue si no que nos espío en este breve momento.

— Parece que le llegó de sorpresa la realidad.

— Asumir la realidad es difícil.

— ¿Lo hará? —dijo distante—. Tu padre es alguien complicado que se encierra en su burbuja y piensa que nada malo pasa, es como el que lanza la piedra y esconde la mano. Es parecido a mi mamá.

— En eso estoy de acuerdo —bebí lo que le quedaba a la taza y dejé la foto en su lugar. 

El silencio reinó por un instante hasta que su celular que traía en su bolsillo sonó. Ella vio que era un mensaje de Pablo que decía más o menos así:

 

“Julieta por favor te lo suplico, no le hagas daño a Vanessa. Prometo ya no hablarte ni meterme en tus asuntos, solo déjanos en paz. Deja de atormentarme…me asustas…”.

 

— Pablo… eres débil —dijo con ese habitual veneno cuando algo le molesta.

Noté aquel mismo comportamiento que tomó cuando, a palabras de ella, formamos aquel vínculo… acosta de la vida de un inocente.

— Deja de comportarte así. Me hartas —dije irritada—. Ahora si me disculpas creo que tomaré un descanso en estos cómodos sillones.




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