El socio de papa.

Capitulo uno.

Esa tarde llegué a casa después de haber pasado todo el día en la universidad. Venía agotada de un largo día de clases y una extenuante tarde de compras con Alesha, mi mejor amiga de toda la vida. Como de costumbre, saludé con un beso en la mejilla a mi nana y subí a la oficina de papá.

Al entrar, salté feliz y besé la mejilla de mi padre, saludándolo con el afecto habitual entre nosotros. "Hija, ahora no estamos solos", se limitó a decir. No fue hasta ese momento cuando noté la presencia de otra persona en la habitación.

Aquí, mis queridos lectores, es donde se desencadena el inicio de mi fin.

Rogand Milld, un empresario habilidoso y multimillonario de 40 años, divorciado, conocido por ser un hombre mujeriego y traicionero, y aun así la mano derecha y el más cercano a mi padre. Carraspeé y me enderecé, ajustando mi falda. "Buenas tardes... Señor", dije tensa. Él solo me sonrió y besó el dorso de mi mano, dedicándome una mirada con sus profundos ojos.

Dios santo... sus ojos... Orbes profundas y magnéticas de un hipnótico y atrayente color gris. Ojos que ocultaban un mar tan vasto, o incluso más, que el universo mismo. Ojos en los que con gusto me perdería por un buen tiempo.

Tomé aire de golpe y desvié la mirada, intentando mantenerme firme aunque resultara difícil. Sentía mis entrañas revolverse y arder ante la sofocante sensación que dejaba su presencia. Mis ojos se desviaban involuntariamente hacia él, mis piernas amenazaban con desfallecer haciéndome caer a sus pies, y el aire me faltaba. Mi corazón latía tan rápido que parecía estar a punto de salir corriendo en ese momento, dejándome sin uso ni razón hábil. Sin saber qué más hacer, tosí levemente y salí rápidamente corriendo a mi habitación.

A pesar de que el tiempo pasaba y debía estudiar para los exámenes finales, me resultaba imposible concentrarme. La profunda mirada del socio de mi padre y la sensación de sus labios en mi piel colmaban mi mente, haciéndome incapaz de prestar atención a cualquier otra cosa. Me encontraba atrapada en una vorágine de sentimientos, intentando en vano alejar los pensamientos que me sumían en una constante distracción.

Cada vez que intentaba concentrarme en mis estudios, la imagen de Rogand aparecía en mi mente, sus ojos hipnóticos y la intensa conexión que sentí desde el primer momento. La culpa y el deseo se entrelazaban en una danza tortuosa, llevándome a cuestionar todo lo que creía saber sobre el amor y la lealtad.

Con el paso de los días, descubrí que no podía escapar de esa atracción que parecía dominarme por completo. Sabía que estaba jugando con fuego, pero la chispa de ese amor prohibido iluminaba mi vida de una manera que nunca antes había experimentado. Y así, me encontraba en un dilema constante, atrapada entre mis deberes familiares y la pasión que amenazaba con consumirlo todo.

Cada encuentro con Rogand era una batalla interna; su presencia parecía despojarme de mi voluntad, atrapándome en su órbita. Los momentos a solas en mi habitación se convertían en tormentos interminables, reviviendo una y otra vez el roce de sus labios y el peso de su mirada. Intentaba enfocarme en mis responsabilidades académicas y familiares, pero mi mente traicionaba todos mis esfuerzos, llevándome de vuelta a esos ojos grises que me habían hechizado.

Las noches se alargaban en insomnio, mientras mis pensamientos vagaban entre la culpa y el anhelo. Sabía que debía alejarme de él, pero algo más fuerte que mi voluntad me empujaba hacia sus brazos. La atracción que sentía era innegable, casi como una fuerza magnética imposible de resistir. Cada día que pasaba, mi lucha interna se volvía más intensa, y la línea entre lo correcto y lo deseado se desdibujaba.

Mi corazón y mi mente estaban en guerra, y mientras el mundo a mi alrededor seguía su curso normal, yo me sentía atrapada en un laberinto sin salida. La pasión que sentía por Rogand me consumía lentamente, y aunque sabía que este amor era prohibido y peligroso, no podía evitar anhelarlo con cada fibra de mi ser.




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